5 | Fractura

Liam

Me habían enseñado muchas cosas.

A resistir la tortura. A sobrevivir a la guerra. A distinguir una mentira con solo mirar los ojos de alguien.

Pero nadie me enseñó qué hacer cuando el enemigo eres tú.

Scarlett dormía a mi lado, desnuda entre las sábanas revueltas del sofá, su respiración tranquila, su cuerpo envuelto en los restos del deseo. Su piel olía a jazmín, a sexo, a algo que no debía tocar pero que ya había marcado mi alma.

La observé por un largo rato. Me sabía cada curva. Me sabía el sonido que hacía cuando jadeaba en mi oído, los suspiros rotos cuando se rendía por completo a mí. Me sabía su cuerpo, sí, pero lo peor era que me estaba sabiendo también su alma.

Y eso…

eso me iba a destruir.

Me levanté sin hacer ruido. Recogí mi ropa del suelo, me vestí con movimientos mecánicos, y me encerré en la habitación de seguridad, donde solo estaban las pantallas, las armas, y lo poco que quedaba de mi juicio.

Encendí la computadora principal y empecé a escribir el informe. Las cámaras no habían captado más movimiento en las últimas dos horas. Pero yo no podía pensar en tácticas ni en coordenadas.

Solo podía pensar en ella.

En su voz suplicante.

En su cuerpo aferrado al mío.

En la forma en que dijo mi nombre como si fuera todo lo que necesitaba.

Y eso fue lo que me quebró.

Porque yo también la necesitaba.

Y no podía.

Una hora después, el equipo de apoyo me contactó por la línea cifrada.

—¿Hart? ¿Estás operativo?

—Sí —dije con voz grave.

—Recibimos las alertas del perímetro. ¿Status?

—Seis hombres. Neutralizados. No dejaron marcas de rastreo. Profesional. Quieren sacarla antes de que testifique.

—¿Ella está bien?

Mi silencio fue una pausa demasiado larga.

—Sí —respondí, finalmente—. Está bien.

—El comando quiere saber si el refugio sigue siendo seguro.

—Por ahora. Pero debemos preparar traslado. No tardarán en regresar.

—Recibido. En 48 horas recibirás nuevas coordenadas. Mantén la posición. Y, Hart…

—¿Sí?

—No bajes la guardia. No olvides lo que estás protegiendo.

Colgué.

Y me quedé en silencio. Porque esas últimas palabras… dolieron.

Yo sí había olvidado.

Anoche, cuando supe que podía morir.

Anoche, cuando no quise contenerme más.

Anoche, cuando dejé de ser agente… y fui solo hombre.

Un hombre que deseó a una mujer.

Un hombre que la tomó.

Un hombre que cruzó la línea.

Y ahora, tenía que pagar el precio.

Cuando salí de la habitación, Scarlett ya no dormía. Estaba en la cocina, con una taza de café entre las manos, sentada en una de las sillas altas, usando solo una camiseta mía.

Sus ojos me buscaron.

Pero los míos no supieron responderle.

—¿Ya te ibas a escapar otra vez? —preguntó con una sonrisa cansada.

No respondí.

—¿Fue un error? —añadió después de un momento. Su voz era baja, herida. Como si esperara que le arrancara el corazón con mis palabras.

—No —dije—. No fue un error. Pero no debió pasar.

Ella parpadeó lentamente, como si cada palabra fuera una bofetada.

—Entonces, ¿qué fue?

Me apoyé contra la pared. Cruzado de brazos. Sintiéndome como un cobarde por no acercarme.

—Fue un desahogo. Fue un momento entre la muerte y el caos. Fue un impulso que… me venció.

—¿Y eso es todo lo que fue para ti?

—No.

La respuesta se me escapó como un secreto.

Ella me miró, expectante.

—Fue más de lo que puedo permitir. Y por eso debe terminar aquí.

—¿Terminar? ¿Después de lo que vivimos anoche?

—Sí.

Ella dejó la taza sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.

—¿Y qué se supone que haga, Liam? ¿Ignorar que me enamoré de ti?

Esas palabras fueron una bala.

—No puedes amarme, Scarlett.

—¿Por qué?

—Porque no estaré aquí cuando todo esto termine.

Ella se levantó. Caminó hacia mí. Me golpeó el pecho con las manos.

—¡Eres un cobarde!

—¡Soy un soldado!

—¡Eres un hombre que me miró como si fuera todo lo que alguna vez deseó!

—¡Y lo eres! —grité finalmente, acorralado por mi propia culpa—. ¡Pero no puedo tenerte!

—¿Por qué no?

—¡Porque si te quedas, te conviertes en mi debilidad! ¡Y si te conviertes en mi debilidad, te van a usar para matarme!

La confesión se quedó flotando en el aire.

Y ella… lloró.

No de forma dramática. No como en sus películas. Lloró en silencio. Lloró como lloran las mujeres que ya no tienen fuerzas para fingir.

—No quiero ser tu debilidad, Liam —susurró—. Solo quiero ser tu refugio.

Yo también lo deseaba.

Lo deseaba con todo lo que tenía.

Pero no podía.

Porque hombres como yo no tienen refugios. Solo tienen misiones.

Esa noche, dormimos en habitaciones separadas.

O fingimos hacerlo.

Yo no dormí.

La escuché llorar.

Después la escuché gritar en sueños.

Pesadillas.

Me levanté. Fui hasta su puerta. Dudé.

Y toqué.

—Scarlett… —llamé.

Ella abrió. Tenía los ojos hinchados. El rostro mojado. Pero no dijo nada. Solo me abrazó.

Y yo la dejé.

Nos sentamos en el borde de su cama. No dijimos nada por largo rato.

—¿Te vas a ir cuando esto acabe? —preguntó, rompiendo el silencio.

—Tengo que hacerlo.

—¿Y si te pidiera que no lo hicieras?

—No me pidas eso.

—¿Y si lo hiciera?

—Entonces tendría que elegir entre lo que quiero… y lo que soy.

Ella bajó la mirada.

—¿Y qué eres, Liam?

Pensé en todas las veces que había matado. En todas las veces que había callado. En todo lo que había sacrificado.

—Soy un arma. Una que solo sirve para proteger. Y tú… tú necesitas a alguien que sepa quedarse cuando el peligro se va.

Ella me miró.

—Tal vez yo también soy un arma. Pero solo quiero ser disparada por ti.

Y entonces la abracé.

No con deseo.

Sino con amor.

Porque, aunque no pudiera decirlo aún, yo también la amaba.

Y eso era mi condena

A la mañana siguiente, el helicóptero sobrevoló la zona. Dos agentes descendieron. El reemplazo.

El protocolo era claro: ella debía ser trasladada al siguiente punto seguro. Yo debía desaparecer. Sin despedidas. Sin rastros.

La miré por última vez antes de que subiera a bordo.

Ella me sostuvo la mirada. Firme. Herida. Valiente.

Y antes de desaparecer, dijo una sola frase:

—No soy tu debilidad, Liam. Soy tu destino.

Y cuando el helicóptero se perdió en el cielo, supe que no había línea que no estuviera dispuesto a romper para volver a ella.

Pero por ahora…

el deber me llamaba.

Y yo debía responder.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP