— Esta podrá ser su casa, pero no compartiré una habitación con él —refunfuñó. Mientras, sentía cómo la ira crecía dentro de ella, alimentada por la frustración y la impotencia.Aunque por un momento pensó en lanzar toda esa ropa al basurero, decidió que hacer un alboroto solo provocaría más problemas. Resoplando como un animal enfurecido, decidió ir por un café. Necesitaba algo que la ayudara a pensar con claridad. De repente, detuvo sus pasos al ver que varios hombres ingresaban a la habitación con una mecedora, una cuna y otros utensilios para el bebé.—Señora, indíquenos dónde debemos colocar la cama del bebé —le solicitó uno de ellos con un tono respetuoso.Valentina respiró profundo antes de guiarlos. Aunque quería refutar, también entendía que Maxwell estaba cumpliendo con su deber como padre. Sentía admiración y resentimiento hacia él por su insistencia en cuidar de Oliver, a pesar de todo lo que había pasado entre ellos.—Señora, seré el guardia a cargo de toda la segurida
Maxwell observaba cómo todos los duques congregados en la sala, tenían sus miradas clavadas en él como aves de rapiña, listas para devorar a su víctima. Y a pesar de comprender la razón de su interés, no se inmutaba. Se convencía a sí mismo de que no eran más que insectos intentando picarlo, y no se apresuraba. Era consciente de que cada uno de ellos guardaba secretos mucho más oscuros que el único fallo que él había cometido.Las paredes revestidas de damasco en tonos de rojo intenso y oro, parecían estrecharse en torno a él, pero permanecía inquebrantable, con una sonrisa socarrona en su rostro.—Spencer, perderás todo —se mofó el duque de Liverpool, su contrincante, con voz impregnada de veneno—. Eres un hombre inmoral. ¿Cómo de tantas mujeres que existen en este mundo, se te ocurrió levantarle la falda de tu cuñada?Maxwell sonrió burlonamente, mientras el hombre chasqueaba la lengua con una chispa de desafío.—Entre ser inmoral y servirle de mujer al príncipe para que me dé ben
Los flashes titilaban frente a Ethan. Aunque nunca había enfrentado una situación similar, la importancia del momento era innegable.Hoy él solo tenía una misión, no podía seguir adelante si no cumplía ese objetivo trazado: limpiar la imagen de Valentina. En su mente, Ethan no podía ser feliz, si no contribuía a la felicidad de su amiga, porque en realidad, ella era lo único que le importaba por el momento.La presión era decididamente abrumadora, incluso teniendo a un equipo de seguridad que le hacía un cerco alrededor.Los periodistas, un mar de ansiosos rostros expectantes, aguardaban impacientes la primicia. La incertidumbre sobre la declaración de este noble, hermano del actual Duque Spencer, los mantenía en vilo, ansiosos por no perderse ni una sola palabra.Se había dispuesto que solo fueran citados algunos representantes de los medios más importantes del país. No obstante, se sentía como si hicieran acto de presencia muchas más personas.Nicolás, desde la distancia, le brinda
Laurita estaba sentada en el sofá de la sala, observando atentamente cómo Valentina, con una ternura infinita, amamantaba a Oliver. Los ojos grandes y curiosos de Laurita seguían cada movimiento de su madre, desde la forma en que acomodaba al bebé hasta la sonrisa suave que se dibujaba en su rostro mientras lo miraba. De repente, la pequeña se levantó y se acercó con pasos cautelosos, casi reverentes, como si temiera interrumpir un momento sagrado.—Mamita, ¿quieres más a Oliver que a mí? —preguntó Laurita, con ojos llenos de curiosidad y miedo.Valentina, sorprendida por la pregunta, la miró con amor. Acomodó a Oliver en su pecho y dejó espacio en sus piernas para Laurita. —Claro que no, mi amor. Los quiero a los dos por igual —respondió, con una calidez que solo una madre puede transmitir, mientras invitaba a la pequeña a sentarse sobre ella. Le dio un beso en la frente, llenándola de cariño.— ¿Por qué piensas que puedo querer a Oliver más que a ti, mi princesa?Laurita entrel
