Al borde del abismo

Al bajarse en el estacionamiento del hotel, Franco estaba echando humo por las orejas y sintió, al salir del carro, que acababa de salir de una olla a presión, pero cuando vio las piernas de Estefanía, en el momento en que tuvo la delicadeza de acercarse para abrir la puerta de su asistente, volvió a escuchar un pitido en la cabeza, como si toda la sangre de su cuerpo estuviera en el punto de cocción perfecto para tomar a la joven por la cintura, apretarla contra su cuerpo y comérsele los labios a besos, mientras le susurraba al oído que subieran a una habitación.

—¿Está todo bien, señor Carrizosa? —preguntó Estefanía con su carita de chica mala arrepentida— Lo veo algo acalorado, como si tuviera fiebre.

—Todo está muy bien, niña —respondió Franco mientras hacía un esfuerzo inmenso por controlar el ritmo de su respiración y dejar de escuchar el susurro que lo invitaba a aprovechar la situación que se le estaba presentando—. ¿Dónde nos veremos con los clientes?

—Nos esperan en el ba
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