Natalia vio a Leonardo salir de la habitación después de dejarla sobre la cama. Todo parecía aún muy confuso en su mente. No quería estar allí, pero tampoco sabía a donde ir.
—Esto es un desastre —murmuró.
Su vista vagó por la habitación en la que se encontraba. Era muy bonita y estaba amueblada por completo. Ella se sentía fuera de lugar allí, como si no perteneciera.
Nunca había estado en una habitación parecida. Su actual vivienda era un departamento minúsculo que fácilmente podía caber en esa habitación. Siempre había soñado con tener un lugar propio y que fuera la mitad de hermoso que ese lugar. Maurizio le había dicho que con el dinero que ambos estaban juntando pronto se comprarían una casa. Pero ahora ni siquiera estaba segura de sí todavía le quedaba algo de dinero. Seguro eso también había sido una mentira.
Tan solo el pensar en él la hizo sentir mal de nuevo. Quería poder gritar toda la frustración que sentía. Se preguntó cómo había sido tan ingenua como para confiar en él.
Maurizio había sido su prometido hasta el día anterior. Natalia lo había conocido mientras trabajaba en una cafetería. Él aparentó ser un hombre encantador y se portó siempre con educación. Durante casi una semana ella lo había visto todos los y en una ocasión la había invitado a salir con él. Ella lo había rechazado esa vez al igual que las siguientes veces que él le preguntó volvió a preguntarle.
Después de casi un par de semanas en la misma situación, por fin decidió aceptar. Él parecía un sujeto decente y ella casi nunca salía a divertirse. Aunque no se sentía enamorada de él en ese momento, con el pasar del tiempo había comenzado a sentir afecto.
Maurizio le había contado una triste historia sobre su pasado. Él había dicho que era huérfano y que se había criado en orfanatos y casas de acogida. Le contó como al terminar el colegio él había conseguido una beca para ir a la universidad y que al acabar había fundado su propio negocio, el cual estaba prosperando. Natalia había sentido admiración por él.
El tiempo transcurrió y se fueron conociendo más. En cada cita él la llevaba a conocer diferentes lugares y cuando no estaban juntos él la llamaba para ver cómo estaba. Transcurrió cerca de dos meses antes que él le dijera que se tomaran su relación en serio. Todo en él lo hacía parecer el hombre perfecto, así que aceptó.
Un par de semanas atrás, en su aniversario de un año, él le propuso matrimonio. Natalia no había estado segura, pero creyó que era lo mejor. Él parecía el hombre correcto. Toda su vida se había valido por sí misma y por fin sentía que tenía a alguien con quien contar.
Las cosas parecían estar yendo bien, hasta el día anterior cuando en cuestión de segundos su vida había dado un giro radical.
Ella había estado regresando a su departamento después del trabajo cuando su vista se había posado en un hombre que conocía mejor que a nadie. Maurizio estaba en un restaurante acompañado por otras tres personas. Un señor que guardaba mucho parecido con él y dos mujeres.
Natalia pensó que tal vez era una reunión de negocios, una de la que jamás le había mencionado nada. Intentó no crear historias en su mente y lo estaba logrando hasta que él había besado a la mujer sentado a lado suyo. Al separarse él había mirado a la mujer, como tantas otras veces lo había hecho con ella.
Hasta ese momento no podía entender porque no se había retirado tan pronto como vio el beso. Ella había permanecido petrificada en el mismo lugar. Era como si el tiempo se habría detenido para ella, pero para el resto las cosas siguieran igual
Maurizio alzó la mirada en su dirección como si la hubiera sentido y después de disculparse con el resto había salido. No le pasó desapercibido como había acariciado la mano de la mujer, que tenía un anillo de compromiso en el dedo, al salir.
Ella había caminado en automático hasta la puerta y fue allí donde Maurizio la había tomado del brazo con rudeza jalándola hacia un callejón un poco más adelante.
—Suéltame, me haces daño —había pedido cuando logró recuperarse un poco.
—¿Qué demonios haces aquí? —había preguntado el entre dientes. Nunca lo había visto comportarse de esa manera. Él siempre había sido alguien dulce.
Lo había mirado tratando de descubrir quién era la persona que tenía frente a ella porque no podía reconocerlo. No había nada en él del hombre que creía conocer.
—¿Qué te sucede?
—Vete a casa, hablaremos allí.
Ella se había reído histéricamente ante su orden. Al parecer Maurizio creía que era una completa estúpida que podía seguir manipulando.
—No, dime ahora que está sucediendo.
Entonces, por primera vez desde que lo conocía, el habló con verdadera honestidad. Le hizo un resumen de quién era en verdad y lo que buscaba de ella.
Resultó que ni era huérfano, ni había logrado nada por su cuenta. Era hijo único de padres acomodados que lo había puesto al mando del negocio familia. Esa no fueron las únicas mentiras que le había contado. El bastardo tenía una novia con la que planeaba casarse dentro de los próximos meses. Natalia había sido para él solo una diversión con la que pensaba terminar en cuanto se aburriese.
