La mejor dosis

Después de una agitada noche de sexo para Amanda, el sueño la arropó y la despertó el sonido de la puerta, siendo tocada con insistencia. Ella se colocó de pie y tambaleando de un lado a otro, mientras tallaba sus ojos, se acercó para abrirla.

—Buenos días, siento que te has olvidado de mí.

—¡Jamás lo haría! Anoche le dije a Elliot, que el día de hoy tenía pensado llevarte al parque por un helado y para que juguemos juntos.

—No quiero ir al parque —respondió lleno de miedo.

—¿Por qué no? Allá afuera hay lugares hermosos que debes conocer. Eres un pequeño y hermoso niño. ¿Lo recuerdas?

—¡Soy un monstruo y no quiero que te avergüences por mi culpa!

—¡No eres un monstruo! Yo estaría encantada de ser tu madre. Le gritaría a todo el mundo que tengo al niño más guapo de todo el planeta, pero no hablaría de tu inteligencia, pues sentirían demasiado envidia.

Con esas palabras consiguió una sonrisa en los labios de Liam.

—Eres muy hermosa, lo eres por fuera y también por dentro.

Liam regresó a
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