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—¡Enloqueciste! Estás diciendo tonterías. Albert negó con una sonrisa burlona —Puedes mentirme si quieres, pero no puedes engañarte a ti mismo, tú mirada no miente, lo sé por la forma en que la ves, me largo, mi odiosa esposa me espera. Albert salió de ahí, dejándolo desconectado. Davis acompañó a Marina hasta su auto, estaba seguro de que estaba tranquila. —Gracias, señor Davis, y también por defenderme, he pensado en renunciar. —¡De ninguna manera! —el hombre tomó su mano y la miró con ansiedad—. Yo te necesito, Marina, eres imprescindible para mí, para el equipo, además, no es justo, no dejes que la crueldad del tirano Vicent te venza, eres más fuerte que él. Marina bajó la mirada «Si todo fuera sobre trabajo, le daría la guerra, ahora tengo pavor de que descubra la verdad y me quite a mis hijas», pensó con miedo. —¿Marina? Ella asintió —Debo irme. —Marina, quiero pedirte algo. Ella se tensó, no quería rechazar al hombre, porque era bueno con ella. —¿Podría invitarte a
Las niñas lloraban, tomadas de la mano, mientras veían a su madre desvanecida sobre el suelo, inerte. Un hombre bajó del auto. Marina intentó moverse, se sentía adolorida, movió un poco la cabeza, abrió los ojos, pero su mirada era borrosa, miró esa figura masculina, alta e imponente frente a ella. —¿Tú… tú? —balbuceó, luego sus ojos se cerraron. —¡Mami! —Tranquilas, su mami está bien, solo se golpeó un poco, pero estará bien, lo prometo. Las niñas lo miraron, con sus ojitos llenos de lágrimas. Demetrius Vicent miró sus caras infantiles, con mejillas rosadas y regordetas, cabellos castaños casi rubios, y unos grandes ojos marrones, que de pronto les recordaron a los suyos. «No se parecen para nada a Finn, me recuerdan más a mí mismo… ¡Va, qué tonterías digo!», pensó —¿Por qué han cruzado la calle de ese modo? ¿Acaso no saben que es peligroso? Las niñas asintieron. —¡Es que no queremos al señor Davis! —¿El señor Davis estaba aquí? —¡Es un tonto! —gritó Mady Ady rio, y Demet
—¿Por qué te robaría a tus hijas? Ella se tensó, retrocedió al volver a la realidad, sus ojos azules lo miraban con gran miedo, él sonrió, de esa forma cínica que ella tanto aborrecía. —¿Dónde están mis hijas? —Ven televisión, y comen burritos de queso, ¿Quieres un poco? Ella lo miró incrédula, se levantó como un resorte, lanzó un quejido, pero mordió sus labios para no sentir tanto dolor, fue hasta el pasillo, debía verlo con sus propios ojos. Al llegar, Marina vio a las pequeñas niñas comiendo, abajo, en la sala, veían televisión. Sintió que su estómago se retorcía de nervios, recordando que estaban por primera vez ante su padre. —¡Debo irme! —exclamó y soltó un quejido. Demetrius tomó su brazo y la dirigió a la habitación. —No, lo que harás es recostarte, el doctor viene en camino, estaba ocupado, pero vendrá. —¿Por qué no me has llevado a la clínica? Él mismo se lo preguntó mil veces, no podía negarse que traerla a su casa le daba un gran control sobre la situación, tragó
Marina estaba sentada sobre la cama, luego de que Leonor se llevara a las niñas consigo, Demetrius fue a la farmacia. —¿Qué estoy haciendo aquí? —exclamó Esa casa le traía malos recuerdos, caminó por la habitación, quejándose de la herida, hasta llegar frente al espejo, levantó su blusa, y miró parte del costado y la espalda morados, fue un buen golpe, pero estaba a salvo. «¿Fue mi culpa? No debí salir con las niñas y con Davis, ellas siempre desearán que su padre vuelva» —¡¿Qué padre?! Su padre ni siquiera sabe que existen, y si lo supiera, no dudaría en arrancarlas de mi lado, sufrirían como yo. Marina perdió el aliento, sintió que temblaba, miró esa foto, y fue como si golpearan su corazón, la tomó en sus manos; eran Demetrius y Finnlay abrazados, cuando eran pequeños. Sus ojos se volvieron llorosos, la puerta se abrió. Los ojos de Demetrius se volvieron gélidos al verla con esa fotografía. —¿Te sientes culpable? Por tu culpa perdí a mi hermano. Ella retrocedió, dejó la fot
