Judith López
La idea más loca que he tenido en mi vida fue haberle pedido a esa ancianita, bueno suplicado, que me dejará vivir en su pequeña casa a cambio de que yo le ayudará con los quehaceres que a ella se le dificultaban como lavar la ropa a mano, cargar cosas pesadas. La abuelita apenas podía caminar, estaba muy sola. En el tiempo que ella y yo vivimos jamás apareció algún familiar, siempre me dijo que no tenía familia, incluso el día de su muerte hace algunos meses nadie apareció más que uno que otro vecino que sentía aprecio por ella.
Seguí viviendo en esta casa a pesar del miedo que tenía de que algún día viniera alguien a quitármela, porque no era mía, era de la ancianita con la que vivía y ella había muerto. Los vecinos aún piensan que soy nieta de aquella ancianita que todos los días salía a la calle a regar la banqueta.
…
Suspiré al mismo tiempo que me acomodé en el pequeño catre que compartía con mi hijito de casi seis meses. Puse mi mano en su pechito para poder sentir el latir de su corazoncito, era una de las experiencias por las que nunca me arrepentiría de haberlo tenido. Mi bebé era todo mi mundo y fuera como fuera saldríamos adelante juntos, porque la familia no abandona, aunque conmigo lo hayan hecho yo jamás haría algo como eso a mí hijito. Al final cerré los ojos esperando a que fuera otro día.
Por la mañana, los ruidos del llorar de mi hijo me despertaron.
—¿Qué tienes mi amor? —le dije, por el sonido que hacía supe que tenía hambre.
Me puse de pie enseguida y caminé unos pasos al pequeño frigorífico que teníamos, recordaba bien que no había leche, pero aun así abrí el refrigerador desolado. No tenía nada de comida. Regresé a la cama y saqué de debajo la cajita de aluminio en la que guardaba el dinero que tenía de lo que ganaba, lavando y planchando ropa ajena. Vi que en la cajita tenía cincuenta pesos, eso me completaba para un par de bolillos, dos litros de leche y unos huevos. Recé en mi interior porque esta semana me fuera bien y pudiera ganar algo de dinero. Tomé a mi bebé en brazos y salí a la tienda a comprar las cosas.
Los días siguientes trabajé muchas horas extra para poder comprarle algo de ropita a mi bebé por que la que tenía ya estaba algo gastada, no podía comprarle ropa nueva pero tal vez si algo del tianguis. Llegué a juntar casi trescientos pesos, estaba muy feliz, cargaba a mi bebé mientras giraba y él me veía con la sonrisa más linda del mundo, que me llenaba el alma.
Tomamos un bus que nos llevó al centro de la ciudad, estuvimos paseando por algunos puestos del tianguis, pero mi tristeza fue tal que no pude evitar que unas cuantas lagrimas se derramaran, abracé a mi bebé, lo amaba, pero la realidad era que apenas nos alcanzaba para vivir. Había intentado innumerables veces solicitar trabajo, pero en la mayoría no me aceptaban porque tenía un bebé o porque no había terminado mi educación básica, por eso me había resignado a planchar y lavar ropa ajena, casi toda era de los vecinos que muchas veces lo hacían solo por ayudarme, aunque no fuera mucha. Decidí regresarnos, pasamos por un centro comercial de los que visitaba a veces con mis amigas de la escuela, solíamos ir solo a ver ya que no teníamos dinero, pero recuerdo que era divertido imaginar que algún día tendríamos dinero para comprar las cosas que quisiéramos.
Mi bebé se movía en mis brazos como si hubiera hecho sus necesidades. En los centros comerciales siempre había baños y cambiadores, ahí podría cambiarle el pañal. Una vez que estuvimos listos, caminé con él en brazos hasta la puerta del baño donde por estar distraída en los movimientos de mi hijito casi chocó con una señora.
—Lo siento, disculpe yo… —detengo mi hablar en cuánto me topo con la mirada de aquella mujer que no olvidaré, era la madre de Adrián. Me quedé petrificada al verla, pero mantuve mi mirada fija en ella. Ella llevo sus ojos directo al bebé que mantenía en mis brazos, por inercia lo atraje más hacía mi pecho.
