Entra En Mi Juego
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Por: Marcia E. Cabrero
Capítulo 1

Christian

Christian

Embisto con todas mis fuerzas, estrello mi hombro derecho contra el lateral izquierdo de mi contrincante, ese sonido seco y fuerte me hace sonreír. Roscoe se retuerce en el piso y levanto mi pulgar hacia él. No presto atención cuando el entrenador me grita que sólo es una práctica y que debo contener mi fuerza, mucho menos me intereso en los gritos e insultos de mis compañeros. Sólo a una persona le he dicho esto libremente, pero jugar ayuda a calmar mi cabeza, a concentrarme y pensar de la mejor manera. El fútbol me mantiene concentrado.

Me ordenan salir del campo, lo hago obviando el mal humor de mis compañeros y sigo mi camino. Tengo dos semanas en este equipo y no fue mi mejor opción si hablamos de dinero, pero me gusta.

—Eres un idiota —me acusa Ricky—. El doctor está revisando a Roscoe. Le dañarás la temporada.

—No llores por tu mujercita —me burlo. Ese par siempre están juntos y se siente bien desquitarse un poco—. Faltan tres meses para eso.

Hace ese gesto que siempre hace con su boca, levanta su labio, quiere parecer un chico malo de barrios bajos, pero el imbécil no luce más que como un payaso de feria.

—Y toda la ofensiva estará en sillas de ruedas si no te contienes. ¿Acaso es tu primera vez en un equipo?

—No, entrenador —escupo y él bufa.

Todos los días de entrenamiento es lo mismo. “Cálmate, muchacho”, “Deja la ira para los juegos”.

No puedo hacer mucho si disfruto tanto quebrando algunos huesos. Es difícil.

Levanto las cejas al ver cómo Jessie, nuestro capitán, me mira con atención. Siempre lo hace y me está sacando de quicio. Levanto la barbilla, retándolo, si es eso lo que busca, y el imbécil sonríe antes de decirle algo a Samuel, otro defensa. Le veo dar palmadas y ordena a todos tomar posiciones para continuar con el entrenamiento. Jessie infunde respeto, se lo ha ganado a pulso, y eso se lo valoro.

—¡Christian! —grita el entrenador, lo miro y me señala el cielo—. Elroy te espera.

Sonrío por el gesto, por el temor que infunde Elroy y no porque el tipo sea grande. Su omnipotencia es reconocida, incluso por los equipos de la costa este.

Esta parte es la más difícil, pero no me puede echar por hacer mi trabajo. Doy media vuelta y camino a lo más alto de las gradas, donde, sentado como todo un jefe, me espera Clarence Elroy, el manejador del equipo. Palmea el lugar a su derecha y suspiro antes de sentarme un par de sillas antes.

—¿Cómo estás, Christian? ¿Cómo te has sentido en la ciudad y con el equipo?

Frunzo el ceño y miro a mis nuevos compañeros entrenar, practicar y hablar entre ellos con confianza. Algunos nuevos como yo y muchos otros que ya llevan juntos desde hace algún tiempo. El único con el que estoy un poco familiarizado es con Ricky, estuvimos en el mismo equipo hace cuatro años, en Denver, el primer equipo donde jugué como profesional, y aún en ese entonces no nos llevábamos bien. Quizás fue porque lo mandé a dormir un par de horas en mi primer día.

No lo sé.

—Son bonitas personas —digo, con una sonrisa.

Elroy ríe y niega.

—Es un equipo, muchacho. No eres tú solo contra el mundo.

Siempre fui yo solo contra el mundo, hasta que papá adoptó a mi hermano y me llevaron con ellos.

—Llevo haciendo esto desde los doce años.

—Pues no parece —se queja—. Estoy intentando no darte el maldito sermón y no me estás ayudando.

Rio.

—Haré lo mejor que pueda para no hacer mi trabajo.

—En los entrenamientos —espeta, algo asustado.

—En los entrenamientos, jefe.

—Mucho mejor. Ahora lárgate y tómate unos días. Tus compañeros estarán felices de saber que no estarás por aquí.

—Vaya, y yo que empezaba a familiarizarme con sus huesos.

Me ordena irme y me levanto.

La primera vez que vi a Elroy fue hace un mes, el día que firmé mi contrato con ellos, me dio el famoso sermón: “Conozco tu hoja de vida y tu fuerza, tu falta de compañerismo y las constantes peleas. Eres bueno, chico, pero el equipo es primero, si fallas, jodidamente te vas de aquí.”

Fue divertido, pero al llegar a mi primer día de entrenamiento mis compañeros no evitaron su hostilidad hacia mí, así que no les debo nada. Todos creen que llegué a donde estoy por mi familia, por “venir” de una familia adinerada, por los contactos de mi padre. No tienen idea de todas aquellas horas que sudé, lloré y me enfermé, sólo jugando y aprendiendo, fortaleciendo mi cuerpo para ser lo que soy hoy, para tener el nivel del que hoy me vanaglorio. No tienen ni una jodida idea y no tengo más que demostrárselos de la mejor manera que sé.

Me despido de Elroy con una sonrisa y me voy. Ahora tengo cosas más importantes que hacer, y escuchar las quejas de nenas idiotas que no aguantan un estúpido golpe, no está en mis planes. Mi hermano Maxi seguro los haría llorar en forma, y sólo tiene cinco años.

