Los segundos fueron pasando y Leonardo permaneció inmóvil. Después de un intenso debate interno, dio el primer paso en dirección a la persona y a ese le siguieron otros. No importaba lo que quisiera, jamás se sentiría bien consigo mismo si se iba sin asegurarse que la persona estaba bien.
Al inicio caminó lento, pero luego aceleró el paso. No es como si pudiera mojarse más, pero cuanto más tiempo permaneciera bajo la intensa lluvia, la probabilidad de terminar enfermo se iría haciendo más grande.
Conforme estaba más cerca, se preguntó si no estaba teniendo alguna alucinación inducida por el frío y el cansancio. Después de todo, nadie sería tan loco para salir a la intemperie con ese clima. Nadie a parte de él. Aunque en su caso fue más por necesidad.
La lluvia hace tiempo había penetrado su ropa, si tan solo hubiera cogido un paraguas no estaría así.
Cuando llegó hasta donde estaba la que ahora tenía seguridad era una mujer, ella no se movió. La reacción más común habría sido que retrocediera con miedo o que le gritará que se largara. Pero ni siquiera se fijó en él. Si no fuera por su aliento que se reflejaba en el frio de la noche, habría pensado que se trataba de un fantasma. Su piel estaba completamente pálida y tenía los ojos rojos. No podía afirmar con certeza si lo que corría por su mejilla eran lágrimas o lluvia. Ella miraba al frente y sus pensamientos parecían estar a kilómetros de distancia.
—¿Estás bien? —preguntó alzando la voz para que ella pudiera escucharlo sobre la lluvia.
Espero una respuesta, pero la mujer siguió impasible. Pensó que tal vez no lo había escuchado, aunque era improbable.
Se acercó un poco más y sacudió su mano delante de ella. La mujer por fin reparó en su presencia. Ella giró su rostro y lo miró directo a los ojos. Abrió la boca como si fuera a decir algo; pero, en lugar de eso, cerró los ojos y se desvaneció.
Leonardo logró atraparla antes de que terminara en el suelo. Miró a todos lados esperando ver a alguien tal vez buscando a la mujer. Estaba consciente de que estaba pidiendo demasiado.
>>¡Genial! —gruñó frustrado. Encontrarse con esa mujer mientras el cielo se caía sobre ellos, era lo último que necesitaba.
Regresó su atención a la mujer. Tenía que concentrase en lo primordial. Buscó su pulso, pensando por primera vez en la posibilidad de que no estaba viva. Su piel estaba helada, pero su pulso estaba allí aunque un poco débil, al igual que su respiración que era apenas notoria.
Dedujo que probablemente se había desmayado a causa del frío. Algo para nada sorprendente si ella había pasado demasiado tiempo bajo la lluvia.
Leonardo colocó sus brazos en la nuca y detrás de las rodillas de la mujer, luego la cargó y la llevó hasta su carro. Todavía no tenía pensado que iba a hacer, pero ninguno de los dos podía seguir a la intemperie. Su cerebro pensaría mejor en un ambiente cálido.
Se las ingenió para abrir la puerta de atrás sin soltar a la mujer. Luego la recostó sobre el asiento y le retiró su casaca. Estiró su brazo al asiento de adelante para tomar su saco. Colocó la prenda encima de la mujer aunque no estaba tan seguro de cuanta diferencia hacia estando ella con toda la ropa mojada. Cerró la puerta una vez estuvo seguro que ella no se caería.
Rodeó el carro y entró en el asiento del piloto. El calor dentro era un contraste con el clima de fuera. Ni siquiera lo pensó mucho antes de retirarse la camisa.
Se frotó el rostro con ambas manos. Esa noche estaba resultando desastrosa y tenía el presentimiento que no acabaría pronto.
Miró a la mujer a través del espejo retrovisor. Esperaba que no fuera una criminal. Se rio de sus pensamientos. La mujer era delgada y por lo que había visto antes apenas le llegaba a su pecho. No parecía una mujer capaz de atacar a nadie, pero tampoco podía estar seguro.
