Alaia estaba sentada en un pequeño cuarto en la penitenciaría, y su corazón latía con fuerza mientras esperaba a Joshua. El ambiente frío y sombrío del lugar no hacía más que aumentar su ansiedad. Cuando Joshua finalmente apareció, su mirada era de sorpresa y confusión. —¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde está Aurora? —preguntó Joshua, frunciendo el ceño. Alaia lo miró con pesar y dolor. Joshua había sido su amor platónico desde la primera vez que lo vio. Cometió el error de presentarle a su amiga Aurora, quien a la primera se interesó en él. Le dolía ver al hombre que tanto amaba en los brazos de otra, y más porque sabía que solo lo utilizaba para su conveniencia; ella no lo amaba, solo lo usaba para saciar sus necesidades. Al verlo detrás de aquel vidrio, no pudo evitar recorrer sus facciones. —Te estoy hablando, Alaia —exclamó Joshua con una voz gruesa y profunda, causando un escalofrío que recorrió toda la espalda de Alaia. —Ah, sí, perdón. Mira, seré sincera contigo, Aurora n
La expresión de Maxwell se contorsionó cuando Valentina apareció con dos bolsas de basura, depositándolas a sus pies.—Aquí tienes tu ropa. No hacía falta tanto alboroto —refunfuñó ella furiosa, cruzando los brazos y balanceando un pie con nerviosismo.—¿Has tirado mi ropa en estas bolsas? —preguntó él, incrédulo.—Es lo que acabo de decir, ¿no? —replicó Valentina, elevando las cejas.—Tú… —Maxwell gruñó con un tono ronco.En el interior de Valentina, una parte de ella se deleitaba, saboreando en secreto el desconcierto que observaba en él. —No hay "tú" que valga. Te lo dejé claro: no compartiríamos habitación como si fuéramos una pareja. Parece que te entra por un oído y te sale por el otro. No sé qué esperas, pero vete a tu castillo. Ella cerró la puerta detrás de sí, incapaz de soportar tenerlo tan cerca con solo una toalla. Aunque intentaba no sentir atracción, Maxwell le atraía tanto o más que al principio. No obstante, recordar sus crueles acusaciones le causaba dolor.Durante
Valentina jadeó cuando, de la nada, Maxwell, aun con el bebé en brazos, terminó de romper la distancia y le acarició una mejilla. El toque fue inesperado, y sus dedos eran fuertes, pero gentiles, trazando una línea de fuego sobre su piel. Ella retrocedió dos pasos, sintiendo cómo su corazón estaba latiendo con fuerza.—¿Qué pasa? —dijo, arisca, tratando de ocultar el temblor en su voz.—Debiste decirme antes, todo lo que acabas de contarme —murmuró Maxwell, en un susurro que resonó en la habitación.—¿Para qué? —replicó ella, parpadeando cuando él le dio un golpecito en la frente.—Para no malinterpretar tus motivos. Si me hubieras contado desde el principio, no habríamos llegado a este punto, ¿no crees? —Maxwell la miró con arrepentimiento y anhelo.A Valentina la sangre le empezó a hervir de la ira.—Encima me quieres responsabilizar. Quien saca conclusiones sin esperar explicaciones eres tú… —respondió, subiendo el tono.—Valentina, no quiero discutir. Solo digo que al menos debis
Valentina dormía profundamente, envuelta en la serenidad cuando, de repente, sintió algo suave y cálido rozar sus mejillas, como el toque delicado de una pluma. Era tan agradable que, aun con los ojos cerrados, dejó escapar un ronroneo, como un gato satisfecho.—Despierta, debemos casarnos —escuchó un susurro, tan cercano que sintió que el aliento tibio en su oído. La sacó de su letargo, y abrió los ojos con sorpresa, como dos esferas llenas de asombro y confusión.—Todavía sigues con esa broma —refunfuñó, acurrucándose entre los brazos de Maxwell y tapándose la cabeza con la sábana, tratando de aferrarse al último rastro de sueño.—No estoy bromeando, vamos. Te dije anoche que hoy nos casaremos —insistió Maxwell, acariciándola suavemente; dibujando con sus dedos, pequeños círculos en su piel.—Deja de jugar conmigo —gritó Valentina, levantándose de la cama con un movimiento brusco mientras Maxwell se carcajeaba.—¿Por qué piensas que estoy jugando? Lo digo en serio, ya he organizado
Valentina estaba sentada en el elegante salón de té, rodeada de los dulces aromas de pasteles recién horneados. Junto a ella estaban Olivia y Adriana, quienes habían congeniado de inmediato.Pues la prima de Valentina tenía ese don natural de caerle bien a todos, y en poco tiempo se habían convertido en una pequeña pandilla, unidas por risas y confidencias.Pero a pesar de la alegría, Valentina no podía evitar sentir una creciente inquietud, ya que su mente estaba nublada por la decisión que había tomado con Maxwell.
El guardia de seguridad del castillo estaba en su puesto, vigilante ante cualquier irregularidad, cuando vio a un hombre acercarse.—¿Este será el hombre que debemos atrapar? —le preguntó él a su compañero, quien movió la cabeza de un lado a otro, aunque le parecía extraño, porque todos los visitantes siempre llegaban en autos, a diferencia del hombre que se aproximaba.— El que nos ordenaron es un hombre de estatura media y venezolano; este es muy alto y desde lejos se nota que es escocés.—Señor, no puede entrar, esto es propiedad privada.—Lo sé, comun&i
Valentina se sentía tensa y ansiosa ante la confrontación; deseaba ir con Maxwell para confirmar que lo dicho por Aurora no era verdad, pero tuvo que hacer una pausa para amamantar a Oliver. Sin embargo, el bebé que mamaba con fuerza empezó a llorar.—Mamá, ¿qué le pasa? —preguntó Valentina con voz tan temblorosa que denotaba preocupación mientras observaba a Oliver ponerse completamente rojo y desvanecerse entre sollozos, agitando frenéticamente los pies y las manos.La señora, tan angustiada como su hija, se apresuró a revisar al bebé e intentó calmarlo. Sin embargo, no tuvo éxito, lo que llevó a Evelyn, con una mirada de curiosidad, a acercarse y, para sorpresa de
La niñera, que se encontraba en la habitación contigua, se alarmó al escuchar el tumulto, del sonido de cristales rotos y el golpe seco que reverberó por el apartamento.Corrió hacia la sala de estar, con el corazón, latiéndole a toda prisa. Al llegar, vio a Aurora arrodillada junto a Bella, que yacía desmayada y desangrándose en el suelo.—¡Dios mío! ¡Señora, llamaré a emergencias! —exclamó la niñera, horrorizada, mientras giraba para buscar su teléfono.—¡No te metas en esto! —gritó Aurora, deteniendo a la niñera en seco con su voz cargada de furia.