Capítulo 3

La muchacha seguía durmiendo cuando Leonardo se fue a su habitación a tomar una ducha. Todos sus músculos estaban agarrotados por haber dormido en el sillón. Esperaba no tener que dormir en el mismo lugar ese día con una vez había sido más que suficiente.  

En el baño espero que el agua entibiara un poco y luego se metió debajo de la chorrera. El agua se deslizó por todo su cuerpo relajando su cuerpo. Leonardo tuvo que ducharse rápido. Aunque le hubiera gustado tomarse un poco más de tiempo tenía miedo de que la muchacha despertara.

Al apagar la ducha, estiró su brazo y cogió una toalla para envolverlo en su cintura. Se acercó al espejo y vio el cansancio reflejado en sus ojos. Un bostezo se le escapó de la boca y se sintió tan tentado de recostarse a su cama. Se había dormido cerca de las cinco de la mañana y las casi tres horas de sueño no habían ayudado mucho.

Estaba saliendo del baño cuando escuchó un ruido procedente de la habitación de huéspedes. Luego le siguió un silencio sepulcral.

Sin pensarlo fue a paso apresurado hasta el lugar. Abrió la puerta sin molestarse en tocar y entró.

La imagen que lo recibió lo sorprendió bastante. La muchacha estaba por fin despierta y parecía molesta por algo. Ella estaba sentada en la cama con los pies hacia el borde y el vaso que había usado antes estaba en pedazos en el suelo.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó en un tono demasiado alto.

—¿Quién… quién eres tú? —preguntó la mujer girando la cabeza en su dirección.

En sus ojos se podía ver la confusión y todo en ella indicaba que estaba débil aún, pero pese a ello no se amilanó ante su presencia. Por el contrario, ella parecía lista para luchar, como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Sintió admiración por su valor.

—¿No recuerdas lo que pasó?

La mujer se quedó en silencio pensando y luego un ligero rubor ascendió desde su cuello. Supuso que fue en el momento que recordó todo.

>>Yo… yo lo siento, gracias por lo de anoche. Lo mejor será que me vaya.

La mujer se puso de pie de con demasiada rapidez. Leonardo trató de detenerla antes de que se lastimara a sí misma; pero antes de que diera un paso, ella estaba de nuevo sentada con el rostro por completo pálido. Asumió que eso también había pasado la primera vez que trato de levantarse y en su intento de sujetarse a algo el vaso había terminado en el suelo.  

La vio intentarse levantarse una vez más y se cruzó de brazos. Se notaba que era alguien obstinada y no estaba de humor para ponerse a discutir. Esa vez ella ni siquiera llegó a ponerse de pie.

—Basta —dijo con voz firme para que la mujer lo escuchara—. Solo te harás daño si sigues esforzándote. Estuviste mal toda la noche y tu cuerpo aún no se recupera. No sé qué clase de persona es tan negligente como para salir a pasear de noche con un clima como el de ayer. Si no te hubiera visto habrías muerto gracias al frío. —La regañó como si se tratara de una niña.

—Nadie te pidió tu ayuda —lo confrontó ella.

Leonardo no supo cómo reaccionar. Esa no era la reacción que esperaba.

—Lo que me faltaba —murmuró—. No creas que fue algo divertido, por tu culpa no dormí casi nada —dijo esta vez más alto para que ella le escuchara.

De pronto la muchacha desvió su mirada hacia abajo con vergüenza, pero sus ojos se detuvieron a la altura de su pecho.  

—¿Dónde está tu ropa? —preguntó con el rostro color carmesí y esta vez se apresuró en mirar a todos lados menos a él.

—Acababa de ducharme cuando escuché un sonido, mis disculpas si no me cambié para venir a ver si todo iba bien —dijo con ironía. Esa mujer sacaba su lado más oscuro.

Ella apenas y escuchó su respuesta porque ahora tenía la mirada puesta en la ropa que tenía puesta.  

—¿Quién me cambió? —preguntó aun con el rostro sonrojado.

Se preguntó si ese rubor se extendía también por todo su cuerpo. Sacudió su cabeza para dejar de pensar en esas cosas y concentrarse en la mujer que ahora lo fulminaba con la mirada. Para ser alguien pequeña y de apariencia frágil, seguro que era una tigresa.

—¿Es necesario que responda lo obvio? —dijo con ironía—. Era eso o dejarte con la ropa mojada.

—Sabes que eso fue una violación a mi privacidad.

—Con un “gracias” bastará —Sonrió de medio lado aunque no se sentía para nada divertido.

La había ayudado y que recibía a cambio un montón de quejas y gritos. Si alguna vez volvía a pasar por algo similar, llevaría a la persona al hospital más cercano y luego desparecería sin echar un vistazo atrás.