Se debatió entre llevarla a un hospital, que de hecho era la mejor opción. O llevarla a su casa, que para nada era una buena idea. Soltó un suspiro, ya sabía que decisión iba a tomar incluso antes de plantearse las opciones. Por alguna extraña razón no se sentía cómodo dejando a la mujer en un hospital a su suerte. Al menos esa noche la llevaría con él y al día siguiente cuando ella despertara podría pedirle que se marchara.
Encendió el auto y salió de aquel lugar con una pasajera más de la que había tenido antes de detenerse. Alguien a quien no conocía de nada.
La lluvia no mitigó en todo el viaje. Condujo un poco rápido porque le preocupaba la salud de la mujer.
En el viaje aprovechó para llamar a un amigo que era doctor. Colocó el manos libres y esperó a que su amigo tomara la llamada.
—Leonardo, amigo, ¿Qué pasa? —dijo cuando por fin contestó.
—Necesito que vengas a mi casa —pidió sin rodeos.
—¿Sabes la hora que es?
—No estoy seguro.
—Pasan de las diez de la noche.
Leonardo no estaba seguro de como el tiempo había pasado tan rápido.
—Tengo una emergencia —dijo sin dar más detalles. No sabría por dónde comenzar si tenía que explicarse. Podía contarle más tarde cuando se vieran cara a cara.
—Está bien, estaré allí.
Terminó la llamada después de agradecerle. Le debería una grande a su amigo por este favor.
Al llegar metió su carro al garaje que estaba a lado del edificio donde vivía. Se bajó apresurado y fue en busca de la mujer. Al levantarla trató de mantener el abrigo cubriéndola. Gracias a la calefacción del carro se mantenía en su mayoría seco.
Entró al edificio por el acceso aledaño y tan pronto como atravesó la puerta, el guardia de seguridad lo vio. Él se acercó con paso apresurado y con la mirada sorprendida.
—¿Está todo bien, señor Morelli? —Él lo miraba de pies a cabeza más que a la mujer en sus brazos. Fue en ese entonces que recordó que no tenía puesta su camisa. No es como si importara mucho en ese momento.
—Define bien —susurró con ironía aunque el hombre no pareció escucharlo—. La señorita tuvo un percance y se desmayó. Puedes ayudarme a abrir la puerta de mi departamento.
—Claro, señor —dijo él empezando a dirigirse al ascensor.
—Por las escaleras.
Estaba apresurado por llegar y su departamento quedaba en el segundo piso. Les tomaría menos tiempo si subían por las escaleras, en lugar de esperar al ascensor.
El guardia asintió y tomó la delantera.
—Un doctor vendrá a revisarla en cualquier momento. Con este clima tal vez tarde un poco, en cuanto llegué déjalo pasar —indicó mientras subían a su piso.
—Está bien, señor.
Al llegar, el guardia cogió sus llaves y ubicó la de él. Luego abrió la puerta y estiró un brazo para prender la luz. Él mantuvo la puerta abierta para que Leonardo pudiera entrar con la mujer en brazos sin ningún problema.
—Gracias —dijo entrando y dirigiéndose directo a la habitación de huéspedes. Escuchó la puerta cerrándose a lo lejos.
Colocó a la mujer sobre la cama y corrió a encender la luz. Luego fue a su habitación, que estaba al frente, a buscar algo para poder cambiar a la mujer. Cuanto más tiempo pasara con su ropa mojada estaría en más riesgo.
Dudó que alguna de sus ropas le quedara, pero no era momento para ser selectivo. Cogió una polera y un pantalón deportivo antes de regresar con la mujer.
Tomó a la mujer entre sus brazos, ella seguía helada, así que no lo pensó demasiado y la desvistió. Tenía experiencia quitando ropa, no poniéndola; pero se las arregló. No se sentía cómodo viendo desnuda a una mujer que estaba inconsciente y si hubiera habido otra opción la habría tomado.
