Los automóviles siguen sin moverse. Las personas que no poseen aire acondicionado sudan y con sus manos buscan aliviar su desespero. Me acerco a la ventanilla de una de esas familias desafortunadas y les ofrezco limonada, los dos niños de la parte trasera aplauden ilusionados y sus padres comparten miradas tristes. Lo sabía. El automóvil donde viajan es un Fiat tucan del 83 bastante desgastado, apuesto a que viven de un salario mínimo. Me compadezco y sin mediar palabras les paso la jarra.
—Por favor no insista, no tenemos como pagarle. —dijo el hombre apenado.
—No es necesario que la pague. Dios provee.
Me retire inmediatamente de la isla de la avenida.
En un vistazo vi a todos dentro de aquel automóvil sonreír y eso me alegro el día. Siempre me iba resultar más gratificante dar que recibir.
—Debemos irnos, Manuela. El sol esta por oponerse y casi hemos vendido todo.
Miré a Matilde y asentí.
Ella quien tenía más de 60 años me había ayudado a sobrevivir en las calles. Mire las pocas flores que quedaban en el suelo y las jarras vacías. Este día había ganado poco, pero era suficiente para sustentarme esta noche.
Cuando teníamos todo en el triciclo de carga, nos dispusimos a ir a casa. A pie, tardaríamos en llegar 60 minutos así que decidimos apresurarnos. Cantando para olvidar la fatiga, nos detuvimos para cruzar la calle y cuando creímos que era nuestra oportunidad para cruzar un automóvil salió de la nada y colisiono con el triciclo destruyéndolo en casi segundos.
—¡Jesús! —gritó Matilde—, mi niña ¿te has hecho daño?
No me había dado cuenta de que estaba en el suelo, ni encima de ella. Trate de respirar y deduje que intente protegerla. Poco a poco me puse de pie. Vaya, mi único pantalón ahora estaba roto.
Los automóviles se detuvieron y algunas personas se bajaron para preguntarnos si estábamos bien. Otras solo murmuraban y curioseaban la situación. La camioneta que había destrozado todo el producto de mi trabajo de hacía meses se detuvo para mi sorpresa. Dos señores un poco mayores acudieron a nuestro encuentro.
—¿Se encuentran bien? —preguntaron asustados—, lo lamentamos, estábamos discutiendo y fue nuestro error. Las llevaremos al hospital y le pagaremos todo.
—Más le vale. —gruño Matilde a mi lado—, ha destruido nuestra vida entera.
Intente hacerles entender que no era necesario que nos llevasen al hospital, pero fue en vano.
Dentro de las blancas paredes de la clínica, varias enfermeras atendían a Matilde, mientras que a mí me desinfectaban las heridas. Cuando terminaron, quise salir a hablar con los causantes del accidente y me levanté.
—Solo son dos indigentes. ¿Para eso necesitas esa cantidad de dinero? —un muchacho joven y atractivo se encontraba con la pareja y discutían. ¿Acaso me había llamado indigente?
—Cristóbal, modera tu vocabulario. Es solo una niña y la anciana debe ser su madre. Destruimos su trabajo. Es necesario pagarles.
—No sé ni porque estoy aquí. Saben que, hagan lo que deseen. No tengo tiempo para estar preocupándome por gente que no vale la pena —y fue allí donde lo conocí, con aquella despectiva y fría mirada—, miren allá esta su obra de caridad, fisgoneando sin vergüenza, como las personas corrientes.
Sus palabras me hirieron y como siempre no pude decirle nada para defenderme. El muchacho paso por mi lado y sin ningún cuidado golpeo mi hombro con el suyo. Sentí un pequeño dolor.
—No lo escuches, pequeña. Cristóbal es... Bueno, te puedo asegurar que lo que has visto solo es un espejismo de dolor. —explicó la señora.
¿Un espejismo de dolor?
¿Que se supone que sabe esta gente del dolor?
Nunca pasan hambre, ni tienen que trabajar las 24 horas para poder sobrevivir.
Tenía tantas cosas por decir y como era costumbre, no las dije.
—Mañana repondremos tu triciclo y por supuesto, te pagaremos un cheque por todas las cosas que destruyeron. Si lo desean tu madre y tú pueden pasar las noches acá. Estarán bien atendidas. —indicó el señor.
