Todavía sorprendida por el giro que había tomado la reunión, Valeria salió de la sala de juntas para terminar de redactar el acta y el compromiso al que Franco había convencido a Mauricio Corrales. «Algo que, estoy segura, yo no habría conseguido, porque estuve a un segundo de tomarme esto como algo personal e insultar al padre de los trillizos», pensó Valeria sin querer siquiera imaginar las consecuencias si Franco no hubiera llegado justo en ese instante. «Ahora no tendría la menor oportunidad de darle una solución rápida a Carmina y sus hijos. Incluso habría tenido que convencerla de lo que me pidió Magda y que desistiera del caso». Mientras meditaba sobre esto, Valeria terminó de redactar el acta y cuando estaba por imprimirla, Andrea se acercó a su cubículo. —Te ves hermosa —dijo Andrea—. Te felicito. Estoy segura de que vas a ser una estupenda madre. Valeria se giró para agradecer las palabras de su colega, mientras se llevaba las manos a la pancita. —¿Estás muy ocupada?
Después de salir del baño, Valeria se arrinconó en su cubículo, sin saber qué debía hacer a continuación. Si bien tenía la firma de Mauricio Corrales con la que se comprometía a reconocer a los trillizos de Carmina como hijos suyos, el ultimátum que le había hecho Magda para que consiguiera la firma de desistimiento podía o bien poner fin al caso probono, estando ya prácticamente solucionado, o ser el principio del fin del trabajo de Valeria en la firma Carrizosa & Asociados. Pese a saber que le bastaba con tocar a la puerta de la oficina de Franco para solucionar ese percance, Valeria sentía que, al hacerlo, comenzaba a depender cada vez más de los buenos oficios y voluntad de quien había sido su jefe por tres semanas, ahora su novio y en poco tiempo quizás su prometido. «¿En qué momento esto se me complicó tanto?», se preguntó Valeria con la cabeza apoyada sobre la mano y el brazo acodado en su pequeña mesa de escritorio . —Hola, Vale —saludó Jaime en ese momento a su amiga— ¿Te p
Después de haberse entregado a la protección que solo Franco podía dispensarle, Valeria salió de la oficina de novio más tranquila. —¿Mauricio se llevó una copia del acta? —había preguntado Franco luego de descubrir que la fecha, las sumas y quizá otros datos estuvieran errados. —No, no lo hizo —respondió Valeria—. Ni siquiera su abogado se llevó la suya. Lo recuerdo muy bien porque pensé, en ese momento, en que había sido una pérdida de tiempo sacar tantas copias. Ni siquiera tú tomaste una. —Y debí haberlas revisado en ese momento —reconoció Franco—. También me corresponden algo de culpa, osita. Lo lamento. —¿Pero qué haremos ahora? ¿Quieres que llame a Mauricio y le diga lo que pasó? —Franco negó con la cabeza. —No creo que sea necesario. Él se fue confiando en que había firmado un acta sin errores, ahora solo necesitamos que cumpla con su parte y firme el acta de nacimiento de los trillizos en un máximo de dos días, como se comprometió a hacerlo —dijo Franco con la mano sobr
L Después de calentar los almuerzos, Andrea y Valeria se sentaron a la mesa con Jaime, que seguía extrañado por la inusual invitación y forma en que su amiga lo había llevado hasta el lugar que ahora ocupaba. No tardó en comprender el motivo de su estadía. —¿Hace cuánto estás con Franco? —preguntó Andrea luego de pedir a la mesera un jugo. —Eehh, unos… cuatro, o casi cinco meses —respondió Valeria al tiempo que destapaba su bol de almuerzo—. La verdad es que la fecha es algo imprecisa, porque ya antes habíamos estado saliendo, pero todavía no era algo formal —mintió Valeria, añadiendo algo de información insustancial y sombría para tener de dónde sujetarse en caso de que fallara con alguna fecha o aspecto anterior de la historia que todavía no tenía muy clara en su cabeza. —¿Y cómo se conocieron? —preguntó a continuación Andrea. —En la fiesta de un conocido común, pero si me lo preguntas ahora, no sé ni el nombre de ese conocido —dijo Valeria luego de probar el arroz con espinac
