El reloj de mi ordenador marca las seis en punto, guardo el documento que estaba redactando y me preparo para irme. Estoy trabajando en un informe sobre una de las propiedades de la cadena que ha tenido más ventas este año, pero es algo que no puedo terminar en una hora, y en verdad quiero ir a casa, así que decido dejarlo para mañana, de todos modos, el señor Navarro, mi jefe, ya se fue a las cinco y me dijo que podía irme yo también, pero quise avanzar un poco en la última hora del día.
Ahora que el lugar está desierto, creo que lo mejor es que me vaya yo también. Sonrío viendo a mi alrededor porque, a partir de mañana, mi estatus en esta empresa va a cambiar. No es quiera ser superior a los demás, para nada, para mí todos son importantes, sin embargo, hay muchas cosas que me limitan en el puesto de asistente y, obviamente, un aumento de salario no estaría nada mal, porque todavía estoy arrastrando algunos préstamos estudiantiles y los pocos ingresos que tengo, me dan para cubrir lo básico.
Suspiro, emocionada por el día de mañana y me levanto de mi silla, tras apagar el monitor de mi ordenador. Tomo el ascensor hasta el lobby, para tomar el autobús a mi casa.
¡Hey! ¿Ya saliste?
Le escribo a mi amiga Karina un mensaje por W******p a ver qué me dice. Ella trabaja como secretaria para uno de los contadores de la empresa, pero siempre nos mantenemos en contacto, pese a ser de departamentos diferentes.
Sí, muñeca. Tuve que salir temprano porque Raúl está enfermo, tiene resfriado y he tenido que buscarlo antes en la guardería.
Le mando una carita triste, porque su pequeño hijo de cinco años es un amor. Usa gafas y es la copia de ella: con rasgos asiáticos, ya que son descendentes de unos coreanos que se mudaron a España hace unas décadas.
Lo siento mucho, querida. Espero que se recupere pronto, prometo llevarle a comer un helado cuando mejore.
Ella me responde con una carita de un corazón y yo sonrío, mientras espero que el ascensor suba los doce pisos hasta donde estoy yo. Como de costumbre, a esta hora va un poco cargado, recogiendo a la mayoría de los empleados que han terminado su jornada laboral. Cuando finalmente llega al primer piso, salgo a toda prisa en busca de un autobús que me lleve a casa, porque, mi situación económica no me ha permitido comprarme un auto.
Me detengo en la parada de autobuses y tras cinco minutos pasa uno, pero va lleno.
—Joder — mascullo por lo bajo.
No me queda de otra que esperar y en eso, un recordatorio en mi teléfono lo hace sonar: Recuerda pasar por el súper, no hay nada de comer en casa.
Genial. Hoy que pensaba celebrar un poco y salir a tomar unas copas, tengo que hacer la compra. No me queda de otra, porque es eso o pasar hambre, y eso sí que no. Espero impaciente otro autobús, la segunda vez con más suerte que la primera y me subo, en dirección a una tienda que queda a dos cuadras de mi casa.
Aprovecho el camino para pensar en mi futuro, ya que en mi pasado no hay nada más que oscuridad y dolor. A mis veinticuatro años creo que he logrado mucho y con el ascenso de mañana, pues estaré un escalón más cerca de mi objetivo. Sin embargo, no puedo negar que me gustaría conocer a alguien con quien compartir mi vida.
Al pensar en mis padres, recuerdo con amor que tenían una relación muy bonita. Mi papá solía traerle flores a mi madre en cualquier día común y corriente. Tenían citas a menudo y eran prácticamente novios eternos. Se conocieron en la universidad y se casaron muy jóvenes, aunque eso no les impidió ser felices. En retrospectiva me pregunto si algún día seré capaz de tener una relación similar, porque salgo poco y ya estoy entrando en edad. Ni siquiera he tenido un novio formal, solo amoríos de adolescencia y nada más.
Bajo del autobús aferrada a mi bolso cuando llego a mi destino. Está oscuro afuera, pero hace bastante calor en esta noche de verano, así que cuando entro a la tienda, el aire acondicionado me refresca, mitigando el calor del camino. Saco la lista que he hecho en mi teléfono. Necesito las cosas de higiene personal, algunos comestibles, frutas, y comida para mi gato Pancho, una bola de pelos que me encontré sacando la basura hace unos meses.
Cuando todo lo de la lista está cubierto, voy a uno de los refrigeradores para tomar un bote de helado y aprovecho para tomar una botella de vino, ya que por lo visto será mi única celebración. Tomo también un plato de pasta a la carbonara que tienen listos en el área de comidas preparadas y me dirijo a la caja, lista para irme a casa.
El trayecto hasta mi departamento lo hago a pie, porque solo son unas cuadras, sin embargo, con dos bolsas llenas de cosas y unos tacones punta fina, no es tan sencillo ni tan cerca, pero lo logro con mucho esfuerzo y llego a casa un tanto acalorada. Lo primero que hago es recoger mi pelo en un moño desordenado. Desempaco las cosas y las pongo en su lugar, para luego servirle el plato a Pancho, quien me recibe con un ronroneo suave.