Descubrir todo eso fue un impacto. No estaba segura si tenía un letrero en la frente que decía: “lastímenme”, porque eso era lo único que hacían las personas que decían quererla.
Después de contarle toda la verdad él la había mirado con desprecio y había caminado de regreso al restaurante. No miró hacia atrás ni una sola vez.
Le había tomado un tiempo lograr que sus piernas comenzaran a moverse. Había caminado por mucho tiempo sin rumbo. Su mente pérdida en los recuerdos y tratando de descubrir que había hecho para que él la lastimara como lo hizo. Su mente se había desconectado de su cuerpo y solo dio paso tras paso. Ni siquiera había sentido cuando empezó a llover.
Entonces en medio de la noche y con la ropa mojada, alguien le había hablado. Al buscar con la mirada, se había encontrado con el rostro de un hombre. Natalia había intentado responder, pero fue cuando todo se volvió negro.
Después despertó en una casa desconocida y había tratado de levantarse mucho antes de recordar lo sucedido la noche anterior. Un mareo la había azotado tan pronto como se levantó y no tuvo más remedio que volverse a sentar.
Entonces el hombre del día anterior apareció y sus recuerdos habían regresado de golpe. Fue un milagro que no se echara a llorar de nuevo al recordar la traición de Maurizio. Pero al parecer sus lágrimas se habían acabado.
No le dolía tanto el hecho de que había perdido a alguien que quería, sino el que había confiado en Maurizio por tanto tiempo y él solo la había engañado.
Un año. Un maldito año, era lo que había desperdiciado a lado de un mentiroso. Un dolor en el pecho comenzó a hostigarla de nuevo, pero fingió que no era real. Ignoró la sensación de tristeza y se concentró en su ira.
Maldijo en silencio su estupidez. Su vida era un completo desastre y no parecía que fuera a mejorar. Acababa de ser abandonada, no tenía el suficiente dinero para llegar al fin de mes y como si no fuera poco, estaba en la casa de un desconocido que bien podría ser un psicópata.
Intentó tranquilizarse recordando que el psicópata había llamado al doctor para que la revisara y había cuidado de ella toda la noche. Tal vez no era tan malo como creía.
Se recostó y cerró los ojos, necesitaba de algunos minutos para olvidarse de todo y fingir que su vida estaba bien. Seguro que encontraría una solución a su problema.
La imagen de Leonardo bajo la lluvia le vino a la mente. Él había sido muy considerado en acercarse a verificar si estaba bien. Era seguro que muchas otras personas antes que él, la habían pasado de largo.
La puerta se abrió en ese momento. Natalia abrió los ojos y se encontró con Leonardo, era como si lo hubiera invocado con sus pensamientos.
Tenía que reconocer que era un hombre atractivo. Tenía los cabellos negros, la piel bronceada, los ojos color verde y la mandíbula fuerte. Pero seguro que su carácter era de lo peor.
Leonardo caminó hasta ella con una bandeja en las manos. Natalia lo miró esperando descifrar que pasaba por su mente. Él mantuvo la misma expresión en todo momento. No parecía molesto, pero tampoco contento.—Traje el desayuno —informó él.—Yo... —Natalia se recordó ser más amable esta vez—. Gracias.Se acomodó mejor en la cama y Leonardo puso la bandeja sobre sus piernas, luego se sentó hacia los pies con la mirada puesta en ella.—¿Cómo te sientes? —preguntó él. No detectó ninguna emoción en su voz.No recordaba la última vez que alguien le había preguntado por su bienestar, así como era la primera vez en mucho tiempo que se tomaba un tiempo para pensar cómo se sentía. Había tantas respuestas posibles. Se sentía insignificante
Leonardo caminó por el pasillo dejando a Natalia con Lorenzo. Por la mirada que su amigo le había dado, sabía que había algo que él tenía que averiguar.Caminó hasta la sala y se sentó a continuar con lo que estaba haciendo antes de que Lorenzo llegará. Aunque no había ido a su empresa, no podía dejar de lado todo el trabajo que tenía. Había optado a trabajar allí por si Natalia lo necesitaba, desde su oficina sería imposible escucharla.El tiempo transcurrió y Leonardo estaba sumergido en los documentos cuando escuchó a alguien acercarse. Lorenzo apareció poco después. Él tenía la misma apariencia tranquila y relajada de siempre.—Ella está bien —dijo su amigo antes de que preguntara algo—. Tuvo bastante suerte, pudo haber cogido un resfriado como mínimo.—¿Entonces