Sin bañarme, me cambio y tomo mi bolso para irme cuanto antes. Con suerte llegaré antes de su hora de salida y la invitaré a cenar. Hace casi un año no la veo, todo gracias a que no he querido ir a casa evitando las ominosas charlas con papá sobre mi ruptura con Yuki. La aman, dicen que ella era la correcta para mí; buena familia, inteligente, dedicada, tierna, bonita, con un gran futuro, me mantenía concentrado y me impulsaba a ser mejor. Todo eso es Yuki, según mi familia.

Saludo a mi paso a los vecinos del edificio, todos con el conocimiento de quién soy.

Hubiera preferido una casa, pero esto es bueno si soy sólo yo. Creo que eso es lo único en lo que concordábamos Yuki y yo. La privacidad.

—Buenas tardes, vecino —saluda la chica de al lado. Ya olvidé su nombre, creo que me lo ha dicho unas tres veces desde el día que me mudé. Suelo ser malo para estas tonterías—. ¿Mucho afán?

Me detengo a mirarla mientras rebusco las llaves en lo profundo de mi maletín.  Bonita, del tipo “me gusta la acción y estoy siempre disponible”. Siempre fueron mis preferidas.

—Tengo que llegar a una cena importante en NY.

Muy importante para mí.

—Que afortunada.

—No creo que mi hermana piense lo mismo.

Ese toque parece animarla un poco y quiero reír. Siempre funciona. Aunque, a decir verdad, ella no me interesa, por lo menos si tengo una oportunidad para tener a la única persona que hace que mi corazón se acelere. Eso lo comprobaré con este viaje. Estoy enamorado, pero no soy un imbécil que se quedará esperando toda la vida por algo que aún no es recíproco.

Ni yo mismo me puedo creer eso. Ya esperé demasiado tiempo y no me rendiré.

Me despido de ella vecina caliente y me afano para tomar mi camino.

Al salir del edificio, el portero llama mi atención. Me señala a una pareja que espera y los veo caminar hacia mí con enormes sonrisas, de esas que pensarías que son sinceras si no los conocieras en realidad. Suelen seguirme a todos lados, casi a cada ciudad que me mudo y van casi a todos mis partidos. Eso es asfixiante.

—¡Chris! —llaman ambos, y cuento hasta diez.

—¿Qué hacen aquí? —siseo.

No sé cuándo voy a aprender que contar no funciona para mí.

—Mañana es tu cumpleaños, queríamos pasar tiempo contigo —dice la que solía hacerse llamar mi madre.

Esta preocupación de ellos hacia mí me hace enojar. Siempre he tenido problemas de control, desde niño, y para ellos no fui más que un estorbo. Su hijo preferido siempre fue mi hermano Louis, el inteligente, el tranquilo, el maleable, el que nunca replica o alza la voz, el hijo perfecto para una familia como esa. Yo sólo era el incontrolable y escandaloso, el idiota que reprobaba materias, el futuro delincuente que los avergonzaba. No fue hasta que entré a la secundaria, donde el consejero me sugirió que entrara al equipo de fútbol. Podría decirse que allí empecé a mejorar, a controlar mi energía, a dejar ir esa ira acumulada en el campo con mis compañeros y con las chicas que me buscaban por mi “popularidad”, pero nunca fui mejor para que ellos me consideraran su hijo.

Por lo menos hasta que se enteraron de que su hijo perfecto era gay.

Amo a mi hermano, lo apoyo y defiendo; él no es más que una víctima de este par de… personas. Recordar cómo Augustus lo golpeó cuando se enteró de sus gustos, provoca que quiera golpearlo en este instante, sin importar que hayan pasado ya ocho años.

Lo único que les agradezco es que, gracias a su estupidez, mi hermano y yo terminamos en una familia genial, donde tengo cuatro hermanos más, a los que amo, unos padres que nos apoyan en todo, un lugar que es más que un hogar, y a ella. Esa es mi familia.

—Voy de salida y no tengo tiempo para repetirles lo mismo de siempre —me alejo, pero Lina toma mi brazo al punto del llanto. Ruedo los ojos y suspiro antes de jalar mi brazo con fuerza, la suficiente para hacerla trastabillar, y hablo—. No me interesa que intenten ser un par de padres de m****a, tengo padres y se llaman Alexander y Sarah Collins. Ahora aléjense.

—Eres un malagradecido —se queja Augustus, apretando los dientes, y deseo que haga un movimiento contra mí.

—Vaya, lo dice el hombre que de niño me llamaba “inútil bastardo”.

Se pone rojo cuando las personas alrededor exclaman fuera de sí, eso es algo que impresionaría a cualquiera y ellos son muy buenos para aparentar lo que no son. A mi hermano y a mí dejaron de importarnos lo que los demás pensaran de nosotros desde hace mucho tiempo. Ahora me queda esperar cuanto demorará esto en pasar a hacerse público. No es que sea un secreto que mis actuales padres, no son realmente mis padres, a pesar de no llevar el apellido de Alexander, aunque él una vez me dio permiso para usarlo cuando, en broma, dije que lo cambiaría. Amé a ese hombre y juro que casi lloré. Casi, porque fue mi princesita la que lo hizo por mí, salvando mi honor de macho.

Doy media vuelta y resoplo al ver a un chico con su teléfono en lo alto apuntando a nosotros.

Marcia E. Cabrero

Esta historia es una secuela de la serie Aventura, que está siendo subida ya a Buenovela, más específicamente al tercer libro de la serie llamado "Aventura De Una Ama De Casa Desesperada". Amy aún es una niña y Christian un adolescente malhablado que mira con interés a Sarah (mamá de Amy y quien posteriormente se convierte en su madre adoptiva). Espero disfruten la historia. Saludos.

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