Cinco minutos antes. «—¡Por favor, se lo suplico! Déjeme pasar, ¡Es una sorpresa para el señor Vicent! Le gustará, por favor —suplicó Rose —Debo avisar primero al señor Vicent, además, él tiene compañía, ahora no hay empleados en la mansión y si la dejo entrar… —¿Compañía? ¿Quién es? —exclamó recelosa—. ¿Una mujer? —preguntó con las cejas enmarcadas El guardia la observó, asintió. Ella tomó de su cartera dinero. —¡Por favor, déjame pasar! Te daré todo este dinero. Los ojos del guardia brillaron ambiciosos, era más de lo que ganaría por esa noche. Rose consiguió pasar, sin su auto, corrió tanto como pudo, hasta entrar a la mansión, abrió la puerta, que no tenía siquiera pasador. Miró con rabia. «¿Así que por eso no me quiere a su lado? Tiene a una mujerzuela calentándole la cama, ¡Pero, juro que la destruiré» La mujer subió de prisa, entró a la habitación, y escuchó ruido en el cuarto de baño. La puerta estaba entreabierta, solo la empujó, sus ojos se abrieron enormes; Demetr
Cuando Marina abrió los ojos, observó los rayos de sol colándose por la ventana, a su lado había una compresa fría. Enderezó su postura, vio a Demetrius Vicent, estaba sentado sobre una silla, con medio cuerpo de la cintura para arriba, sobre la cama. «¿Acaso veló mi sueño toda la noche?» la idea le pareció absurda, no podía creer que ese hombre al que llamaba cruel pudiera ser bondadoso una vez. Ella se levantó, decidió darse un baño. Cerró la puerta con seguro, y se duchó con agua tibia. Solo pensaba en volver a casa. Demetrius despertó, la observó peinándose frente al espejo, fue raro despertar con tal visión. Luego de que se resignó al olvido de Rose, jamás volvió a pensar en la idea de una mujer en su vida, verla ahí, en su alcoba, le hizo tontear con la idea de una familia. —¿Cómo te sientes? —Mejor, gracias por cuidarme… —Lo hice por tus hijas, ya lo dije antes, son buenas, y dulces, aunque no creas, me han ganado, así que no pienses que lo hago por ti. Ella alzó la bar
Marina se quedó congelada, miró a las niñas, sus ojos marrones eran tan idénticos a los de su padre, tenían la misma fuerza para doblegarla. —¿Por qué piensan que ese señor CEO es su padre? —exclamó atormentada —Porque papi es así de alto, y es divertido como el señor CEO y debe hacer burritos de queso como él, mami, si el señor CEO no es nuestro papito, ¿Quién es nuestro papito? —exclamó Mady con la voz dulce y esperanzada. Marina sintió un dolor en su pecho. —Todos tenemos un papito, nosotras ya queremos tener a nuestro papito como los otros niños. Marina hundió la mirada, se le desdibujó por lágrimas amargas, odiaba hacer sufrir a sus hijas, odiaba sentirse egoísta, pero recordó a Demetrius Vicent cuando insinuó quitarle a sus hijas al creerlas sus sobrinas, ¿Qué haría si supiera que son sus hijas? ¿Estaría enfurecido? ¿Las robaría de su lado? «Algún día este secreto acabará conmigo, pero ahora muero de miedo», pensó —¡Mamita, no llores! —dijo Ady y la abrazó, Mady también se
Las niñas aprovecharon que un empleado entró por la puerta de cristal giratoria, así lograron colarse, y corrieron huyendo de la recepcionista, que ni siquiera les prestó atencion. Subieron hasta el elevador, donde un mensajero iba. —¿Y ustedes quiénes son? —¡Venimos a ver a mamita y a señor CEO! El hombre se quedó perplejo «No sabía que el CEO Vicent tuviera hijas gemelas, lo mejor será dejarlas seguir, si hago algo mal, el tirano es capaz de despedirme sin un dólar», el hombre sonrió a las pequeñas. Leonor entró, pero fue detenida. —¿Qué es lo que necesita? —¡Mis sobrinas pequeñas entraron, son unas gemelas de casi cinco años! ¿Acaso no las vio? —Leonor estaba en pánico, si se perdían, ella enloquecería de miedo. —¡Esos cuentos fantasiosos no se los creo! La mujer llamó a seguridad, y Leonor corrió a la escalera de emergencia, sorprendiendo a la recepcionista. Leonor corrió hasta subir al cuarto piso, escuchó que alguien la perseguía, su corazón latía como condenado, miró