Marcelo y Alessandra aterrizaron en el aeropuerto de Florencia, en la región de La Toscana, tres horas después de abordar el avión y dejar Palermo, fueron recibidos por una ciudad llena de coloridos, arquitectura y un cielo azul, como el mar.Florencia era su tercera ciudad y también la tercera semana de su luna de miel. Tres semanas lejos de Nueva York y, sin duda, eran las mejores semanas de su vida.—¿Quieres que primero pasemos a comer y luego nos dirigimos al hotel? —preguntó Marcelo, subiendo al taxi, detrás de Alessandra.—Aunque he tenido algunos aperitivos durante el vuelo, muero de hambre —respondió ella, viendo la ciudad a través de la ventanilla del auto.—¡No se diga más! —exclamó Marcelo. Le dio instrucciones al chofer del taxi y se dirigieron al centro de la ciudad, eligieron un restaurante al azar y se deleitaron con los platillos típicos de la casa.Luego, se dirigieron al hotel para dejar las maletas y descansar un momento. Una hora más tarde, Marcelo se dirigió a la
Venecia, la ciudad del amor en Véneto, fue la última parada para los recién casados, llevaban poco más de un mes fuera y habían decidido dejar la región noroeste para el final de su luna de miel.Se hospedaron en el hotel Gazzettino, en San Marcos, a solo unos pocos minutos de la plaza de San Marcos, del puente de Rialto y a 350 metros del Palacio Ducal. Y desde donde podían apreciar la colorida ciudad, casas pintorescas que el único color que parecían compartir entre ellas eran los techos rojos.En su primer paseo, recorrieron las calles y puentes de la ciudad tomados de la mano. Se detuvieron a tomar un café en Rialto, cenaron en Al Vecio, decorado de un blanco inmaculado, con sillas y mesas en color negro, con manteles de un blanco impecable y cristalería. La pareja eligió una mesa con vista al canal, desde donde se podían observar las góndolas, ir y venir con visitantes y propios del lugar.Al día siguiente, continuaron con su tour en la ciudad, visitaron la Basílica de San Marcos
El avión aterrizó a las seis de la tarde en el aeropuerto Internacional John F. Kennedy, en el barrio de Queens, a 26 kilómetros del centro de Nueva York, donde vivían.Marcelo tomó la mano de Alessandra luego de recoger las maletas y caminaron a la sala de espera, donde algunos miembros de la familia se habían reunido para llevarlos a casa.—¡Alessa! —exclamó Michael, emocionado al ver a su hija luego de seis semanas de ausencia. Alessandra corrió a los brazos de su padre, lo saludó con un beso en ambas mejillas, mientras él le dejaba un beso sobre la frente y la estrechaba contra su cuerpo.—Papá —susurró ella, su voz fue apenas audible por el bullicio del aeropuerto.—Bienvenida, mi princesa —le dijo él, separándose de su lado para verla mejor. Alessandra lucí espectacular, su rostro irradiaba de felicidad.—Gracias —respondió ella, buscando con la mirada a su madre, pero Larissa no estaba presente lo cual le sorprendió y preocupó, sin embargo, no tuvo oportunidad de preguntar, pue
Los siguientes días pasaron en un abrir y cerrar de ojos, Alessandra y Marcelo se reincorporaron a sus actividades en sus respectivos puestos de trabajo, poniéndose al día de lo sucedido durante su ausencia.—Entonces, ¿piensas irte de vacaciones? —preguntó Alessandra, tomando un sorbo de su taza de café, mientras veía a su prima.—Sí, lo había pospuesto por la semana de la moda y luego por tu boda y luna de miel, pero contigo de regreso, puedo irme sin ningún problema. Además, no te dejaré sola.—¿Qué quieres decir?—Mamá ocupará mi lugar durante las semanas que estaré ausente —comentó.—¿Cuándo te irás? —preguntó, dejando su taza a un lado y prestando toda su atención a Nicole.—No será tan pronto, Ale, aún tengo que convencer a mi padre —se rio.—Mi tío Renato es un hueso duro de roer, pero no creo que tengas que rogarle. Has estado trabajando muy arduo, te mereces un descanso. ¿Siempre irás a Dubái? —No, no sé —se rio Nicole—. Me gustaría quedarme un tiempo en Grecia y luego veré