La reunión que se suponía que los tres amigos iban a tener después del trabajo, se adelantó algunas horas, con la llegada de Valeria, acompañada por Jaime, al apartamento. —No te preocupes, en serio, Sofi, no ha pasado nada grave —insistió Valeria cuando, sentada en el sofá, recibió de manos de su amiga un agua aromática—, fue solo que tuve uno de esos días en que habrías hecho mejor quedándote en cama. Le correspondió a Jaime hacer un resumen de lo que Valeria había hablado con Andrea, durante el almuerzo, y la forma en que la asistente había llegado a descompensar a su amiga. —Se me olvidó que ella me había contado que le gustaba Franco —dijo Valeria casi terminando la taza que Sofía le había pasado—, y es, bueno, Jaime, prepárate para saber la verdad. Jaime sintió, al ver la expresión en el rostro de Valeria, que debía sujetarse de los brazos de la silla en que estaba sentado y acertó, porque estuvo por irse para atrás cuando Valeria le contó los detalles de su acuerdo con F
Al día siguiente, Valeria llegó a la oficina sintiéndose renovada. Pese a saber que ahora debía enfrentar a dos enemigas, la primera, su nueva jefe, la segunda, la joven con la que un día creyó que podrían llegar a ser buenas amigas, se sentía segura, en especial con la primera, después de lo que le había dicho Franco el día anterior, cuando le confirmó la gravedad de la grabación que ella le había hecho a Magda.Con paso decidido, Valeria entró al despacho de su nueva jefe, a primera hora, como le había advertido en el mensaje que le envió, pero antes de ver el rostro de Magda, los ojos de Valeria se encontraron con los de Franco, que se giró al escuchar la puerta.—Buenos días, amor —saludó Franco a Valeria. El apelativo de osita se lo reservaba para cuando estaban solos.Todavía sorprendida Valeria tardó unos segundos en responder al saludo de su novio y antiguo jefe, pero antes de que una palabra brotara de sus labios, Magda se adelantó.—Así que te decidiste por recurrir a tu no
Cuando Valeria entró a la sala de juntas, solo quedaba un puesto sin ocupar en los bordes de la mesa principal, en donde se sentaban los asistentes de los jefes de área. Era la silla al lado de Andrea, que miró a Valeria como si la joven embarazada no se hubiera lavado el cabello ese día.El señor Carrizosa, que era siempre el último en llegar, ocupó su lugar en la cabecera de la mesa sin que Franco todavía hubiese llegado y, nerviosa, Valeria sacó un cuaderno para tomar apuntes, pese a que Magda le había dicho que no le gustaban las notas ni las grabaciones de la reunión, pero al menos debía simular estar ocupada en algo, consideró Valeria. Con o sin Franco, la reunión comenzó y, al mirar por el rabillo del ojo a Andrea, Valeria llegó incluso a sentir pena por la chica, porque seguro estaba muy enamorada de Franco, tanto que se había atrevido a boicotear el acta que Valeria había elaborado y quién sabe qué otras maquinaciones rondaban en ese momento por su cabeza. Valeria se compa
Al intercambiar una mirada con Franco, mientras la gente pasaba a su alrededor al salir de la sala de juntas, Valeria recordó el momento en que había visto a Andrea reunida con Magda, hacía unas veinticuatro horas, cuando los dos llegaron temprano y justo después de que hubieran hablado sobre el arreglo al que habían llegado.«Seguro ella también estaba por ahí, escondida quizá en alguno de los cubículos, y nos escuchó», pensó Valeria. «Y con lo que le dije ayer, en el almuerzo, cuando me presionó tanto…No tardó ni una hora en ir a decirle a Magda que el hijo que yo espero no es de Franco. De verdad, Andrea me odia y solo desea hacerme daño».—Hablaremos sobre esto ahora mismo —dijo el señor Carrizosa antes de ser el último en dejar la sala—. Los espero en mi oficina.Franco se acercó a la silla en la que Valeria seguía sentada, todavía tan consternada que era incapaz siquiera de estirar las piernas.—Esto es mi culpa —dijo Valeria cuando logró que sus ojos se encontraran con los de s