Anabell tenía su cuerpo empapado, así que como el típico caballero la obligue para que se cambiara de ropa y le preste uno de los vestidos que Aurora había dejado aquí el día que se vino a arreglar. No era por pervertido, pero le quedaba espectacular, nunca la había visto tan descubierta y eso me hacía caer rendido a sus pies una vez más. No entendía como podía atraerme tanto alguien que no hacia si no odiarme por el simple hecho de no ser un ciudadano perfecto para la sociedad tal cual como ella lo era. Busque una franela y me la puse para luego ir a la cocina para prepararle una bebida caliente y evitar que se resfriara.

—Ten, te preparé chocolate caliente para que entres en calor— Le di la taza y ella me agradeció con una sonrisa tímida. Me senté en frente de ella en el otro sofá y apoyé mis codos en las rodillas para sostener mi barbilla entre mis manos y así poder observarla.

Después de un incómodo silencio decidió hablar.

—¿No me vas a preguntar qué hago aquí? —Alzo las cejas. E