Alaia estaba sentada en un pequeño cuarto en la penitenciaría, y su corazón latía con fuerza mientras esperaba a Joshua. El ambiente frío y sombrío del lugar no hacía más que aumentar su ansiedad. Cuando Joshua finalmente apareció, su mirada era de sorpresa y confusión. —¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde está Aurora? —preguntó Joshua, frunciendo el ceño. Alaia lo miró con pesar y dolor. Joshua había sido su amor platónico desde la primera vez que lo vio. Cometió el error de presentarle a su amiga Aurora, quien a la primera se interesó en él. Le dolía ver al hombre que tanto amaba en los brazos de otra, y más porque sabía que solo lo utilizaba para su conveniencia; ella no lo amaba, solo lo usaba para saciar sus necesidades. Al verlo detrás de aquel vidrio, no pudo evitar recorrer sus facciones. —Te estoy hablando, Alaia —exclamó Joshua con una voz gruesa y profunda, causando un escalofrío que recorrió toda la espalda de Alaia. —Ah, sí, perdón. Mira, seré sincera contigo, Aurora n
La expresión de Maxwell se contorsionó cuando Valentina apareció con dos bolsas de basura, depositándolas a sus pies.—Aquí tienes tu ropa. No hacía falta tanto alboroto —refunfuñó ella furiosa, cruzando los brazos y balanceando un pie con nerviosismo.—¿Has tirado mi ropa en estas bolsas? —preguntó él, incrédulo.—Es lo que acabo de decir, ¿no? —replicó Valentina, elevando las cejas.—Tú… —Maxwell gruñó con un tono ronco.En el interior de Valentina, una parte de ella se deleitaba, saboreando en secreto el desconcierto que observaba en él. —No hay "tú" que valga. Te lo dejé claro: no compartiríamos habitación como si fuéramos una pareja. Parece que te entra por un oído y te sale por el otro. No sé qué esperas, pero vete a tu castillo. Ella cerró la puerta detrás de sí, incapaz de soportar tenerlo tan cerca con solo una toalla. Aunque intentaba no sentir atracción, Maxwell le atraía tanto o más que al principio. No obstante, recordar sus crueles acusaciones le causaba dolor.Durante
Valentina jadeó cuando, de la nada, Maxwell, aun con el bebé en brazos, terminó de romper la distancia y le acarició una mejilla. El toque fue inesperado, y sus dedos eran fuertes, pero gentiles, trazando una línea de fuego sobre su piel. Ella retrocedió dos pasos, sintiendo cómo su corazón estaba latiendo con fuerza.—¿Qué pasa? —dijo, arisca, tratando de ocultar el temblor en su voz.—Debiste decirme antes, todo lo que acabas de contarme —murmuró Maxwell, en un susurro que resonó en la habitación.—¿Para qué? —replicó ella, parpadeando cuando él le dio un golpecito en la frente.—Para no malinterpretar tus motivos. Si me hubieras contado desde el principio, no habríamos llegado a este punto, ¿no crees? —Maxwell la miró con arrepentimiento y anhelo.A Valentina la sangre le empezó a hervir de la ira.—Encima me quieres responsabilizar. Quien saca conclusiones sin esperar explicaciones eres tú… —respondió, subiendo el tono.—Valentina, no quiero discutir. Solo digo que al menos debis
Valentina dormía profundamente, envuelta en la serenidad cuando, de repente, sintió algo suave y cálido rozar sus mejillas, como el toque delicado de una pluma. Era tan agradable que, aun con los ojos cerrados, dejó escapar un ronroneo, como un gato satisfecho.—Despierta, debemos casarnos —escuchó un susurro, tan cercano que sintió que el aliento tibio en su oído. La sacó de su letargo, y abrió los ojos con sorpresa, como dos esferas llenas de asombro y confusión.—Todavía sigues con esa broma —refunfuñó, acurrucándose entre los brazos de Maxwell y tapándose la cabeza con la sábana, tratando de aferrarse al último rastro de sueño.—No estoy bromeando, vamos. Te dije anoche que hoy nos casaremos —insistió Maxwell, acariciándola suavemente; dibujando con sus dedos, pequeños círculos en su piel.—Deja de jugar conmigo —gritó Valentina, levantándose de la cama con un movimiento brusco mientras Maxwell se carcajeaba.—¿Por qué piensas que estoy jugando? Lo digo en serio, ya he organizado