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Capítulo 2: Parecidos no casuales

En ocasiones el amor es doloroso, tanto, que aquella opresión que se siente en el pecho hace imposible el respirar. Te deja sin ánimos, sin ganas de seguir adelante…aun así, no dejamos de sentirlo.

Héctor miraba el techo blanquecino de su estudio, con la mirada perdida en la nada y la mente plagada de preguntas y pensamientos. Aun recordaba a Adara, en lo preciosa que se veía tocando con tanta maestría aquel piano que, quizás sin quererlo, transmitía tantas emociones indescifrables que lo hicieron sentirse conmovido. Sin embargo, no era solo la hermosura de su ex esposa lo que lo mantenía al borde del abismo emocional…si no, tambien ese pequeño que se parecía tanto a el y que lo miro de manera extraña durante aquellos breves momentos en que casi lo tuvo de frente.

Un par de golpes en la puerta de su estudio lo distrajeron, y autorizando a la persona para entrar, se acomodo nuevamente con porte regio en su elegante silla.

—Señor Altamira —

Saludo un hombre de aspecto osco y demasiado serio que traía bajo el brazo un par de folders.

—Ramiro, espero que me hayas conseguido la información que te he pedido — dijo Héctor mirando con seriedad a su empleado, aquel en quien más confianza tenía.

El hombre asintió, y dejando aquellos folders sobre el costoso escritorio de roble de Héctor, se sentó luego en uno de los sofás que había en el lugar. Héctor tomo aquellos varios documentos y fotografías que su leal sirviente había conseguido.

—El hombre que acompaña a la señora Dánae es Sir Noah Lennox, como puede imaginar, es extranjero. Según mis fuentes, comenzó una relación romántica con la señora Dánae hace unos tres años aunque se conocen desde hace casi 5, confirme esto, el y ella no se conocieron cuando usted estuvo casado con Dánae, actualmente Lennox es su manager y representante, básicamente fue este hombre quien lanzo a la fama a la señora como pianista, no tiene antecedentes penales, es descendiente de la realeza de Inglaterra, hijo del duque Lennox, el hombre reside desde hace poco más de cinco años aquí en España y es, además, un reconocido filántropo, el tipo no tiene nada cuestionable, esta completamente limpio — dijo con seriedad Ramiro.

Héctor miro la fotografía de aquel hombre de porte arrogante y cabellos rubios. — El hijo de un duque ¿eh? Creo que los estándares de Adara no han bajado, aunque el tipo parece ser solo un pedante de m****a — dijo con un deje de desprecio, luego, miro una fotografía en donde aparecían Adara y su pequeño hijo jugando tranquilamente en el parque. — Y dime, de este niño, ¿Lograste saber algo? — cuestiono Héctor con demasiado interés.

Ramiro asintió. — Si señor. El pequeño se llama Nicolás Dánae, nació, según mis fuentes, en Barcelona hace casi 6 años, no hay padre en sus registros, la señora Dánae lo registró como madre soltera, desde entonces el niño no se ha separado de su lado, viven solos en Barcelona en una acomodada zona residencial llamada San Patricio, y el niño asiste al reconocido preescolar bilingüe St. Peter's School, respecto a él es todo lo que pude averiguar, al parecer, la señora Dánae es bastante hermética en lo que se refiere a su hijo — respondió.

Héctor guardo silencio durante un momento. Mirando aquella fotografía en donde aparecía solo el pequeño con una radiante sonrisa, no pudo evitar volver a notar el parecido que tenia con el mismo. Los mismos ojos oscuros, el mismo cabello negruzco, incluso, la misma sonrisa que él tenía cuando era apenas un chiquillo. Abriendo uno de los cajones de su escritorio, saco una fotografía vieja de su niñez, y comparando ambas, el parecido era innegable, ese pequeño bien podría ser su clon. ¿Seria posible? De serlo, ¿Por qué Adara nunca se lo dijo? Además, algo mas de lo dicho por Ramiro le apretó el pecho, el niño se llamaba Nicolás…igual que el abuelo de Adara al que ambos quisieron tanto.

—¿Dices que viven solos? Ósea que Adara no esta viviendo en amasiato con ese tal Lennox — cuestiono Héctor.

Ramiro nuevamente asintió. — Así es, según mi fuente, la señora Dánae no vive con ese hombre — respondió.

—Y ¿Qué hay de Adara? — pregunto con interés Héctor.

—De la señora Dánae tampoco fue mucho lo que logre averiguar, salvo que, después de vender la casa en donde ustedes vivieron juntos hace años, ella se mudo a Barcelona para buscar trabajo, en algún punto tuvo a su hijo y poco después conoció a Lennox, salto a la fama gracias a la ayuda de este hombre y se gano la simpatía de los reyes después de tocar para ellos gracias a Lennox, de allí fue que salto a la fama, me temo que eso es todo lo que logre averiguar — respondió con sinceridad Ramiro.

Levantándose de su cómoda silla, Héctor sonrió. — Bien Ramiro, puedes retirarte — dijo para despedir a su fiel sirviente.

Caminando hacia los ventanales para admirar la hermosura de los jardines de su mansión, medito sobre toda aquella información que acababa de recibir. Nicolás no podía ser hijo de Lennox, esto debido a los tiempos que Ramiro había confirmado en que sucedieron los hechos. Sin embargo, Adara jamás hizo por encontrarlo para decirle que estaba esperando un hijo suyo. Tambien, estaba la parte del gran parecido que había entre el y ese pequeño de ojos juiciosos. Suspirando, se sintió confundido. ¿Aquel niño era suyo? Tomando su elegante saco negro, salió de la mansión con rumbo a buscar a la única que le podía dar una respuesta: Adara.

En su elegante departamento, Adara acariciaba los cabellos negruzcos de su pequeño y hermoso hijo. Se sentía temerosa después de haber visto a Héctor la noche anterior, y es que, el parecido de su pequeño Nicolás con el era innegable, aunque, aun así, no estaba dispuesta a compartir a ese pequeño que era todo cuanto realmente tenía en la vida, pero temía que Héctor tambien notase lo parecidos que eran. Recordando todo el mar de sufrimientos que tuvo que enfrentar sola después de que este la abandonara sin saber de su embarazo, sintió las lagrimas a punto de derramarse de sus ojos.

—¿Qué pasa mamita? ¿Estas triste? — preguntaba el pequeño Nicolás a su madre.

Adara dibujo una sonrisa fingida en su rostro. — No pequeño, no pasa nada, anda, hay que terminar los deberes de hoy, y luego, iremos por un helado de fresa que tanto te gusta — respondió.

—¡Si! ¡Helado de fresa! — grito el pequeño emocionado y siguió coloreando aquella jirafa en su cuaderno.

Adara sintió su corazón dolerse. De ninguna manera dejaría que Héctor supiera la verdad.

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