Las chicas habían cuadrado la primera de las citas a las ocho de la mañana y estaban en la portería del edificio faltando quince minutos para la hora. Estaban muy emocionadas, porque la zona les había gustado, el edificio era muy bonito y solo estaban a treinta minutos del trabajo de Valeria. —Espero que el apartamento sea igual a como se ve en las fotografías —dijo Valeria—. Si es así, creo que será muy difícil que nos decidamos por otro, ¿no te parece? A Sofía le daba igual cuál fuera el apartamento que eligieran con tal de cumplir su deseo de salir de casa de sus padres, así que si ese apartamento le gustaba a su amiga y ella consideraba que le quedaba muy cerca del trabajo, no pondría ninguna objeción. —En las fotografías se ve muy bien, así que confío en que así sea, ¿porque cómo puedes trucar las foto de un apartamento? —respondió Sofía. La agente inmobiliaria llegó a la hora pactada y, después de saludar a las dos amigas, subieron al apartamento, abrió la puerta y, mientra
Valeria pasó el fin de semana en la casa de Sofía por temor que sus padres pudieran enterarse de tu estado, pero les prometió que, tal como les había dicho, pasaría al menos la noche del lunes con ellos, antes del trasteo el nuevo apartamento, del que Sofía se haría cargo. El domingo en la noche, y luego de casi haber pasado la totalidad del fin de semana encerradas en la habitación de Sofía, las dos amigas miraron algunos videos en Youtube en los que enseñaban a colocarse fajas para disimular la panza de un embarazo que, descubrieron, era muy distinta a una barriga tradicional porque la faja no solo debía conseguir ser colocada en el sitio adecuado para evitar que la barriguita se notara, sino que debía ser puesta de tal manera que no fuera a afectar al bebé. Fue más difícil de lo que pensaron, pero después de algunas horas de práctica y considerando que la pancita de Valeria todavía era pequeña, lo lograron. —Me temo que también tendrás que maquillarte si hicieras parte del cast
El maquillaje y la faja estaban actuando a la perfección, o al menos esa fue la idea de Valeria, que pasó frente a la recepción del edificio como siempre lo hacía, entró al ascensor sin que ningún hombre o mujer se girasen a mirarla, caminó por el corredor de los cubículos sin que ninguno de los jóvenes asistentes se distrajera de sus tareas e incluso Jaime la saludó como solía hacerlo, prometiéndole que estaría en la estación de café en una hora, en donde la esperaba para hablar. Incluso Hortensia la saludó como si solo una corriente de aire hubiera pasado por delante de ella. Era la primera vez que Valeria se sentía tan bien y cómoda al pasar desapercibida. Con una sonrisa en el rostro, fruto de la nueva seguridad que había adquirido, entró al despachó de Franco, que ya reinaba en su silla ejecutiva, frente los enormes cristales desde los que veía la ciudad despertando a un nuevo día. —Señor, buenos días.—saludó Valeria. —Buenos días —respondió Franco mientras giraba la silla pa
Después de que Franco hubiera dicho que las acusaciones de su mamá eran exageradas, cuando no falsas, la revisión del testamento resultó más sencilla para Valeria, aunque ella insistía en creer que una madre sí podría exagerar las buenas hazañas de sus hijos, los premios que obtenían y las menciones que recibían, peor jamás sus defectos que, al contrario, tendían bien a pasar por alto, perdonarlos o aminorar. Pero ahora que sabía que Franco no la juzgaría por haberle ocultado que conocía información sobre sus intimidades del pasado, Valeria estaba más tranquila e incluso trató el caso como le había dicho Sofía que debía hacerlo: como si fuese el de un cliente más que llega a la oficina, no el de su jefe. —Perfecto, Valeria. Revisa por favor las sugerencias que te hice y hablamos esta tarde, después del almuerzo, porque tengo noticias sobre los clientes del edificio. El corazón de Valeria saltó y casi se le escapó por la garganta. —¿Qué tipo de noticias, señor? —preguntó Valeria
