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—Si quisiera matarte, ¿No crees que lo habría hecho ya? Marina, solo eres una miedosa, vamos, bebe, celebra conmigo, demuestra que no me tienes miedo. «Si no bebo, seguro me obligará o hará lo que sea, aún no sé de lo que es capaz, en realidad no quiero saberlo, tengo miedo», pensó. Un hombre se acercó a ella, y le dijo algo al oído. Sylvia optó por levantarse, se giró para escuchar mejor y no permitir que Marina escuchara nada de esa conversación. Marina supo que tenía un solo instante para cambiar su destino y salvarse; intercambió las copas, sin que Sylvia la pudiera ver. Sylvia hablaba con ese hombre en voz muy baja, tanto que Marina no pudo escuchar nada de lo que hablaban. —Señorita, el hombre que pagó mucho dinero por la prostituta está afuera, y está un poco desesperado, quiere ya mismo a la mujer. —Que espere, ya casi podré darle a la mujerzuela, recuérdale que debe estar con ella en la habitación que le indicamos, ¿Tienen las cámaras listas para grabarlo todo? El hombr
Demetrius detuvo el beso, miró a los ojos de Marina, aún sus miradas estaban ardiendo de deseo. —¿Qué haces aquí, Marina? Ella miró atrás, pero esos hombres ya no estaban ahí. —Yo… ¡Estaba siendo perseguida! Él arrugó el ceño. —¿Perseguida? ¿Por quién? —exclamó con ojos severos Marina hundió la mirada, pensó en decirle todo, y tuvo miedo. —No lo sé… Demetrius la miró con intriga. —¿Acaso es un pretexto para estar cerca de mí? Ella le miró incrédula. —¿Qué? ¡Oh, claro, porque estoy muerta de amor por ti, y necesito toda tu atencion! —exclamó irónica Él sonrió. —Justo es lo que pensé, no lo niegues, me besaste, me llamaste amor, no puedes negar lo obvio. Ella intentó liberarse de su agarre, pero él lo volvió más fuerte. —No irás a ningún lado, vamos a despedirnos del socio japonés, y podemos irnos de aquí juntitos a un lugar privado. Ella alzó las cejas, sorprendida. —¿Lugar privado? Él esbozó una sonrisa de lado, y ella se sintió tranquila de estar junto a él. Pronto,
Marina arrugó la foto, y negó. —¡Es una tontería! Las niñas no debieron darte esto, y es hora de que te vayas —sentenció con firmeza Pero, él caminó hacia ella, sorprendiéndola, haciéndola retroceder hasta llegar a la cama. —No me iré, no hasta que me respondas lo que te pregunté. Ella titubeó. —No, esa es la respuesta —aseveró, sin ver su rostro. Él se acercó más a ella, su mano levantó su barbilla para que lo viera, intentó alejarse, pero él la tomó de la cintura, estrechándola en sus brazos. —¡Basta! —Mírame y dilo en mi cara, di que no me amaste nunca. Ella sintió que temblaba, su mirada descendía a sus labios, deseándolos para ella, no podía evitar sentirse débil ante su presencia, él lo notó, porque le pasaba igual. —Mientes, y mientes, ¡Dices mil mentiras por segundo! Y ni siquiera sé porque creo en ti, pero lo hago. —Ya basta, Demetrius, debes irte. —No me iré, no sin hacerte mía. Ella le miró con ojos grandes, él besó sus labios con tanta pasión, y cayeron a la ca
Marina abrió los ojos y miró a Demetrius recostado en su cama, dormido, sonrió, no podía creer que su fantasía de amor se hubiese hecho realidad, luego de tanto tiempo. «Ayer dijo que me amaba y yo también lo dije», pensó con una sonrisa ilusionada. Él abrió los ojos adormilados, y al verla, sonrió, ella se ruborizó y cubrió su cuerpo con su vestido de dormir. —¿Ya debo irme? Ella miró la hora, y sonrió de nuevo. —Las niñas se despertarán pronto, será raro si te ven aquí. —Seguro de que estarán muy felices. Ambos rieron, Marina supo que tenía razón. —Debo irme a bañar y cambiar, volveré para ir a patinar con las niñas. Ella asintió, él se cambió rápido y una vez listo, ella lo llevó a la puerta. —Vuelvo en tres horas para ir a patinar. —Está bien. Ella pensó que solo se iría, pero, Demetrius besó sus labios, se fue de ahí, dejándola como volando en una nube rosa, cerró la puerta, tenía una sonrisa feliz. —¿Marina? ¿Acaso Demetrius Vicent y tu durmieron juntos? —exclamó Leo
