Esa mañana, Valeria llegó muy contenta a la oficina, tanto que fue de las primeras en hacerlo. La noche anterior había ultimado algunos detalles de la reunión con Mauricio Corrales, que estaba preparado para llegar a un acuerdo sobre el reconocimiento de la paternidad de los trillizos y, aunque no llegó a mencionarlo, Valeria estaba segura del efecto que la amenaza de un proceso judicial y las citaciones de la comisaría de familia habían hecho en él, más cuando fue su secretaria la que debió atender a la supuesta funcionaria que ese día llegó a visitarla en la tarde. Franco no tardó en llegar y encontró a su antigua asistente trabajando en el cubículo. —¿Cómo está hoy la más preciosa de las embarazaditas? — preguntó Franco luego de acercarse por la espalda de Valeria e inclinarse para abrazarla, rodeándole la pancita. —Amanecí pensando en ti amor —contestó Valeria mientras se giraba para darle un beso a tu antiguo jefe. —Anoche soñé contigo, mi osita, y hoy me desperté queriendo
Sentada en la cabecera de la mesa, Valeria hizo un resumen de la situación tan delicada por la que atravesaba el hombre sentado a su costado izquierdo, el Señor Mauricio Corrales. —Lo mejor para estas situaciones —dijo Valeria con sus manos entrecruzadas sobre la lujosa mesa de caoba—, es que usted firme el acta de nacimiento de cada uno de los tres pequeños. Eso sería lo primero. Para sorpresa de Valeria, Mauricio Corrales no había ido solo a la reunión, sino que lo había hecho acompañado de un hombre que presentó como su abogado. —Digamos que eso lo entiendo señorita —dijo Mauricio—, pero es que no puedo reconocer a unos niños que no son míos, porque no tengo ninguna prueba de que eso sea así. La mirada de Valeria se cruzó por un momento con la del abogado de Mauricio, un hombre de mediana edad, rostro afilado y los ojos de un zorro. La joven asistente comprendió, en ese momento, que lo que había esperado fuera una reunión muy sencilla, en la que el padre de los trillizos esta
Antes de entrar a la sala de reuniones, Valeria escuchó que los tres hombres reían. —Eres toda una preciosura, encanto —dijo Franco cuando vio regresar a Valeria— ¿Porqué no sigues siendo una hermosura y nos sirves esos tres whiskys? «¿Es que me contrataron para servir whiskys?», hubiera querido decir Valeria en ese momento, pero se abstuvo de hacerlo y obedeció la orden de Franco mientras percibía cómo su trasero era blanco de la mirada de los tres hombres a su alrededor. Jamás se había sentido más incómoda. —¿Escuchaste lo de la religión de Mauricio? —preguntó Franco a Valeria cuando la joven se sentó a su lado, luego de haber servido las tres bebidas— Sabes que yo también he creído lo mismo, que cuando los científicos, en sus laboratorios, miran a través de los microscopios nuestras células es como si se apropiaran con la mirada de una parte de nosotros, que puede ser nuestra alma, eso se parece mucho a lo que alguna gente cree sobre las fotografías, que las cámaras capturan
Todavía sorprendida por el giro que había tomado la reunión, Valeria salió de la sala de juntas para terminar de redactar el acta y el compromiso al que Franco había convencido a Mauricio Corrales. «Algo que, estoy segura, yo no habría conseguido, porque estuve a un segundo de tomarme esto como algo personal e insultar al padre de los trillizos», pensó Valeria sin querer siquiera imaginar las consecuencias si Franco no hubiera llegado justo en ese instante. «Ahora no tendría la menor oportunidad de darle una solución rápida a Carmina y sus hijos. Incluso habría tenido que convencerla de lo que me pidió Magda y que desistiera del caso». Mientras meditaba sobre esto, Valeria terminó de redactar el acta y cuando estaba por imprimirla, Andrea se acercó a su cubículo. —Te ves hermosa —dijo Andrea—. Te felicito. Estoy segura de que vas a ser una estupenda madre. Valeria se giró para agradecer las palabras de su colega, mientras se llevaba las manos a la pancita. —¿Estás muy ocupada?
