Tomas.
Dos años atrás.
Estaba furioso, frustrado, me estaba ahogando con la presión que me provocaban las miradas de todos. No podía escuchar sus pensamientos, pero sabía lo que debían estar pensando.
Había fracasado como esposo y protector. No era alguien que merecía a una mujer como Verona. Estaba roto, venía defectuoso y aunque ella me hubiera aceptado yo le debía haberle ahorrado el horror de estar conmigo.
No pude cuidar de ella.
¿Y si hubiera muerto?
No tenía idea de qué sería de mí en este momento. Solo pensarlo era insoportable. Pero mi cabeza amaba las cosas insoportables, se aferraba a esas sensaciones y me quebraba. Hasta que mi respiración fallaba y me encontraba al borde de un ataque de pánico.
Huía de Verona para que no lo viera.
¡Qu&eacu
Sostenía su mano, miraba esa unión como si nada más existiera. Quería aferrarme a eso, a la idea de que su mano y la mía volverían a encontrarse siempre que lo deseara. Cuando más lo necesitara.Mi verdad era otra, una que estaba matando lo más hermoso de mi vida. Los doctores me lo habían dicho, que mi mano no podría seguir sosteniendo la suya por mucho tiempo más. No una semana. Quizás solo un día.—No llores —su voz era cansada, apenas audible—. Yo soy feliz.Quise gritar.¿Cómo podía ser feliz?Se estaba alejando de mí, pronto no iba a estar. Iba a desaparecer.Frías lágrimas se resbalaron por mi rostro.—¿Cómo no voy a llorar? —acerqué su mano a mi rostro, ella estaba cálida—. Te estás yendo y no puedo hacer nada pa
Tomé un mechón de cabello oscuro y lo enrollé en la rizadora. Hacía año y medio atrás me había cansado de ser rubia. Suponía que todo el asunto de mi ruptura tenía algo que ver.Mi color natural era castaño oscuro y cada vez que me miraba en el espejo pensaba en mi madre, recordé que por esa razón lo había teñido, no había querido recordar su ausencia todo el tiempo. Había madurado, ya no sentía dolor al mirarme y reconocer que me parecía a ella, me sentía afortunada.Tarareaba la canción suave que salía de mi estéreo, mi aliento vacilaba. Tenía que reconocer que estaba nerviosa. En una hora Samuel, el doctor, iba a venir a recogerme para nuestra primera cita oficial. Desde el funeral de mi abuela, hacía dos semanas, habíamos estado hablando sin parar. Él era gentil, comprensivo y un caball
Era como estar en una especie de película de terror y comedia. Tomas estaba aquí, en la sala de mi pequeño apartamento luciendo…no tan guapo como en mis peores sueños, sino totalmente acabado. Terrible. Yo no me sentía mejor.Pero al menos me veía preciosa.Estaba incomoda con el silencio, no sabía cómo actuar o qué rayos hacer. Él quería hablar, ¿por qué no estaba haciéndolo?—Creo que esperas a alguien más, ¿no es así? —inquirió en voz baja.Asentí.—Sí —carraspeé e hice un ademán hacia el sillón—. Y debe estar por llegar, así que empieza a hablar ahora, ¿quieres vino?Dios, yo lo necesitaba.No esperé a que respondiera, le serví una copa del que había estado tomando, apenas un sorbo.—&ique
Se suponía que la decisión no era difícil. Que debía despachar a Tomas con lágrimas y entregarme a Samuel como si nada hubiera pasado. Se suponía que tenía que decir “sí” a mi futuro y darle la espalda a mi pasado, pero esa era la cosa, Tomas siempre había sido mi “sí”, siempre lo sería.Sentía que había una especie de bomba en mi corazón, los toques en la puerta lo marcaban. Iba a estallar pronto y por eso debía intentar salvar a todo el que pudiera, porque temía que los escombros serían devastadores.Tenía presente que lo que hiciera marcaría mi vida.Y pensé en que estaba bien.Porque lo necesitaba. Necesitaba que esto pasara.Al fin.No iba a retirarme.«Maldito Tomas», pensé.Y malditos sean los humanos, éramos unos hipócritas qu
—Tu habitación —pidió Tom.Sus dedos se curvaron y me hicieron jadear.Negué.No había tiempo para llegar ahí.Saqué su mano de mi entrepierna y tiré de su cuerpo hacia abajo, sobre la alfombra. Tomas me siguió sin rechistar, no dejaba de tocarme ni de besarme, pero cuando estuvo sobre mí se paralizó, mirándome.Por un momento pensé que no creía lo que estaba pasando.—¿Quieres esto? —cuestionó.Tomé su labio inferior entre los míos y chupé.—Sí.Su frente reposó contra la mía, cerró sus ojos y respiró profundo. Lo imité y me descubrí temblando. No podía creer que fuera él quien estuviera sobre mí esta noche. Así. No podía detenerme, no ahora.Como él no se mov&i
—Te extraño —suspiré—. Ojala estuvieras aquí conmigo —mi voz se rompió, tomé una respiración profunda—. ¿Sabes? Ayer fui con Dexter, las mellizas y mis amigas a ese lugar que tanto nos recomendabas —sonreí y dejé que las lágrimas salieran—, tenías razón, su estilo es único y las personas bailando era…era mágico. Paulina y yo intentamos integrarnos a la coreografía —reí recordando los pasos de mi prima—, y aunque los bailarines nos apoyaron, sabemos que lo hicimos horrible.Lo que me respondió fue el silencio.El viento removió mi cabello, cerré mis ojos y respiré. Imaginé que estaba sentada junto a mí, quejándose de los que nos criticaron y festejando a quienes nos motivaron. Imaginé que colocó su mano en mi mejilla y me miró sabi
Había pasado un mes desde que estuve en la casa de Julieta y mi salud estaba algo extraña. Creía que me había contagiado algo, estaba mal del estómago, me sentía agotada y no era yo misma. Todos en la casa Cassini se dieron cuenta y me obligaron a ir con una doctora.Tal vez se trataba de algún virus estomacal o parásitos.Dexter jugaba a mi lado con las paletas de madera que utilizaban los doctores para ver dentro de la boca, actuaba como un chiquillo inquieto y me ponía nerviosa.—Quieres dejar de hacer eso, me irritas —mascullé.Dex rodó sus ojos.—Ni siquiera te estoy molestando —golpeó mi pierna—. Yo soy el que está nervioso y necesito drenarlo de alguna manera.Me quejé en voz alta.Llevábamos solo unos pocos minutos en el consultorio, la doctora se había ido
Mi escapada en la hacienda había durado un mes entero, quería quedarme todavía más días, pero debía regresar, primero a la casa de mi padre, porque había solicitado mi presencia y luego a Verona, por la consulta con mi doctora. Mi vientre era más notable y había decidido que era hora de confesárselo a mi familia. No podía seguir posponiendo lo inevitable.Tenía que ser valiente, seguir adelante y no encerrarme a mí misma en una burbuja inestable.Mientras manejaba, practiqué los ejercicios de respiración que me había enseñado una instructora de yoga en mi viaje por lugares recónditos del mundo.Parecía tan fácil dejar tu mente en blanco, pero mientras respiraba seguía pensando y aunque sabía que estaba haciendo mal el ejercicio, no podía detenerme. Tenía miedo, había una lista en mi cabeza