Una vez que la mujer estuvo con ropa seca la recostó de nuevo en la cama, pero esta vez debajo de las cobijas. Se aseguró de cambiar la de encima para que la humedad, que se había impregnado de la ropa mojada de la mujer, no pasara a las demás.
Espero unos segundos que la mujer recobrara su color y al ver que eso no sucedía, fue y le aumentó la temperatura a la calefacción.
Mientras esperaba por el doctor, se detuvo a observar a la mujer. Con la luz de su habitación podía apreciar mejor sus rasgos. Ella tenía la tez un poco bronceada, unos labios ligeramente gruesos y sus cabellos eran de color castaño. Se preguntó si era mayor de edad porque lucía demasiado joven. Estaría metido en un grave lio si se trataba de alguna chica que se había escapado de casa.
Lo mirara por donde lo mirara, llevarla a su casa había sido un error. No entendía porque no la había llevado a un hospital, seguro se habría ahorrado muchos problemas.
El timbre sonó sacándolo de su ensoñación y se apresuró a ir a abrir. Cuanto antes la viera un médico, sería mejor.
Leonardo llevó a su amigo, Lorenzo, directo a la habitación de huéspedes. En el camino le dio un resumen de lo sucedido. Si su amigo se sorprendió de que había llevado a una completa extraña a su casa, no lo mostró. Ni siquiera le preguntó el por qué no la había llevado a un hospital.Ambos entraron a la habitación y Lorenzo colocó sus cosas a los pies de la cama antes de comenzar a evaluarla. Pero cuando estaba por comenzar lo miró y alzó una ceja interrogante.—¿Piensas quedarte así? Deberías cambiarte si no quieres terminar enfermo.Leonardo lo miró extrañado, a un principio sin saber a qué se refería. Luego se miróde pies a cabeza y cayó en cuenta de que aún estaba con el torso desnudo y el pantalón húmedo. Había estado más pendiente en ayudar a la mujer
La muchacha seguía durmiendo cuando Leonardo se fue a su habitación a tomar una ducha. Todos sus músculos estaban agarrotados por haber dormido en el sillón. Esperaba no tener que dormir en el mismo lugar ese día con una vez había sido más que suficiente. En el baño espero que el agua entibiara un poco y luego se metió debajo de la chorrera. El agua se deslizó por todo su cuerpo relajando su cuerpo. Leonardo tuvo que ducharse rápido. Aunque le hubiera gustado tomarse un poco más de tiempo tenía miedo de que la muchacha despertara.Al apagar la ducha, estiró su brazo y cogió una toalla para envolverlo en su cintura. Se acercó al espejo y vio el cansancio reflejado en sus ojos. Un bostezo se le escapó de la boca y se sintió tan tentado de recostarse a su cama. Se había dormido cerca de las cinco de la mañana y las casi tres ho
Natalia vio a Leonardo salir de la habitación después de dejarla sobre la cama. Todo parecía aún muy confuso en su mente. No quería estar allí, pero tampoco sabía a donde ir. —Esto es un desastre —murmuró. Su vista vagó por la habitación en la que se encontraba. Era muy bonita y estaba amueblada por completo. Ella se sentía fuera de lugar allí, como si no perteneciera. Nunca había estado en una habitación parecida. Su actual vivienda era un departamento minúsculo que fácilmente podía caber en esa habitación. Siempre había soñado con tener un lugar propio y que fuera la mitad de hermoso que ese lugar. Maurizio le había dicho que con el dinero que ambos estaban juntando pronto se comprarían una casa. Pero ahora ni siquiera estaba segura de sí todavía le quedaba algo de dinero. Seguro eso también había sido una mentira. Tan solo el pensar en él la hizo sentir mal de nuevo. Quería poder gritar toda la frustración que sentía. Se preguntó cómo había sido ta