Las niñas estaban listas, saltando de un lado a otro, felices, emocionadas. Cuando escucharon el timbre de la puerta, corrieron a abrir. —¡Niñas! Primero deben saber quién es —exclamó Leonor. Las niñas asintieron. —¿Quién es? —Hola, hola, ¡Aquí papito CEO, esperando entrar! Las niñas gritaron emocionadas y abrieron la puerta, saltando a los brazos del CEO que las recibió feliz. —¿Están listas para patinar? —¡Sí, papito CEO! Marina se acercó a ellos. —¿Estás segura de no querer venir, Leonor? Ella negó. —Vayan ustedes, yo estaré bien aquí. Marina asintió y salió con ellos. Subieron al auto, y fueron hacia un lugar donde, además de patinar, había videojuegos e inflables para divertirse. Leonor se quedó sola, y supo que era ahora o nunca, caminó a su alcoba, y tomó esa prueba de embarazo, sintió sus manos temblar. Había pasado más de quince días, pero ella que conocía bien su ciclo menstrual estuvo convencida de que la noche que estuvo con Albert era su día más fértil, lle
Mady y Ady se abrazaron con fuerza. —¡Quiero a mi mamita y a mi papito CEO! ¡Déjenos ir! —chilló Mady Ady la abrazó. —¡Por favor, queremos irnos con nuestra mami! ¡Mami! Tenemos miedo. —¡Ya basta, niñas! Caminen a la sala de estar. Las niñas tenían miedo de esa mujer tan alta y con el rostro amargado, que retrocedieron hasta una pequeña sala, donde se sentaron y se abrazaron asustadas. Luego de un rato, Mady limpió sus lágrimas. —Tenemos que irnos, Ady. —Pero… ¿Cómo? Mady no lo sabía, pero tomó la mano de Ady y caminaron por el lugar, hasta llegar al comedor, donde había muchos niños que comían. —¿Estás pensando lo mismo que yo, Ady? —Si estás pensando en comer, no, pero si estás pensando en… Las dos se miraron a los ojos abriéndolos grandes y rieron ante lo que pensaban hacer. Demetrius llegó a la casa, estaba tan furioso, que apenas entró, porteó la puerta y las mujeres en el salón saltaron de miedo. —Hijo… —¡¿Cómo puedes ser una mujer tan cruel para enviar a dos criat
Cuando Demetrius llegó a casa estaba derruido, su madre lo observó, se acercó a él. —¿Hijo? ÉL estaba sentado sobre las escaleras. —¡Déjame en paz! —exclamó con rabia, solo al verla. —¿Me odias tanto? —Te odio, quieres saber la verdad —dijo Demetrius con ojos llorosos—. ¡Si te odio! Antes no te odiaba, ni por todo lo que me has hecho, que ha sido mucho. —¡Hijo! Solo he querido tú bien. —¿Mi bien era casarte con un hombre que nunca me quiso? ¡Me golpeaba delante de ti, me menospreciaba ante tus ojos y callaste! ¿Por amor? No, por miedo a no quedarte sola, y ahora mira como estás, me enviaste lejos como él te lo pidió a un colegio militar, y cuando volví siendo tan severo y cruel, ¿Qué dijiste? Mi hijo es un hombre muy malo, ¿No era lo que querías? Ahora que por fin encontré de nuevo mi alma, ¡Me lo quitas! ¿Dices que has querido mi bien? Tú no sabes lo que es mi bien, nunca has sido una buena madre. Alana sollozó al escucharlo. —¡Demetrius! No sabes lo que yo te amo, lo que yo
—¿Qué no puede ser? —exclamó Ady Alana volvió a la realidad, y sonrió a las pequeñas niñas. —Nada, es que estoy un poco distraída, pero, vengan niñas, vengan aquí, yo soy Alana, pero llámenme, abuela. —¿Abuela? —exclamaron al mismo tiempo, con ojos muy grandes. —Yo soy mamá de su papá Demetrius. —¡Papito CEO se llama así, pero él no es nuestro papito, ya no lo queremos! ¡Lo odiamos! Porque nos dijo cosas feas —dijo Ady haciendo un puchero al borde del llanto. —¿Qué les dijo? —Que no nos quiere más, no sabemos por qué. Alana hizo un gesto de frustración. —Vengan, les voy a contar un secreto. —¿Un secreto? Nos gustan los secretos, no diremos nada. Alana sonrió al ver lo listas que eran ese par de niñas. —Yo fui la culpable de que su papito fuera malo con ustedes. Las niñas no entendían. —Papito las quiere mucho, muchísimo, pero ayer, yo le pedí que les dijera eso. —¿Por qué? —Porque… porque su abuela es una tonta, y estaba molesta, lo siento mucho, niñas, perdónenme, por