—Gracias —dijo ella aunque bien podía estarlo maldiciendo por el tono de voz que usó—. Ahora, si no te molesta me tengo que ir.

—Créeme eso me encantaría, solo me has dado problemas hasta ahora y ni siquiera te conozco por más de veinticuatro horas. El problema es que aun estás débil y, aunque pareces una mocosa malagradecida, no puedo dejarte ir en ese estado.

La furia en el rostro de la mujer fue evidente. No sabía el motivo, pero casi soltó una carcajada al verla tan irritada.

—Eres un…

En definitiva la muchacha le gustaba más cuando estaba dormida.

—Ahórrame los gritos, no dormí mucho y me duele la cabeza. Recuéstate de nuevo en la cama. El médico vendrá al medio día, en cuanto me diga que estas bien como para irte, podrás marcharte. —Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta, pero se detuvo a medio camino—. Ah y por si tratas de irte la puerta está bloqueada. —Eso último no era cierto, pero estaba seguro que ella no lo iba a comprobar.

La mujer estaba demasiado débil como para llegar demasiado. Tenía que asegurarse de alguna forma que no se iba a marchar. La increíble predisposición de la mujer para lastimarse le preocupaba. No estaba seguro de porque le importaba su bienestar y no tenía tiempo para averiguarlo. Se supone que debía estar en la oficina; sin embargo, estaba en casa con una problemática mujer.

Leonardo terminó de salir de la habitación sin esperar alguna respuesta de parte de la mujer. Una sonrisa se extendió en su rostro. Por alguna extraña razón se sentía más emocionado de lo que había estado en meses.

Regresó a su habitación y se puso su ropa. Como no iba a ir a ningún lado optó por una ropa sencilla y ligera. Después fue a buscar una escoba y un recogedor para levantar los restos del vaso roto antes de que la muchacha se hiciera daño.

Con los utensilios en mano regresó a la habitación de invitados. Casi rio presumido al ver que ella había obedecido sus órdenes y estaba de regresó debajo de las cobijas.

Ella alzó la vista en cuanto entró. Todavía parecía contrariada.

—Prepararé el desayuno ¿Hay algo que te gustaría? —preguntó mientras barría los pedazos de vidrio.

—Recibir algo de un completo extraño que me tiene secuestrada, no suena como la mejor idea.

—Caminar en plena noche mientras llueve torrencialmente, tampoco lo fue.

No le aclaró que no estaba secuestrada, si ella quería creerlo que lo hiciera. Después de todo sabría que eso no era cierto en cuanto la dejara irse más tarde. Sería un alivio en cuanto ella saliera de su vida.

Con todo el desastre recogido caminó hacia la puerta, pero fue detenido por la voz de la mujer.

—Yo… —dijo ella—. Necesito ir al baño.

Leonardo la miró sobre el hombro y alzó una ceja en interrogación. Ella se estaba mordiendo el labio inferior con nerviosismo. Por un instante su vista se quedó clavada allí y se olvidó de que estaban hablando.

—¿Qué esperas que haga? —dijo cuándo recupero la cordura.

—Aun me mareo cada vez que me paro, puedes ayudarme.

Leonardo no se movió ni un poco.

>>Por favor.

Esta vez sonrió de medio lado y asintió con la cabeza. Dejó a un lado lo que tenía en mano y se acercó a la cama.

La muchacha se acercó al borde la cama y él la tomó de un brazo para sujetarla. Vio como ella empezaba a ponerse pálida de nuevo y cuando empezaron a caminar sus pasos fueron vacilantes.

Sabía cómo reaccionaría la mujer antes de levantarla en brazos, pero eso solo le dio mayor motivación a hacerlo. Era entretenido verla molesta.

—¡¿Qué haces?! —chilló ella sujetándose a su cuello.

—Pediste mi ayuda, es eso lo que hago.

—Puedo caminar.

—Tu rostro dice lo contrario.

Ella abrió la boca como si intentara decir algo, pero se quedó callada. Leonardo casi soltó un suspiro de insatisfacción.

Él la llevó hasta el baño y la dejó a solas, no sin antes asegurarse de que podía arreglárselas sola. No quería verse metido en un lio mucho peor si se caía al suelo. Bastaba con contar con su presencia unas cuantas horas más. Aunque se divertía molestándola, seguía queriéndola fuera de su departamento para que pudiera volver a su vida cuanto antes.

La muchacha tardó unos minutos antes de salir. Él la regresó a la cama de la misma manera en que la había traído.

—Gracias … —dijo ella mirándolo.

—Leonardo.

—Gracias Leonardo. —Esta vez su agradecimiento sonó menos forzado que la primera vez e incluso le sonrió—. Mi nombre es Natalia.

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