Sonrío con malicia.
—Vaya, miren a quien me vine a encontrar —soltó en tono burlesco.
Fruncí el ceño con molestia. Aprete los dientes y di dos pasos con la intención de retirarme. Me había prometido no volver a buscar a esa gente. Ellos no necesitaban de mi hijo y mi hijo por más necesidades que tuviéramos tenia mucha madre que haría hasta lo imposible por su bienestar.
Para mi sorpresa esa señora me detuvo del brazo apretándolo muy fuerte lo que ocasiono que de mi boca saliera un jadeo de dolor.
—¿Ese niño es el hijo de Adrián? —pregunta de manera seca, todos mis sentidos comienzan a alertarme, no digo nada.
Me mira exigiendo una respuesta.
—¡No… no es hijo de él, es mío! No dijo aquella vez que yo sólo era una muchachita caliente que buscaba enredarlo, ¡aléjese de mí! —quise caminar, pero de nuevo me detuvo. La mirada de esa señora me causaba mucho temor y escalofríos. Su maquillaje perfecto, sus labios carmín y su cabello teñido de color rubio la hacían ver como una mujer frívola.
En un segundo y sin poder evitarlo arrebato a mi hijo de mis brazos. Me quedé sorprendida sin poder hacer nada, miré como llevo de nuevo a mi bebé a uno de los cambiadores, lo medio apoyo y le subió la blusita hasta la nuca.
—¿Qué hace? —pregunto aturdida. Camino hasta ella y le quito a mi bebé. Lo beso en la mejilla y lo enredo entre mis brazos.
Vuelve a sonreír, pero ahora con un brillo especial que no podría describir.
—Si es hijo de Adrián, tienen la misma marca de nacimiento en la espalda, ¿dónde estás viviendo? —me pregunta, pero sin suavizar su voz y mirándome con desdén.
—¿Para que quiere saber? —le respondo de manera osca.
—Es mi nieto, ¿acaso nos negarás el derecho a verlo? Mírate niña, con que lo mantienes…
—¡Ese no es asunto suyo! Le pedí ayuda una vez, pero no lo volveré a hacer… yo puedo con mi hijo sola.
Ella vuelve a sonreír alzando su barbilla de manera altanera.
—Tal vez tu no nos necesites, pero puedo ver que el bebé si necesita demasiado, ropa, leche, juguetes, ¿tú se los puedes comprar? Por que por lo que veo trae pañales de los más corrientes y ropa desgastada —aprieto los dientes tragando todo el coraje que siento y maldiciéndome por no tener la posibilidad de darle algo mejor a mi hijo. Eso es de lo que siempre me he culpado. Saca una tarjeta de su bolso —ten, es mi número, piénsalo, es mi nieto y si tu quieres puedo ayudarte con sus gastos, por Adrián no te preocupes que él por ser tan buen estudiante ha conseguido una beca para estudiar en el extranjero.
Mis ojos van a dar directo a la tarjeta donde puedo ver el nombre que dice “Graciela Rivera” junto a un número de teléfono. Meto la tarjeta en mi bolso y salgo del baño tan rápido como puedo hasta lograr estar lo suficientemente lejos como para que pueda alcanzar o verme. Me siento en una banca a las afueras del centro comercial, esperando el bus que me llevará de regreso a la zona de la ciudad donde vivo. Saco la tarjeta que me dio. La miro. Veo a mi bebé, veo su ropita, sus pañales, aprieto la tarjeta con impotencia.
—Si yo pudiera darte una mejor vida, hijito, te prometo que lo haría, tu eres lo más bello que tengo en la vida —mi bebé sonríe haciendo movimiento de querer alcanzar con sus manitas mis mejillas.
