La identidad del Zar

Decidí refugiarme en una de las propiedades de Miguel, lejos de miradas indiscretas y de posibles peligros que acecharan a mis hijos. La seguridad era primordial, y mantenernos ocultos era la mejor opción. Nadie sabía de nuestra ubicación, ni siquiera mis familiares más cercanos, por pura precaución. No iba a permitir que nadie se interpusiera entre mis hijos y yo, incluso si eso significaba alejarnos y empezar de nuevo en un lugar desconocido.

Gabriel, afortunadamente, parecía estar adaptándose bien a la situación. Su relación con Miguel era buena, lo que facilitaba las cosas. Sin embargo, Isabella estaba furiosa. No quería venir aquí, y su enojo era palpable en cada gesto y palabra. La comprendía, pero no podía arriesgarme a dejarla sola. Mi deber como madre era protegerla, aunque eso implicara enfrentar su ira y descontento.

— Mañana podemos ir a cabalgar, ¿te gustan los caballos, verdad, Gabriel?— Inquiere Miguel.

— ¡Sí, me encantan los caballos!

— ¿Y a ti, Isabella? ¿Te gustaría
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