Manuela ♥03♥

Ustedes han escuchado el dicho que dice, donde manda capitán no manda marinero, bueno, en este caso es exactamente igual. Cristóbal, ha hecho un mínimo de diez llamadas, en las que ha intentado mudarse de planeta unas cinco veces y también ha soltado y creo que merece un certificado Guiness, un sinfín de palabrotas.

Me limito a observarlo y trato tomarme personal ningunas de sus acciones. Camina de un lado a otro con el celular pegado a la oreja. No puede creerse como él un universitario prodigio, dueño de su propia empresa construcción tiene que rendirles cuentas a sus padres, sabiendo que: a) puede mantenerse y vivir solo y b) puede contratar a la servidumbre que a él le plazca "o le venga en gana" como ha dicho.

Escucharlo solo me causa jaqueca. Creo que, si tuviera poderes telepáticos o algo por el estilo, el costoso jarrón que está al lado del televisor estaría sobre su cabeza.

—Es una mujer de la calle. ¿Entienden que me han dejado en manos de una cualquiera?

Ah no, eso sí que no.

Seré pobre, no me vestiré de forma adecuada y todo lo demás, pero cualquiera no soy. Jamás vendería mi dignidad o lo que queda de ella a cambio de unos billetes. ¿Qué era lo que le pasaba?

—¿Qué me ves?

Inundada por mi rabieta, no percibí que había terminado su llamada y que ahora estaba frente a mí con los brazos cruzados y mirándome como si fuera un gusano que debía pisotear.

Si lo que tiene de lindo, lo tuviera de amable creo que estaría frente al príncipe predilecto que toda adolescente sueña.

—Te estoy hablando.

—Te estoy escuchando.

—Encima, me tuteas.

—Perdón.

Rayos, quería matarle solo que debía aguantar. Había firmado un contrato que le asegura una vida prospera a mi madre, no dejaría que sus malos tratos me alejaran, aunque me dolieran. Solo tenía que ganármelo. No era difícil, siempre he tenido la virtud de ser amable y dócil, incluso con aquellos que no lo merecen.

—No te acostumbres. Mis padres vienen en camino. No sé porque estás aquí, ni me interesa. Solo quiero que sepas una cosa, es mejor que renuncies y te ayudare a tener otro trabajo o lo que quieras, pero si decides seguirles el juego a mis padres, te hare la vida imposible.

Él lo sabía.

¿Cuántas veces habían intentado esto sus padres?

—No fue mi intención molestarte. —me disculpe.

—Odio la lastima, sabes. No la soporto.

Esas palabras resultaron una espada de doble filo, porque en el fondo yo también la odiaba.

Me mandaron al cobertizo y cerraron la puerta. Hacia frio y se estaba haciendo tarde. Si llegaba la noche y no llegaba a casa mi madre se preocuparía. Quisiera llamarla solo que ninguna tenemos celulares. Son caros para gente como nosotras.

—Manuela.

Esa voz autoritaria fue mi indicio para pasar. Pasé las manos por mis brazos repetidamente y me detuve frente a ellos. Aquí solo quedaban las sobras de una batalla perdida. Cristóbal se veía furioso y sus padres no tenían ninguna expresión.

—Manuela —Mi nombre sonó como una advertencia—, ¿quieres seguir trabajando aquí?

Pensé en la proposición de Cristóbal y pensé que era lo mejor. Retrocedí mi palabra.

—Si al joven le incomoda mi presencia, lo mejor será que desista.

En los ojos de Cristóbal percibí un brillo de victoria.

—Muy bien —eso no sonó tan bien—, Cristóbal, como tú tampoco quieres, ella incumplirá su contrato.

—Firmaste —Esa afirmación-pregunta de Cristóbal no me gusto.

—¿Qué pasa?

—Cristal, llama a la policía.

—¡¿Qué?! —Mis pies se tambalearon. ¿Qué era lo que estaba escuchando?

—Incumpliste el contrato. Eso quiere decir que iras detenida.

¡Ay, no! ¿En qué familia de locos me he metido?

—¡Eres una tonta! —exclamo Cristóbal molesto—, ¿es que acaso no sabes que tienes que leer antes de firmar algo?

—Yo...

—Entonces, Manuela —Juan parecía decidido, mientras que Cristal mantenía el silencio—. ¿Aun sigues con tu decisión de irte?

Mire a Cristóbal y luego a ellos.

¿Qué hago?

Si me quedo, este chao me matará y si no lo hago, iré a la cárcel.

—Lo siento —Mire a Cristóbal—, cumpliré con mi palabra.

—Genial. Pues entonces, me largo.

—Si te vas, ella ira presa. —dijo Juan sin preparo.

Cristóbal se detuvo a mitad de la puerta y giro lentamente.

—No estás hablando en serio.

Eso mismo me repetí en mi mente.

—Sabes que nunca juego.

Cristobal tomo unas llaves de encima de su escritorio y mirándome de soslayo, sonrió.

—Te pega el color naranja. —Con esa última frase, salió del lugar.

Abrí mi boca de la impresión y luego miré a Cristal. Todo esto tenía que ser una broma. Y no lo era. Eran las nueve de la noche y me encontraba acusada de hurto. Resulta que Juan era abogado y de los buenos. Puso una denuncia en mi contra y solo Cristóbal podía deshacerla. Tras las rejas, solo tenía un solo pensamiento: si él se enteraba de que estaba en la cárcel, el castigo iba a ser horrible. Tuve miedo y me acurruqué en el frio suelo. ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí?

Amaneció.

Me dolía todo el cuerpo y nadie aparecía.

—No puedo creer que ayudes a mi padre con esta bajeza. —Esa era la voz de Cristóbal. M levante del suelo y mire por la rendija. Era él, su piel morena y su cabello oscuro lo delataban. A su lado se encontraba el abogado de ayer, seguramente venía a reírse en mi cara.

—Yo solo hago mi trabajo, ahijado.

—Un sucio trabajo.

Cuando se detuvieron frente a mí, me observaron.

—¡Exijo saber que está pasando! —medio grite.

Cristóbal giro los ojos y el abogado tosió.

—Sucede que mis padres están locos y gracias a ti, voy a vivir una vida de infierno durante este año.

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