Después de salir del baño, Valeria se arrinconó en su cubículo, sin saber qué debía hacer a continuación. Si bien tenía la firma de Mauricio Corrales con la que se comprometía a reconocer a los trillizos de Carmina como hijos suyos, el ultimátum que le había hecho Magda para que consiguiera la firma de desistimiento podía o bien poner fin al caso probono, estando ya prácticamente solucionado, o ser el principio del fin del trabajo de Valeria en la firma Carrizosa & Asociados. Pese a saber que le bastaba con tocar a la puerta de la oficina de Franco para solucionar ese percance, Valeria sentía que, al hacerlo, comenzaba a depender cada vez más de los buenos oficios y voluntad de quien había sido su jefe por tres semanas, ahora su novio y en poco tiempo quizás su prometido. «¿En qué momento esto se me complicó tanto?», se preguntó Valeria con la cabeza apoyada sobre la mano y el brazo acodado en su pequeña mesa de escritorio . —Hola, Vale —saludó Jaime en ese momento a su amiga— ¿Te p
Después de haberse entregado a la protección que solo Franco podía dispensarle, Valeria salió de la oficina de novio más tranquila. —¿Mauricio se llevó una copia del acta? —había preguntado Franco luego de descubrir que la fecha, las sumas y quizá otros datos estuvieran errados. —No, no lo hizo —respondió Valeria—. Ni siquiera su abogado se llevó la suya. Lo recuerdo muy bien porque pensé, en ese momento, en que había sido una pérdida de tiempo sacar tantas copias. Ni siquiera tú tomaste una. —Y debí haberlas revisado en ese momento —reconoció Franco—. También me corresponden algo de culpa, osita. Lo lamento. —¿Pero qué haremos ahora? ¿Quieres que llame a Mauricio y le diga lo que pasó? —Franco negó con la cabeza. —No creo que sea necesario. Él se fue confiando en que había firmado un acta sin errores, ahora solo necesitamos que cumpla con su parte y firme el acta de nacimiento de los trillizos en un máximo de dos días, como se comprometió a hacerlo —dijo Franco con la mano sobr
L Después de calentar los almuerzos, Andrea y Valeria se sentaron a la mesa con Jaime, que seguía extrañado por la inusual invitación y forma en que su amiga lo había llevado hasta el lugar que ahora ocupaba. No tardó en comprender el motivo de su estadía. —¿Hace cuánto estás con Franco? —preguntó Andrea luego de pedir a la mesera un jugo. —Eehh, unos… cuatro, o casi cinco meses —respondió Valeria al tiempo que destapaba su bol de almuerzo—. La verdad es que la fecha es algo imprecisa, porque ya antes habíamos estado saliendo, pero todavía no era algo formal —mintió Valeria, añadiendo algo de información insustancial y sombría para tener de dónde sujetarse en caso de que fallara con alguna fecha o aspecto anterior de la historia que todavía no tenía muy clara en su cabeza. —¿Y cómo se conocieron? —preguntó a continuación Andrea. —En la fiesta de un conocido común, pero si me lo preguntas ahora, no sé ni el nombre de ese conocido —dijo Valeria luego de probar el arroz con espinac
La reunión que se suponía que los tres amigos iban a tener después del trabajo, se adelantó algunas horas, con la llegada de Valeria, acompañada por Jaime, al apartamento. —No te preocupes, en serio, Sofi, no ha pasado nada grave —insistió Valeria cuando, sentada en el sofá, recibió de manos de su amiga un agua aromática—, fue solo que tuve uno de esos días en que habrías hecho mejor quedándote en cama. Le correspondió a Jaime hacer un resumen de lo que Valeria había hablado con Andrea, durante el almuerzo, y la forma en que la asistente había llegado a descompensar a su amiga. —Se me olvidó que ella me había contado que le gustaba Franco —dijo Valeria casi terminando la taza que Sofía le había pasado—, y es, bueno, Jaime, prepárate para saber la verdad. Jaime sintió, al ver la expresión en el rostro de Valeria, que debía sujetarse de los brazos de la silla en que estaba sentado y acertó, porque estuvo por irse para atrás cuando Valeria le contó los detalles de su acuerdo con F