—¡No! —Mi tono de voz sonó angustiado y en el fondo lo estaba. Si no llegaba a casa esta noche, mi madre la pasaría mal y también yo...
—¿Qué pasa, pequeña?
Los mire. Eran dos desconocidos no podía confiar en ellos. Aunque si lo hacía, tal vez podría sacar a mi madre de aquel infierno. Sacudí la cabeza para deshacerme de esas ideas.
—Matilde no es mi madre —aclare—, si ella desea quedarse, no hay problema. En cambio, yo, tengo que volver a casa.
Ambos asintieron.
—¿Eres madre soltera? —preguntó la señora.
—No —dije a la defensiva. ¿Porque tenían que sacar esas conclusiones?
—Disculpa mi atrevimiento es que trabajo en la defensoría de la mujer y he conocido a muchas jovencitas que tienen que trabajar por sus hijos. ¿Estudias? ¿Tienes padres?
El interrogatorio me asustó. Percibí que ella estaba descubriendo todo y con ganas de llorar respondí, sin dar muchos indicios.
—Vivo con mi madre y no estudio. Trabajo para poder mantener su tratamiento, ya que ella no puede caminar. —odiaba lo sincera que podía ser a veces.
—Entiendo.
La mujer se quedó pensativa y su esposo, por lo que pude adivinar le pidió que me dejara en paz. Dos horas después de evitar que el médico me examinara físicamente, fracase. Él con su semblante serio me observo y dijo:
—Hay algo que quieras decirme.
Había escuchado eso tantas veces.
—No.
—¿Segura? En tu cuerpo hay indicios de...
—Trabajo todos los días, en diferentes áreas. Me golpeo con facilidad.
Como todos los médicos, no siguió preguntando solo me ofreció su ayuda y asentí.
Eso era todo.
Cuando salí, la señora me esperaba con un abrigo.
—Ten, debes tener frio. Te llevaremos a casa.
—No hace falta. —dije aterrorizada.
—Sí que hace. Sube, te llevaremos —insistió el hombre.
—Señor...
—Juan. Puedes llamarme por mi nombre.
—Y mi nombre es Cristal. Un placer.
Ella extendió la mano y por educación la tome.
—Soy Manuela.
Esa noche, me llevaron hasta la entrada de la vereda en donde vivo. Con una media sonrisa me despedí luego de que ellos me prometieran que mañana en el hospital me pagarían todos los daños.
Comencé a caminar atemorizada. Las luces de la casa se encontraban apagadas. Como era costumbre en la barriada. Mis manos comenzaron a sudar frio cuando introduje la llave en la oxidada puerta y cuando abrí e hizo el típico ruido cerré mis ojos para esperar lo peor.
—¿Manuela?
—¿Mamá? —dije mirando a todas las direcciones.
—Princesa, gracias a Dios que has llegado.
—¿Él?
—No, princesa, no está aquí.
Escuchar eso me quito un gran peso de encima. Respiré hondo cerré la puerta y luego fui a llorar a los brazos de mi madre contándole todo lo que había pasado. Ella como siempre, me apoyo y consoló pidiéndole a Dios que pronto nos salvará de ese hombre, quien nos ha destruido la vida a ambas.
Hoy use falda, ya que mi único pantalón estaba roto. Me sorprendí muchísimo por lo flaca que estaba; tuve que ponerme un pasador para ajustarla y evitar algún accidente.Al llegar a la clínica, me encontré con Juan y Cristal, parados al lado de la entrada con rostros relajados y pacientes. Con un sutil movimiento de cabeza los salude. Solo quería mi dinero y mi triciclo para volver a trabajar. A mi madre solo le quedaban medicamentos para una semana, sin olvidar los alimentos. Él se encontraba trabajando en Puerto La Cruz al oriente del país, así que no sería problema.—Te invitamos a desayunar.—Ya desayuné.Mi estómago me traiciono y terminamos en un
Ustedes han escuchado el dicho que dice, donde manda capitán no manda marinero, bueno, en este caso es exactamente igual. Cristóbal, ha hecho un mínimo de diez llamadas, en las que ha intentado mudarse de planeta unas cinco veces y también ha soltado y creo que merece un certificado Guiness, un sinfín de palabrotas.Me limito a observarlo y trato tomarme personal ningunas de sus acciones. Camina de un lado a otro con el celular pegado a la oreja. No puede creerse como él un universitario prodigio, dueño de su propia empresa construcción tiene que rendirles cuentas a sus padres, sabiendo que: a) puede mantenerse y vivir solo y b) puede contratar a la servidumbre que a él le plazca "o le venga en gana" como ha dicho.Escucharlo solo me causa jaqueca. Creo que, si tu
Cuando llegue a casa mi madre tenía el rostro inundado de lágrimas.—Mi amor, pensé que te había pasado algo... yo, yo —gimoteó—, me imaginé lo peor.Me arrodille a su lado y la abrace. Le conté lo que había pasado. Nunca le he mentido a mi madre, excepto... Bueno, no es necesario recordarlo ahora. Ella no lo merece.—Matilde, este será tu trabajo ahora. Durante estos tres meses, estarás junto a ella. Te pagare bien.—Él... —titubeó.—Estará fuera todo este tiempo, no te preocupes.
