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Treinta y cuatro

XXXIV. Ayuno y reflexión.

Habían pasado un par de días desde que la tomaron prisionera. El remanente de toda su clase en la Gran Zona, el Grupo chamán del

Oeste, la tenía atada a un poste hace días, sin comida ni agua. Siquiera podía descansar bien, pues las ataduras eran tan férreas que no podía acomodarse para dormir, ya que lastimaban su piel. Y los captores no hacían amago de aparecerse por ahí, pues durante ese periodo de oscurantismo no vio a nadie ni percibió más voces. La habían olvidado o decidieron dejarla morir; una de dos.

Aunque Níniel no planeaba morir ahí. Con base en insomnio y desesperación, dejó que sus instintos más primitivos actuaran y se dedicó a roer las cuerdas con las que la mantenían presa, como todo un roedor. Estaba denotando resultados, pues poco a poco se hacían más débiles las fibras y ya pronto podría usar sus manos para salir de allí. Tenía en la mira desde hace rato va

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