Leonardo caminó hasta ella con una bandeja en las manos. Natalia lo miró esperando descifrar que pasaba por su mente. Él mantuvo la misma expresión en todo momento. No parecía molesto, pero tampoco contento.—Traje el desayuno —informó él.—Yo... —Natalia se recordó ser más amable esta vez—. Gracias.Se acomodó mejor en la cama y Leonardo puso la bandeja sobre sus piernas, luego se sentó hacia los pies con la mirada puesta en ella.—¿Cómo te sientes? —preguntó él. No detectó ninguna emoción en su voz.No recordaba la última vez que alguien le había preguntado por su bienestar, así como era la primera vez en mucho tiempo que se tomaba un tiempo para pensar cómo se sentía. Había tantas respuestas posibles. Se sentía insignificante
Leonardo caminó por el pasillo dejando a Natalia con Lorenzo. Por la mirada que su amigo le había dado, sabía que había algo que él tenía que averiguar.Caminó hasta la sala y se sentó a continuar con lo que estaba haciendo antes de que Lorenzo llegará. Aunque no había ido a su empresa, no podía dejar de lado todo el trabajo que tenía. Había optado a trabajar allí por si Natalia lo necesitaba, desde su oficina sería imposible escucharla.El tiempo transcurrió y Leonardo estaba sumergido en los documentos cuando escuchó a alguien acercarse. Lorenzo apareció poco después. Él tenía la misma apariencia tranquila y relajada de siempre.—Ella está bien —dijo su amigo antes de que preguntara algo—. Tuvo bastante suerte, pudo haber cogido un resfriado como mínimo.—¿Entonces
—¿Eso es todo? —preguntó Leonardo mientras le recibía la maleta mediana que Natalia había traído de su cuarto. Se aseguró de que su voz se mantuviera neutra, no quería que ella pensara que la estaba juzgando.—Sí. La habitación venia amueblada y traté de no acumularme de cosas que luego no iba a poder llevarme —explicó Natalia—. Además con todas esas bolsas allí atrás tengo más que suficiente —dijo ella haciendo referencia a la ropa que habían comprado.Después de almorzar la había llevado a un centro comercial para que comprara su ropa. Ella había hecho una mueca cada vez que una prenda se sumaba a toda la ropa que ya habían elegido.No le había pasado desapercibido que al salir del centro comercial, Natalia casi parecía aliviada. Leonardo acomodó la maleta en el asiento de atrás junto con las demás bolsas. Natalia mientras tanto se acomodó en el asiento del copiloto. Él rodeo el carro y se subió, al poco rato estaban en la autopista rumbo a su depart
Apenas Leonardo salió del departamento, Natalia se dejó caer en una de las bancas. Aunque trataba de fingir que todo estaba más que bien, en realidad sentía que todo era un desastre. Tal vez lo único bueno que le estaba pasando en ese momento era haber conocido a Leonardo. Sin el trabajo que él le había ofrecido las cosas serían mucho peor.Se llevó una mano al vientre, el lugar donde estaba creciendo su bebé. Todavía se sentía en un sueño. Aún estaba tratando de aceptar su nuevo estado y que de allí en adelante todo lo que se vendrían serían cambios. En algún momento había pensado en tener un hijo, pero no era esa la situación en la que se lo había imaginado.Debía decirle a Maurizio. No era porque el desgraciado se mereciera saberlo, pero parecía la decisión correcta.La desesperación qui
—¿Entonces ya me piensas contar porque no viniste ayer? —preguntó Valentino.Él había entrado a su oficina sin molestarse en preguntarle si podía hacerlo y luego se había sentado frente a él.Leonardo levantó su mano y miró la hora en su reloj.—Aguantaste bastante —dijo.—Te estaba dando tu tiempo. Creí que me lo dirías sin necesidad de tener que sacártelo. Pero ya me di cuenta que eso no va pasar.—Creí que me dejarías en paz.—Ni una oportunidad de que eso suceda. Ahora dime lo que pasó.—La noche anterior al día de ayer tuve un incidente con mi coche. La llanta se pinchó mientras regresaba a mi departamento. Estaba lloviendo a cantaros y me baje a arreglarla…—Te dije que iba a llover —interrumpió su hermano—. Debiste irte cuand