Una vez todo está en su lugar, voy al baño donde me tomo mi tiempo en la tina con agua fría para refrescarme y al salir, me pongo una bata de seda corta que era de mi mamá. De todos modos, no voy a salir a ningún lado. Enciendo la tele y busco algo en N*****x para entretenerme y me siento, finalmente, con mi cena y el vino a disfrutar.
Devoro la cena con gusto, riendo a carcajadas con la película de comedia que he escogido, de pronto, el sonido de la puerta me sobresalta. Son casi las diez de la noche y no espero a nadie, sin embargo, voy a ver de quién se trata. Por la mirilla de la puerta veo que es un chico desconocido. Es alto, joven, con pelo oscuro y ojos muy azules.
¿Y este quién será? Pienso indecisa en abrirle o no. La curiosidad puede más y eso, más la media botella de vino que me he tomado, me alientan a abrirle.
—Hola — saludo de manera coqueta, algo ajeno a mí, pero asumo que debe ser el alcohol.
—Hola — una voz varonil y grave llena el espacio. Va vestido con unos jeans viejos y una camiseta de futbol algo grande. — Soy el nuevo vecino del apartamento dos cero dos. He venido a pedirte tu contraseña de wifi porque necesito conectarme y el instalador no vendrá hasta mañana. ¿Sería eso mucha molestia?
Se nota que está apurado, pero yo le sonrío con desparpajo.
—Para nada, guapo, yo a ti te doy lo que me pidas.
Tomo su teléfono y marco la contraseña de mi red, dejándolo totalmente sorprendido.
—Vaya, gracias, no sabía que tendría una vecina tan servicial.
—Estoy a tu orden, para lo que necesites. ¿No te gustaría pasar?
Le guiño un ojo y veo que su mirada recorre mi cuerpo de arriba abajo con sensualidad. Me sonríe con picardía y me da las gracias otra vez, negando con la cabeza.
—Gracias de verdad, pasa buenas noches.
—Hey, ven aquí, le ordeno.
Me obedece y se me acerca. Me inclino de puntillas y le doy un beso en la mejilla, casi en la comisura de la boca. Lo veo ruborizarse y se marcha con elegancia y yo me lo como con los ojos, para luego cerrar la puerta. ¿Qué te ha pasado, Olivia? Me pregunto a mí misma. No puedo creer que me haya comportado así, pero estoy segura de que el vecino y yo, nos volveremos a ver.
No puedo creer lo que ha pasado el día de hoy, motivo de mi celebración.Flashback: —¡Ring, ring!El timbre del teléfono de mi escritorio me sobresalta, haciendo que deje de escribir el correo que frenéticamente estaba redactando.—Sí, señor Navarro — respondo con voz dulce a mi jefe.—Necesito que vengas a mi oficina, Olivia.—De inmediato, señor.Me levanto de la silla tirando un poco de mi falda gris de tubo, que se me sube un poco cuando me siento, que he combinado con una blusa negra y tacones negros y me dirijo a la oficina principal, acudiendo al llamado de mi jefe. Entro sin tocar, como me ha ordenado hacer cada vez que me solicita por teléfono. Una vez dentro, lo encuentro tomándose un café y mirando por la ventana, distraído. El paisaje es asombroso, porque se percibe todo Madrid en l
El resto de la tarde la paso en un estado de felicidad indescriptible. Lamentablemente, como no aún no es público el retiro del señor Navarro, no puedo comentarlo con nadie, así que no me queda de otra que guardar mi alegría para mí.A los ojos de cualquiera, un ascenso no es nada del otro mundo, pero yo, que he perdido tanto en esta vida, sé muy bien lo dulce que de esta victoria.En mi escritorio miro con cariño la foto enmarcada de mi familia que tomamos en mi cumpleaños número dieciséis cuando nos fuimos de vacaciones a Hawaii. Observo la foto estudiando cada detalle. En ella, aparecemos mis padres, mi hermano Erick y yo. Mi papá, un hombre corpulento, de cabello y ojos oscuros se ve feliz, abrazando a mi mamá, quien tenía ojos castaños y cabello claro, quien era muy esbelta a pesar de haber tenido dos hijos. Contrario a lo que dice la mayoría de la gente
—Bip, bip, bip, bip, bip. Un sonido horrendo y desesperante me saca de las profundidades de mi sueño. Me despierto sobresaltada y con calor, mucho calor. Por lo visto, el aire acondicionado ha dejado de funcionar en algún punto de la noche, y la habitación está sumergida en oscuridad y una temperatura cálida, haciendo que mi bata esté húmeda pegada a mi cuerpo. Me siento muy incómoda así que me pongo de pie con prisa, y voy al baño darme una ducha para alistarme para ir al trabajo. Hoy es viernes y se supone que el señor Navarro va a presentar a su reemplazo, lo que me intriga bastante, porque para el puesto hay varias candidatos y eso me afecta directamente. Me levanto de la cama y al instante, una jaqueca horrible me visita de repente. Sólo a mí se me ocurre tomarme una botella completa de vino, con un grado de alcohol tan alto y encima, la noche antes a mi ascenso. No le doy más vueltas y corro a la ducha. Me lavo el cabello a toda prisa. Como me lo corté hace poco y lo tengo al
