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Las niñas estaban listas, saltando de un lado a otro, felices, emocionadas. Cuando escucharon el timbre de la puerta, corrieron a abrir. —¡Niñas! Primero deben saber quién es —exclamó Leonor. Las niñas asintieron. —¿Quién es? —Hola, hola, ¡Aquí papito CEO, esperando entrar! Las niñas gritaron emocionadas y abrieron la puerta, saltando a los brazos del CEO que las recibió feliz. —¿Están listas para patinar? —¡Sí, papito CEO! Marina se acercó a ellos. —¿Estás segura de no querer venir, Leonor? Ella negó. —Vayan ustedes, yo estaré bien aquí. Marina asintió y salió con ellos. Subieron al auto, y fueron hacia un lugar donde, además de patinar, había videojuegos e inflables para divertirse. Leonor se quedó sola, y supo que era ahora o nunca, caminó a su alcoba, y tomó esa prueba de embarazo, sintió sus manos temblar. Había pasado más de quince días, pero ella que conocía bien su ciclo menstrual estuvo convencida de que la noche que estuvo con Albert era su día más fértil, lle
Mady y Ady se abrazaron con fuerza. —¡Quiero a mi mamita y a mi papito CEO! ¡Déjenos ir! —chilló Mady Ady la abrazó. —¡Por favor, queremos irnos con nuestra mami! ¡Mami! Tenemos miedo. —¡Ya basta, niñas! Caminen a la sala de estar. Las niñas tenían miedo de esa mujer tan alta y con el rostro amargado, que retrocedieron hasta una pequeña sala, donde se sentaron y se abrazaron asustadas. Luego de un rato, Mady limpió sus lágrimas. —Tenemos que irnos, Ady. —Pero… ¿Cómo? Mady no lo sabía, pero tomó la mano de Ady y caminaron por el lugar, hasta llegar al comedor, donde había muchos niños que comían. —¿Estás pensando lo mismo que yo, Ady? —Si estás pensando en comer, no, pero si estás pensando en… Las dos se miraron a los ojos abriéndolos grandes y rieron ante lo que pensaban hacer. Demetrius llegó a la casa, estaba tan furioso, que apenas entró, porteó la puerta y las mujeres en el salón saltaron de miedo. —Hijo… —¡¿Cómo puedes ser una mujer tan cruel para enviar a dos criat
Cuando Demetrius llegó a casa estaba derruido, su madre lo observó, se acercó a él. —¿Hijo? ÉL estaba sentado sobre las escaleras. —¡Déjame en paz! —exclamó con rabia, solo al verla. —¿Me odias tanto? —Te odio, quieres saber la verdad —dijo Demetrius con ojos llorosos—. ¡Si te odio! Antes no te odiaba, ni por todo lo que me has hecho, que ha sido mucho. —¡Hijo! Solo he querido tú bien. —¿Mi bien era casarte con un hombre que nunca me quiso? ¡Me golpeaba delante de ti, me menospreciaba ante tus ojos y callaste! ¿Por amor? No, por miedo a no quedarte sola, y ahora mira como estás, me enviaste lejos como él te lo pidió a un colegio militar, y cuando volví siendo tan severo y cruel, ¿Qué dijiste? Mi hijo es un hombre muy malo, ¿No era lo que querías? Ahora que por fin encontré de nuevo mi alma, ¡Me lo quitas! ¿Dices que has querido mi bien? Tú no sabes lo que es mi bien, nunca has sido una buena madre. Alana sollozó al escucharlo. —¡Demetrius! No sabes lo que yo te amo, lo que yo
—¿Qué no puede ser? —exclamó Ady Alana volvió a la realidad, y sonrió a las pequeñas niñas. —Nada, es que estoy un poco distraída, pero, vengan niñas, vengan aquí, yo soy Alana, pero llámenme, abuela. —¿Abuela? —exclamaron al mismo tiempo, con ojos muy grandes. —Yo soy mamá de su papá Demetrius. —¡Papito CEO se llama así, pero él no es nuestro papito, ya no lo queremos! ¡Lo odiamos! Porque nos dijo cosas feas —dijo Ady haciendo un puchero al borde del llanto. —¿Qué les dijo? —Que no nos quiere más, no sabemos por qué. Alana hizo un gesto de frustración. —Vengan, les voy a contar un secreto. —¿Un secreto? Nos gustan los secretos, no diremos nada. Alana sonrió al ver lo listas que eran ese par de niñas. —Yo fui la culpable de que su papito fuera malo con ustedes. Las niñas no entendían. —Papito las quiere mucho, muchísimo, pero ayer, yo le pedí que les dijera eso. —¿Por qué? —Porque… porque su abuela es una tonta, y estaba molesta, lo siento mucho, niñas, perdónenme, por
