Entre el deber y el deseo
Entre el deber y el deseo
Por: Gilover28
1 | Bajo vigilancia

Liam

El deber no admite distracciones.

Esa era la frase que llevaba tatuada en la mente desde que me convertí en agente de operaciones encubiertas. Fría, tajante, necesaria. Una frase que me había salvado la vida más veces de las que podía contar. Pero esa frase empezó a desdibujarse en cuanto ella entró a mi radar.

Scarlett Valen.

La primera vez que la vi no fue en persona. Fue en una pantalla, durante el análisis del caso. Llevaba un vestido rojo escarlata —una ironía que no pasé por alto—, y sus labios curvados en una sonrisa perfecta mientras salía de un teatro de Broadway, flanqueada por flashes, reporteros y seguridad privada. Una estrella. Un objetivo. Una testigo.

Y ahora, una carga que debía proteger.

—Hart, la trasladamos esta noche. Ya no es seguro mantenerla en el apartamento— me informó el jefe, mientras me lanzaba un sobre con nuevos documentos falsos. —Identidades nuevas. Ubicación nueva. Hasta que pueda declarar.

Asentí sin una palabra. Me habían entrenado para proteger personas. No para admirarlas. Pero había algo en Scarlett que era difícil de ignorar. Tal vez era el contraste. Ella era todo lo que yo no: caótica, expresiva, ruidosa. Un alma brillante que no entendía la oscuridad que la rodeaba. Y ahora yo era su sombra.

El edificio donde se encontraba estaba vigilado por dos autos sin placas y una patrulla falsa. Entré sin anunciarme, usando la llave que me habían dado, y cerré con seguro detrás de mí. Silencio.

—Scarlett— llamé con voz firme.

Nada.

Me adentré más. Habitación pulcra, huele a perfume caro. Paredes decoradas con cuadros teatrales, una maleta a medio empacar en la esquina. Seguí avanzando hasta encontrarla. Estaba en la cocina, descalza, con una copa de vino en la mano y un vestido de seda que apenas cubría sus muslos.

Me vio, y en lugar de gritar o asustarse, sonrió como si me esperara.

—Vaya, por fin mandan a un guardaespaldas que parece sacado de una película de acción.

—No soy tu guardaespaldas. Soy la única razón por la que vas a llegar viva al juicio.

Ella ladeó la cabeza, divertida, y caminó hacia mí. Su andar era felino, elegante, lleno de una confianza que bordeaba la provocación.

—¿Y cómo se supone que me protejas? ¿Siguiéndome a todas partes con esa cara de piedra?

—Exactamente— respondí sin mover un músculo.

Ella rió, ligera, pero no había nada ingenuo en su mirada. Sabía lo que hacía. Sabía que era hermosa. Sabía que era un problema.

—Tienes diez minutos para empacar. Nos vamos— le dije.

—¿A dónde?

—A un lugar más seguro. Nada de preguntas.

Scarlett bufó, pero obedeció. Yo permanecí firme, clavado en la cocina, sin dejar de observar cada movimiento. No por placer —eso me repetí al menos tres veces—, sino porque cualquier descuido podría costarnos la vida.

Mientras ella subía a su habitación, revisé los accesos, comprobé cámaras y señales. El protocolo. Lo de siempre. Pero nada me preparó para verla bajar con un vestido ajustado, botas altas y un abrigo ligero.

—¿Eso es lo que consideras apropiado para huir?

—Disculpa si no tengo ropa antibalas en mi guardarropa de actriz— replicó, arqueando una ceja.

Suspiré y le lancé una chaqueta.

—Póntela. Y quédate cerca.

El viaje fue silencioso. Ella miraba por la ventana, con la barbilla apoyada en la mano, mientras yo mantenía los ojos en el retrovisor. Dos vehículos nos seguían, pero desaparecieron tras unas calles. Señal de que nos habían detectado, pero no rastreado aún.

Llegamos al nuevo refugio: una cabaña de seguridad en las afueras, protegida por perímetros electrónicos, sin cobertura y con acceso solo por vía aérea o en todo terreno.

—¿Esto es una casa o una prisión?— preguntó Scarlett, mirando alrededor con desdén.

—Lo segundo, si no colaboras.

Ella me lanzó una mirada de fuego, pero no dijo más. Entramos. Ella exploró cada rincón con curiosidad. Yo dejé mis armas sobre la mesa y empecé a revisar los equipos de vigilancia.

—¿No piensas dormir nunca?

—Dormir es para los vivos— respondí.

Ella se acercó a mí, silenciosa, hasta que su perfume me invadió. Cálido, dulce, embriagador.

—Entonces supongo que yo tendré que distraerme sola en esta prisión…— murmuró, rozándome apenas con los dedos mientras se alejaba hacia su habitación.

Cerró la puerta sin mirarme, pero su sombra seguía presente.

Esa noche no dormí. La pasé revisando cámaras, trazando planes de escape, simulando posibles ataques. Y, aunque no lo admitiera, escuchando sus pasos suaves al otro lado de la puerta. Suspiros. Una ducha. Una melodía tarareada a media voz.

Scarlett Valen era la clase de mujer que ponía en riesgo cualquier misión. No porque fuera peligrosa, sino porque te hacía olvidar el peligro real. Te arrastraba a su ritmo, y si no tenías cuidado, dejabas de oír las balas a tu alrededor.

A la mañana siguiente, la encontré preparando café. Llevaba una camisa mía, apenas abotonada, y ni siquiera intentó fingir que no sabía lo que hacía.

—No encontré mi ropa. Espero que no te moleste— dijo.

—Mientras no intentes salir de esta casa, puedes usar lo que quieras.

—¿Incluyéndote a ti?

La miré fijamente. Ella sostenía mi mirada con ese brillo travieso y descarado. No parpadeaba. No retrocedía.

Me acerqué hasta que el aire entre nosotros fue una línea tensa. Podía sentir su respiración. El calor de su cuerpo. Y por un segundo, solo un segundo, deseé olvidar el deber.

—No juegues conmigo, Scarlett. No soy el tipo de hombre que sabe parar cuando empieza algo.

—¿Y si yo tampoco quiero que te detengas?

Las palabras flotaron en el aire, peligrosas, como una cerilla cerca de gasolina. Pero yo retrocedí. Porque aún no era el momento. Aún no.

—Te estoy salvando la vida. No te equivoques.

Ella sonrió, pero había algo más en su mirada ahora. Un desafío. Una promesa. Una guerra silenciosa.

Y yo, que había sobrevivido a emboscadas, tiroteos, torturas… supe que esta misión, proteger a Scarlett Valen, sería la más peligrosa de todas. Porque ella no iba a matarme con balas. Lo haría con deseo.

Y no había chaleco antibalas que me protegiera de eso.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App