Al enterarse de que a Andrea le gustaba Franco, Valeria la miró como si acabara de detectarle un horrible sarpullido. No podía creer que a alguna mujer de verdad le pudiera gustar su jefe. Si bien era cierto que tenía unos ojos verdes preciosos, en los que se reflejaba la luz del día cuando el sol entraba en los grandes cristales de su oficina y se columpiaba en sus pestañas, largas y gruesas como las de un árabe, lo mismo que en su barba siempre corta y bien afeitada, de la que emanaba el embriagador aroma de la espuma y la colonia, o que era alto y acuerpado como un hombre que practicara el baloncesto y el canotaje, al que el sol había revestido con el color de las castañas maduras y, cuando usaba esos pantalones de seda se le lograba ver el abultado… —¿Y por eso lloras? —preguntó Valeria, con una total falta de tacto que, o Andrea no percibió, o pasó por alto, porque incluso pareció abrirse más.—Es que un amor imposible, ¿o no lo ves así? —dijo Andrea, paladeando su cazuela del a
Al mirar una segunda y tercera vez, Valeria no daba crédito a lo que tenía ante sus ojos. Franco estaba llorando, sentado en su silla ejecutiva y con la cabeza entre las manos. Valeria volvió a saludarlo y, cuando vio que sus palabras no parecían tener efecto en su jefe, se acercó, con cautela.«Hoy debí vestirme con mi vestido de pañuelo de lágrimas. Solo espero que Franco no tenga otra historia de desamor».—Señor, ¿se encuentra bien? —insistió Valeria, consciente de que la pregunta sobraba, pero no se le ocurría otra forma de acercarse a su jefe.—¿Que si estoy bien? —preguntó Franco después de unos segundos más con la cabeza entre las manos, levantando la mirada— ¡Estoy fenomenal, Valeria!—¿Qué? —exclamó Valeria al ver la sonrisa en el rostro de Franco.—Creo que ya sé cómo terminar mi relación con Dayana y solo estaba ensayando, ¿te lo has creído? ¿En serio has creído que estaba llorando? —preguntó Franco.—Yo… este… sí, sí lo he creído, pero, ¿de qué habla, señor? ¿Cómo que ter
Después de una noche en la que sus padres la despidieron con una cena, y haber ultimado los detalles del trasteo con Sofía, Valeria se dirigió a su cita con el ginecólogo, que resultó ser una doctora muy amable y comprensiva con la situación de Valeria, que debió describir desde el momento en que comenzó la cita.—Estas preguntas no las hago con el ánimo de juzgar o de hacerte sentir mal —dijo la ginecóloga después del cuestionario inicial de la cita—, sino para determinar si consideras que necesitas alguna ayuda psicológica.Valeria había reconocido que no sabía quién era el padre del bebé que estaba esperando, que había sido el resultado de una noche en que se excedió con el licor y que, antes de esa noche, no había tenido relaciones sexuales.—No se trata de que me sienta confundida —dijo Valeria mientras la ginecóloga alimentaba la entrevista inicial con alguna charla informal—, tampoco he llegado a considerar no tener al bebé, por el contrario, me siento muy animada de hacerlo y
Cuando salió del consultorio, Valeria consultó su celular. Eran las diez de la mañana y todavía tenía hasta las tres de la tarde para llegar a la cita con los clientes de la compraventa del edificio. No solo se sentía todavía muy impactada por lo que le había dicho la ginecóloga, sobre el embarazo múltiple, que era un 99% probable, sino también por el hecho de que ahora le sería más difícil aún ocultar su gravidez, pues aumentaría de peso con más velocidad y volumen que una embarazada común. Al camina por la calle y pasar frente a los cristales de los mostradores, se inspeccionaba la barriga. Sin la faja, parecía ya estar formando una panza. En un mes más, si no es que antes, ya tendría una barriga del doble del tamaño, o incluso mayor, si es que resultaban ser más de cuatro los chiquitines que se estaban formando en su interior. «Solo esto me hacía falta», pensó Valeria cuando se sentó en una cafetería, a tomarse un jugo. «No era suficiente con estra embarazada, sino que tenía que