Me enseñas

Anabela

Llevo días pensando en cómo decirle a Vladi acerca de algo que sé que no le va a gustar nada. Pero sé que es lo mejor.

Estoy acostada mirando el hermoso rostro de mi esposo y de mi hija. Me duele la espalda y las piernas. Pero sé que es por la noche tan candente que tuvimos.

Veo como Vladímir comienza a abrir los ojos, esos hermosos ojos que tiene. Pongo mi mano en su pecho acariciando sus vellos.

—Buenos días, mi reina —me saluda muy tiernamente—. Y buenos días a mi princesa.

Me encanta ver cómo Vladi le hace cariños a nuestra hija; es tan tierno.

—Buenos días, mi rey —le digo y le doy un beso en esos hermosos labios.

De repente escuchamos cómo tocan la puerta.

—Hola, buenos días, hijo, espero y no interrumpir, pero vengo con mi nieta. —Se escucha la voz de mi suegra.

—En un momento se la llevó —le dijo. Me levanto y me siento en el borde de la cama. Tomo mi bata. Me la pongo.

Me intento levantar y la parte baja de mi espalda me duele. Empiezo a caminar algo coja.

—¿Estás bie
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