—¿Eso es todo? —preguntó Leonardo mientras le recibía la maleta mediana que Natalia había traído de su cuarto. Se aseguró de que su voz se mantuviera neutra, no quería que ella pensara que la estaba juzgando.—Sí. La habitación venia amueblada y traté de no acumularme de cosas que luego no iba a poder llevarme —explicó Natalia—. Además con todas esas bolsas allí atrás tengo más que suficiente —dijo ella haciendo referencia a la ropa que habían comprado.Después de almorzar la había llevado a un centro comercial para que comprara su ropa. Ella había hecho una mueca cada vez que una prenda se sumaba a toda la ropa que ya habían elegido.No le había pasado desapercibido que al salir del centro comercial, Natalia casi parecía aliviada. Leonardo acomodó la maleta en el asiento de atrás junto con las demás bolsas. Natalia mientras tanto se acomodó en el asiento del copiloto. Él rodeo el carro y se subió, al poco rato estaban en la autopista rumbo a su depart
Apenas Leonardo salió del departamento, Natalia se dejó caer en una de las bancas. Aunque trataba de fingir que todo estaba más que bien, en realidad sentía que todo era un desastre. Tal vez lo único bueno que le estaba pasando en ese momento era haber conocido a Leonardo. Sin el trabajo que él le había ofrecido las cosas serían mucho peor.Se llevó una mano al vientre, el lugar donde estaba creciendo su bebé. Todavía se sentía en un sueño. Aún estaba tratando de aceptar su nuevo estado y que de allí en adelante todo lo que se vendrían serían cambios. En algún momento había pensado en tener un hijo, pero no era esa la situación en la que se lo había imaginado.Debía decirle a Maurizio. No era porque el desgraciado se mereciera saberlo, pero parecía la decisión correcta.La desesperación qui
—¿Entonces ya me piensas contar porque no viniste ayer? —preguntó Valentino.Él había entrado a su oficina sin molestarse en preguntarle si podía hacerlo y luego se había sentado frente a él.Leonardo levantó su mano y miró la hora en su reloj.—Aguantaste bastante —dijo.—Te estaba dando tu tiempo. Creí que me lo dirías sin necesidad de tener que sacártelo. Pero ya me di cuenta que eso no va pasar.—Creí que me dejarías en paz.—Ni una oportunidad de que eso suceda. Ahora dime lo que pasó.—La noche anterior al día de ayer tuve un incidente con mi coche. La llanta se pinchó mientras regresaba a mi departamento. Estaba lloviendo a cantaros y me baje a arreglarla…—Te dije que iba a llover —interrumpió su hermano—. Debiste irte cuand
Leonardo regresó a la cocina algunos minutos después. Se había cambiado de ropa y estaba listo para probar el delicioso platillo que Natalia había preparado.En cuanto entró, Natalia comenzó a alejarse para dejarlo solo.—¿A dónde vas?—A mi habitación, a no ser que me necesite para algo más.—Come conmigo.—Si no te molesta, esperaré a que termines para cenar.—No me gusta comer solo. —Otra mentira. Ya estaba acostumbrado a no contar con la compañía de nadie durante las comidas, en especial durante la cena—. Además la comida se enfriara y tendrás que volverla a calentar. No creo que eso sea bueno para tu salud.—Tienes buenos argumentos —musitó Natalia.Ella se acercó a la estufa y se sirvió comida, luego se sentó frente a él en la isla
El domingo llegó pronto para Natalia. No le estaba costando demasiado acostumbrarse a su nueva vida y con el pasar de los días la idea de ser madre se estaba asentando en ella. Con menos preocupaciones atormentándola, empezaba a disfrutar de su embarazo. Arreglar una cita con algún doctor era un asunto pendiente y que pensaba hacer dentro de los próximos días.Al salir de su habitación todo estaba en silencio. Caminó de puntillas hasta la cocina para no despertar a Leonardo que debía de estar descansando aun. La noche anterior lo había escuchado llegar tarde, ella había estado dormida cuando escucho unos pasos en el pasillo. No estaba segura como lo había logrado escucharlo. Tal vez el haber vivido toda su vida en lugares para nada seguros la habían preparado para estar mantenerse alerta en caso alguien intentara ingresar a su habitación. No es que creyera que Leonardo harí
Leonardo intentó mantener sus mirada enfocada en los ojos de Natalia, si su vista se deslizaba más hacia abajo estaría perdido. Su raciocinio pendía de un hilo y seguro que no quería cometer un error. La imagen de Natalia cubierta solo por una toalla no salía de su cabeza. Era casi como haberla visto desnuda. Sus curvas eran algo que lo atormentaría por mucho tiempo y formarían parte de sus fantasías. Natalia estaba hablando sin parar sobre los lugares a los que había ido. Seguro que no tenía idea de lo que pasaba por su mente o ya se habría alejado. Se sentía perdido, estaba confundido por lo que le estaba sucediendo. Su cuerpo le pedía una simple cosa, tomar a Natalia en brazos y poseerla. Por otro lado, su cerebro, al menos la parte que aun parecía funcionar, le exigía mantener las distancias. Había pensado que salir con alguien sería la solución a su problema. ¡Oh, sorpresa! No había funcionado cómo había esperado. La noche anterior habían