La consulta duró menos que el tiempo que les llevó llegar al hospital. El médico le hizo las preguntas de rigor a Marcelo, las cuales se limitó a responder con precisión. Luego de eso, le extendió una orden para hacerse algunas pruebas y descartar posibles infecciones u enfermedad.—¿De verdad tengo que hacerlo? —preguntó Marcelo, viendo a Alessandra con ojos de cachorro a medio morir.—No me digas que le tienes miedo a las agujas —pronunció divertida.—No te atrevas a reírte de mí, Ale —gruñó con él con las mejillas sonrojadas.Alessandra le dio un beso en la mejilla.—Estaré contigo, mi niño grande. No va a dolerte —le prometió sin borrar la sonrisa de su rostro.Marcelo asintió, nunca le habían gustado las agujas y visitar el hospital era de las cosas que prefería no hacer, por eso trataba de no enfermarse desde que era un niño.Alessandra se sentó en la silla junto a Marcelo y esperaron con paciencia a que la enfermera encargada de llevarlo al laboratorio lo llamaran. La extracció
Alessandra salió de la clínica del médico, sin poder creer los resultados, cuando había llevado a Marcelo al hospital para hacerse un chequeo, ni siquiera había pensado en ella. Ahora, tenía entre sus manos un sobre en blanco que había cambiado su vida totalmente y que la tenía pensando en la reacción de Marcelo. ¿Estaría feliz de ser papá muy pronto? ¿La culparía por haberse olvidado de las pastillas? Su reacción le importaba mucho, pero no tenía miedo de decirle lo que estaba ocurriendo. El bebé era de los dos y su amor, ella confiaba en el amor que sentían el uno por el otro.Un bebé iba a cambiarles la vida, pero no iba a disminuir sus sentimientos. Ella subió al auto, trató de relajarse un momento para no entrar en el tráfico, sintiéndose emocionada y nerviosa. Un momento que también aprovechó para pensar en lo que haría. Podía irse a la oficina y esperar reunirse con Marcelo en la intimidad de su hogar para darle la noticia; también podía prepararle una sorpresa en la habitación
«La señora sufrió un accidente saliendo del estacionamiento y está siendo llevada al hospital».El aire abandonó los pulmones de Marcelo, como cuando alguien recibe un golpe en la boca del estómago. Y sintió cómo de repente su corazón bombeó con más fuerza, convirtiendo su sangre en ardiente lava. Quemaba, cada respiro que daba para buscar oxígeno ardía en sus fosas nasales y quemaba su garganta, haciendo insoportable el ardor en sus pulmones.—¿Qué? —preguntó con voz ahogada, sintiéndose paralizado.—No sé mucho más, señor, por favor, dese prisa —le urgió la mujer al otro lado de la línea.Marcelo no supo si colgó la llamada, ni siquiera le importó la presencia de Miranda, salió corriendo en busca de su esposa, sintiendo que el corazón se le salía por la garganta. Si llegaba a pasarle algo a Alessandra, no iba a perdonárselo. ¡No! Ella tenía que estar bien, él tenía que explicarle las cosas, tenía que decirle que la única dueña de su corazón y de su amor era ella y nadie más.Cuando
«La paciente presenta un embarazo de seis semanas y un sangrado que puede comprometer la vida del feto».Marcelo no creyó que pudiera sentirse peor, pero se había equivocado totalmente. Las palabras del doctor fueron un nuevo golpe y una nueva ola de terror para él. Por segunda vez, en lo que iba de la tarde, sintió cómo el piso se movía bajo sus pies. ¡Qué caro estaba pagando el haber conocido a Miranda y el enredarse con ella! Si hubiese podido llegar a imaginar lo que pasaría, él…—¡No!El grito de Larissa interrumpió sus pensamientos, él levantó la mirada y la vio aferrada a los brazos de Michael. Tenía enterrado el rostro contra su pecho, pero sus hombros temblaban producto de su llanto. Solo entonces sintió los brazos de su padre alrededor de su cuerpo y se dio cuenta de que era sostenido por él. Marcelo ni siquiera fue consciente del momento en que sus piernas perdieron toda su fuerza o del momento en que sus labios pronunciaron una lamentación que conmovió a todos.—Si hay alg