Judith LópezCuando llegamos a casa lo primero que hice fue poner en una olla el agua para bañar a mi hijo. Encendí la pequeña estufa eléctrica de dos puestos. Mientras mi bebé jugaba en el suelo con sus juguetes no pude evitar mirar a nuestro alrededor y suspirar. Una lagrima escapo de mis ojos. Era uno de esos días en los que me sentía fatal. Lo intenté muchas veces, en verdad lo intenté, días enteros salía a buscar un trabajo, pero no me daban por que o tenía un hijo pequeño o no tenía ni siquiera mi certificado de educación básica. A veces me maldecía por haberme entregado a Adrián sin tener en cuenta las consecuencias que podrían haberme causado, gracias a que fui muy tonta ahora mi bebé pagaba las consecuencias de tener una madre tan inservible como yo. Qué apenas y podía comprar lo básico para él. Mi estomago hizo ruidos de hambre, cerré los ojos tratando de ignorarlo. Lleve el agua a una tina improvisada donde bañaba a mi pequeño. Lo cargué en mis brazos y mi instinto de madre
Judith LópezSi pudiera definir mi vida… resoplo con frustración, para que me engaño. Mi vida desde que nací nunca ha sido fácil, mi madre siempre recordándome que fui producto de una relación de momento, ni si quiera quiso tenerme de no haber sido por mi abuela que la obligo a que se hiciera cargo de mi por que ella tenía la intención de darme en adopción. Nunca conocí a mi padre, ni si quiera se algo de él, su nombre, como es, nada. Mamá nunca me habló sobre él. Joel, mi padrastro era un hombre detestable, él típico macho que llegaba del trabajo quitándose las botas, aventándolas a donde cayeran por el suelo y sentándose en la mesa esperando que le sirvieran la comida, si no era como él la esperaba se enojaba tanto que a veces me daba mucho miedo. Desde muy chica tuve que aprender muchas cosas sobre el hogar, mantenerlo limpio, hacer de comer, cuidar a mis hermanos, todo hacía por mi madre, por mantenerla contenta y agradarle un poco, aunque muy pocas veces ella me dirigiera una son
Judith LópezEl día que me robaron a mi bebé fue el día más difícil de mi vida. No sabía sabia como continuar mi vida sin él. Fui a poner una denuncia en contra de sus abuelos, tomaron mi declaración, pero sólo me dijeron que investigarían, estuve presentándome días y meses enteros viendo como no tenían ninguna respuesta sobre la familia Ramírez. No es que fuera tan difícil encontrarlos, el problema es que estaban en el extranjero y allá las leyes eran diferentes, ni si quiera tenía idea de como es que habían podido sacarlo del país sin mi consentimiento. Todo parecía una pesadilla de la cuál no lograba despertar. Mi bebé fue el motor para que pudiera seguir adelante, tener la esperanza de algún día volver a verlo. Pero la policía al parecer no hacía nada. Sentí como un balde de agua fría cayó sobre mí cuando después de meses de pedir desesperada una respuesta por parte de la fiscalía, una de las oficiales me hizo preguntas sobre mi vida, yo le conteste a todo pero luego su respuesta
Daniel Rubier14 horas antes…Bajo al comedor como todos los días temprano para desayunar con mi familia. Después de la muerte de mi padre, madre ha insistido mucho en que nos mantengamos unidos. Inhalo profundo antes de entrar al comedor donde seguro ya todos están comiendo, le pido a Dios que me de paciencia por que, si en lugar de eso me da fuerza no se que pasará entre mi hermano y yo, ya que no nos llevamos del todo bien. Desde que papá falleció se autoproclamo el nuevo hombre de la casa y cree que todos debemos hacer lo que el dice. Sonrío con algo de ironía.—Buenos días familia —pongo mis manos en los hombros de mi madre, los aprieto con suavidad y le doy un beso en la mejilla a lo que ella me responde con una dulce sonrisa.—Buenos días —contestan.Paso a un lado de mi hermana Julieta, le sacudo el cabello a manera de juego.—¡Dani! Tanto que batallo para peinarme en las mañanas —refunfuña.Me burlo entre dientes sentándome en la silla, a su lado.Miro a mi hermano quien esta