Un silencio incómodo se sienta de golpe durante unos segundos en toda la oficina ante la noticia del señor Navarro, (el padre debo aclarar, porque ahora con su hijo, ambos llevan el mismo título), seguido de un estallido de preguntas, reproches y reclamos.Los integrantes de la junta son ocho hombres; la mayoría ya pasados de los cincuenta años, que han trabajado durante muchos años de la mano del señor Felipe, por el bien de la compañía. El resto lo componen cuatro mujeres un poco innovadoras, dos de ellas heredaron el puesto de sus padres y las otras dos, de sus esposos.Yo, que todavía no me he recuperado de la tremenda noticia de que mi nuevo jefe es también mi nuevo vecino, a quien me le he insinuado durante un arranque de alcohol la noche anterior, aún no me he recuperado de la estupefacción, por ende, no me atrevo a decir ni media palabra. Siento que la cara se me torna ro
—Disculpe, señor Navarro. Es que tenía algunos pendientes por resolver y quería aprovechar en lo que ustedes estaban aquí, para ir avanzando.La señorita Olivia se disculpa con mi papá sin apartar sus ojos de los suyos. Me siento un poco decepcionado, porque a diferencia de anoche, cuando la conocí en su casa, vestida solamente con esa exquisita bata de seda, estaba tan desinhibida y coqueta, y es todo pudor y modestia. Se nota que está muy nerviosa, me lo dice la manera en que se aferra a la tableta que tiene entre sus manos, además de su intenso esfuerzo por evitar mi mirada y no es para menos. Lo que menos pensaba era que junto a su apartamento, se mudaría su futuro jefe.La situación me hace reír, pero me contengo, por respeto a mi padre y para no levantar sospechas con mi padre.—¡Tonterías, muchacha! ¿No te has enterado que ya no eres asisten
¿En qué lío me he metido? Pienso mientras camino junto a los señores Navarro en dirección al ascensor para bajar hasta el estacionamiento. No voy a negar que en estos tres años he salido a comidas y reuniones de diferentes categorías con mi jefe. He visitado junto a él los mejores restaurantes en citas con grandes magnates e inversores que han querido hacer negocios con él, así como también he tenido el placer de almorzar junto a su esposa una que otra vez. En todas me había sentido plena y cómoda, porque, para mí, que perdí a mi padre demasiado temprano de la vida, el señor Navarro es una figura paterna, respetuosa y amable.Sin embargo, en ninguna de esas tantas veces que hemos compartido el pan, no me había sentido tan cohibida como me siento ahora. Primero, porque cuando uno pasa tantas horas trabajando codo a codo con alguien, se crea un cierto
De regreso a la oficina las cosas fluyen un poco mejor. Ya mi dolor de cabeza ha desaparecido y ahora que me encuentro sola, pues los nervios e incomodidad han desaparecido. Los señores Navarro se han reunido en su oficina durante el resto de la tarde y yo, para mi deleite, me la he pasado en mi escritorio, trabajando dos reportes que tengo pendientes, con relación a los cambios en las políticas de calidad para los hoteles.Debo admitir que me encanta mi trabajo, porque siento que aquí es donde se manejan de manera remota, los veintitrés hoteles que forman parte de la cadena. En estas oficinas se trazan las pautas a seguir por lo empleados que se encuentran allá, cara a cara con los clientes, en los distintos puestos de los hoteles. Podría parecer sencillo, pero no lo es. Es algo que se orquesta con el trabajo de cientos de personas. Desde el tema legal, hasta lo financiero, la tecnología y demás, todo está
Cuando el reloj del ordenador marca las seis y quince, decido que ya es tiempo de terminar mi jornada de trabajo. Oficialmente mi horario es de nueve a cinco, pero como no tengo quien me espere en casa, tengo pocos amigos, por no decir que ninguno, siempre me quedo dando la milla extra, ya sea en la mañana, llegando más temprano o en las tardes, cuando todos ya se han ido. Usualmente me dan las siete u ocho de la noche en la oficina, pero hoy quiero irme a casa, porque ha sido un largo de día cargado de muchas emociones.Los señores Navarro se marcharon hace mucho rato y antes de irse, el señor Felipe me dijo que podía marcharme a casa, puesto que ya eran pasadas las cinco, pero yo decidí quedarme un rato más. Ahora que el lugar está prácticamente vacío, creo que es mejor que me vaya a descansar un poco.Me gustaría salir un rato el día de hoy, aunque sola no tiene la misma emoci