Una semana después.Ocho de la mañana.La primera paga fue excelente. Aún tengo grabada la sonrisa de mi madre cuando la despensa se llenó. Matilde no quiso aceptar mi pago, pero acepto un par de blusas que había comprado para ella. Ese fin de semana fue increíble, las risas y la felicidad que sentimos fue el pago de todo mi sufrimiento aquella semana porque si, Cristóbal me había hecho la vida imposible.Manchaste mis medias, quemaste el cuello de mi camisa favorita, el piso no está brillante, el aromatizante me causa alergia, la comida es basura y tus zapatos están sucios, límpialos.Eso ultimo era lo que más me molestaba.
Al otro día calce chancletas. Al no tener opción tuve que hacerlo. Las denigradoras miradas de las personas en el autobús me hacían sentir mal y las ganas de soltar alguna palabrota que lo pusiera en su lugar no me faltaron, sin embargo, no lo hice.Al llegar Cristóbal observo mis chancletas y mis pies llenos de barro y no dijo nada, supuse que era lo que quería, hacerme sentir mal, pues que bien. Lo logro. Con una mirada poco amable pase por su lado, entre al baño y lave mis pies.Luego tomé un cepillo y me dirigí a fregar las ventanas.Cristóbal se sentó en el sofá y me observaba. Trate de ignorarlo y se me hizo imposible.—&
La cena estuvo espectacular. Mi madre y Matilde, disfrutaron mucho. Hacia tantos años que no la pasábamos tan bien, que todo me parecía irreal. Al llegar a mi lugar de trabajo agradecí a Dios por la oportunidad que, aunque no fuera la mejor me permitía poder sustentar a mi familia.Al abrir la puerta toda mi felicidad se acabó. Parece como si un remolino hubiera destruido la sala. Vidrios rotos, botellas esparcidas y vomito en el suelo. ¿Qué era lo que había hecho Cristóbal? Intente recoger una botella cuando escuche algo romperse y comencé a correr en la dirección del horroroso ruido sin percatarme de que mis chancletas eran finas y que algunos cristales se incrustaron en las plantas de mis pies.—¿Cristóbal? —El mie
Un mes después.La paga fue más que excepcional. El señor Juan se encargó de todos mis trámites legales para recibir mis beneficios. Mi madre estaba estrenando ropa por primera vez en muchos años y me sentía feliz. Además de eso, pude comprar un par de zapatos nuevos. Cristóbal había cambiado, no les puedo decir que ahora me trata bien, pero al menos trata de ignorarme y así ambos somos felices.Todo marchaba de maravilla hasta esa llamada.Él venía en 15 días.Mis rodillas temblaron. La idea me daba pavor. El día de la noticia, todo me salió mal. Las empanadas se me quemaron y tambi&eacu
Desorientada sin saber la hora ni el lugar, así me encontraba. En un callejón solitario con las rodillas abrazadas trate de tranquilizarme. Dolía saber que a veces la vida era tan injusta y te metía en situaciones que, aunque no te corresponden, te lastiman.Sé que se hacía tarde. Varias personas que pasaban me miraban raro, segura piensan que soy una drogadicta o algo así. Nadie se acercó a preguntarme que me pasaba porque todo el mundo cree saberlo todo y ¿saben qué? No saben nada.Juzgar es fácil, pero ponerte en los zapatos de los demás y caminar con las piedras es complicado. Todos quieren que los comprendan y les den palmaditas en la espalda cuando las cosas salen mal, pero ¿Cuántas veces hacemos eso con nuestro