Leonor fue revisada por el médico, que determinó que todo estaba en orden, pero que se trataba de un dolor fuerte de estómago por estrés. Albert tomó su mano cuando hicieron la ecografía. —Es muy pronto para realizarlo, aún no veremos nada, pero haremos lo estudios pertinentes para saber como se encuentra de salud. Leonor asintió, le dieron un medicamento y el dolor pasó. El doctor los dejó solos un momento. —¿Has estado bajo mucho estrés? Ella bajó la mirada. —Es que, ayer, las gemelas fueron llevadas a un orfanato, casi las separan de Marina y de mí. —¿Qué? ¿Cómo fue eso? Leonor, no puedes estar ante tanto estrés, has escuchado al doctor, le hace daño a nuestro hijo. Ella se sorprendió al escuchar sus últimas palabras «Nuestro hijo, sí, es nuestro hijo», pensó, sintiendo que temblaba. —Yo… lo sé, no ha sido mi intención. Él tomó su mano, sintió que estaba helada. —Estaré aquí, cuidándote, no te angusties o te estreses, yo siempre estaré aquí contigo. Ella no dijo nada,
Kevin caminaba de un lado a otro, desesperado, tomó su teléfono y llamó. —¿Por dónde vienes, mujer? —Pronto llegaré, te he dicho que Albert me corrió, en cuanto el hombre que lo sigue me llamó y me dijo que iba rumbo a un hospital con una mujer, supe que era Leonor arruinando mis planes. —¡Te lo dije! Esa mujercita es lista, ahora nos quitará del medio, pero, no sabe con quién se metió. La puerta de la oficina de Kevin se abrió, portearon muy fuerte. Sus ojos miraron a Sylvia confusos. —Te llamo después —Kevin colgó la llamada y miró a la mujer—. ¿Qué quieres aquí, Sylvia? —Quiero que me ayudes, quiero que hagas lo que sea, pero deshazte de Marina Hall. El hombre arrugó el gesto, luego lanzó una gran carcajada al aire. —¿Qué dices, mujer? ¿Y por qué lo haría? A mí, Marina Hall, no me va, ni me viene, ¿A mí que me importa deshacerme de ella? —exclamó con ligereza. Sylvia sintió rabia incontenible solo al verlo, sus manos se volvieron un puño seco. —¿Cómo te atreves? Hace años
Alana volvió a casa antes del anochecer, subió la escalera y encontró a esa mujer, sintió una rabia. —¡Toma tus cosas y te largas de aquí! —sentenció Alana chasqueando sus dedos. Sylvia se quedó perpleja, no podía creer lo que escuchaba. —¡Alana! ¿Por qué me maltratas de esa forma? Alana la miró con rabia, tomó su brazo con fuerza. —¿Creíste que nunca lo sabría? Que fuiste tú la que metió a Marina Hall, ebria o drogada, en la cama de mi hijo Demetrius. Sylvia retrocedió un paso, sus ojos eran tan grandes, asustados. —¡Es mentira! Todo lo que dijo es mentira, ¡Dios mío, Alana! Ella fue la culpable de la muerte de Finnlay, ¿Cómo puedes creer en eso? Miente, ella se metió en la cama de Demetrius por su voluntad, porque lo deseaba, se metió con él para tenerlo, antes que a Finn, ¡Es una mujerzuela! Alana no se dejaba envolver, podía ver a través de su máscara, era esa clase de mujer, capaz de todo por dañar a otra, Alana le dio tal bofetada, que la mujer tuvo que sostenerse de la b
—Demetrius ve por tus hijas, quítaselas, no permitas que una mujerzuela como ella las tenga consigo. Demetrius sujetó muy fuerte el brazo de Sylvia. —¡Tú cállate! No he olvidado que también me mentiste, te pregunté si era ella, lo negaste. —¡Ella me amenazó! —¡No quieras seguir viéndome la cara de estúpido! —exclamó, luego la soltó empujándola a un lado—. ¡Lárgate de aquí, no quiero que te acerques ni a mí, ni a mi madre, ni a mis hijas! —Pero… —dijo casi llorando. Demetrius dio la vuelta. —¿A dónde vas? —exclamó Albert —Por mis hijas —sentenció Demetrius y se fue apresurado. Albert tomó el brazo de Sylvia con fuerza —¿Qué hiciste, Sylvia? Nunca dijiste que el amante de Marina Hall fue Demetrius Vicent. —Ella se metió en su cama, ¡Juro que no tuve nada que ver! Albert la miró con ojos muy pequeños y recelosos —Maldita mentirosa, di la verdad, mejor la diré yo, pensaste que, si enviabas a Marina a los brazos de Demetrius, ellos terminarían juntos, porque por aquel tiempo, s