Daniel Rubier Apenas llegué a la oficina a las 9 am, caminé pasando a un lado de Anuar sin saludar ya que ya lo había hecho en casa. —Llegas tarde son las nueve y cinco —me detiene haciendo que me gire para enseñarle el reloj en mi muñeca. —No lo creo yo tengo las nueve, además fui a dejar a Julieta a la escuela ya que alguien… le quito el auto. Veo con gracia como el rostro de mi hermano mayor se torna a rojo de la molestia que le causan mis palabras. Me doy vuelta y me dirijo a mi oficina repasando los pendientes que tengo para hoy. Siento los pasos de Anuar detrás de mí. —Tengo un caso para ti, me has estado pidiendo nuevos retos y creo que este es el correcto, hazlo bien y nos llevaremos una buena comisión —frunzo el ceño tomando la carpeta que él lleva en sus manos, leo los documentos mientras lo escucho —es el caso de un hombre que esta peleando los derechos de acciones de una empresa de telecomunicaciones, alega que su medio hermano quiere quitarle todo lo que le heredo su
Daniel RubierTraté de dormir lo más que pude, sólo a mí se me ocurre quedarme a dormir en la casa de esta niña sólo para asegurarme de que este a salvo. Con salvarla ayer por la noche debería haber bastado, pero es que si le sucedía algo no me lo perdonaría. Cuando me dijo que vivía sola no pude con el remordimiento. Por la mañana tenía cosas importantes que hacer en el bufete y esta silla incomoda no ponía de su parte para que pudiera conciliar el sueño, aunque fuera una hora. Hace un rato la escuché sollozar, pobre niña, tan joven y padeciendo tanto. Pienso en dos mundos tan opuestos, Julieta y ella son de la misma edad. Mi hermana siempre ha tenido muchas comodidades, incluso tiene auto propio para ir a la universidad. En cambio, ella, vive en esta pequeña y vieja habitación a la que llama casa, sin familia ni nadie, una vida muy difícil la que le ha tocado. Cierro los ojos tratando de dormir. No puedo eliminar su mirada de mi mente, esos ojos brillantes con los que mira. Anhelant
Daniel RubierJudith era una chica que me intrigaba demasiado, a pesar de su corta edad era muy inteligente mucho más de lo que ella tal vez pensaba que era. Mantuve mucho de mi tiempo de trabajo por la mañana pensando en como fue a parar viviendo sola en un lugar como el que vive ahora. Cuando pensaba en la posibilidad de no volver a verla, por que muy en el fondo mi mente sabía que no debía involucrarme demasiado en sus problemas, algo en mi pecho se clavaba como daga. Entre más la conocía más difícil se me hacía poder separarme de ella. Resople, antes de tomar el teléfono móvil para hacer una llamada. No solía hacer este tipo de cosas más que sólo cuando fuera muy necesario para alguno de mis casos, pero esta ocasión era sobre algo especial.—¿Victor? —pregunto en cuánto escucho que mi amigo atiende la llamada.—Hola Daniel, ¿cómo estás? ¿Qué tienes para mí ahora? —sonrío, Victor me conoce demasiado bien ya que siempre le llamo para que me apoye en alguno de mis casos, es un oficia
Daniel Rubier¿Por qué dejaba que hiciera lo que quisiera conmigo? ¿Por qué tenía que vestirme de esta manera para poder venir a verla? Me preguntaba mientras Judith cortaba mi cabello, veía como hebras castañas caían al suelo, evitaba mirarlas ya que había cuidado mi cabello durante casi un año para tenerlo del largo que lo tenía hasta hoy. Para mí era algo especial y me deshice de él solo para darle gusto a ella. Esto se estaba saliendo de control. Judith me agradaba era buena chica, pero no el tipo de chica con la que pudiera tener algo más allá de una relación amorosa. Era trece años menor que yo y no estaba dispuesto a ignorar ese hecho que se clavaba en mi mente siempre que la veía a los ojos.Necesitaba pensar claramente como podría terminar con esto. Hacerme a la idea de ya no verla. Pero es que, si no regresaba, ¿Qué sería de ella? Suspiré derrotada, al parecer no tenia remedio.—Ya casi, no te muevas por favor —escucho su voz cerca de mi nuca, ese gesto me hace estremecer mi