El resto de la tarde la paso en un estado de felicidad indescriptible. Lamentablemente, como no aún no es público el retiro del señor Navarro, no puedo comentarlo con nadie, así que no me queda de otra que guardar mi alegría para mí.
A los ojos de cualquiera, un ascenso no es nada del otro mundo, pero yo, que he perdido tanto en esta vida, sé muy bien lo dulce que de esta victoria.
En mi escritorio miro con cariño la foto enmarcada de mi familia que tomamos en mi cumpleaños número dieciséis cuando nos fuimos de vacaciones a Hawaii. Observo la foto estudiando cada detalle. En ella, aparecemos mis padres, mi hermano Erick y yo. Mi papá, un hombre corpulento, de cabello y ojos oscuros se ve feliz, abrazando a mi mamá, quien tenía ojos castaños y cabello claro, quien era muy esbelta a pesar de haber tenido dos hijos. Contrario a lo que dice la mayoría de la gente, que las niñas se parecen a su padre, en mi familia no fue así, ya que, tanto mi hermano y yo somos la copia de mi mamá. Éramos tan parecidos que nos preguntaban que si éramos gemelos a pesar de que él era tres años mayor que yo. Hoy, al verme en el espejo, veo mucho de ella en mí, tengo el mismo tono de cabello que ella, un castaño claro, que puede pasar por rubio, y ojos color miel.
Una lágrima se me escapa sin querer. Recuerdo ese día, estábamos en la playa, listos para irnos de excursión a ver a los delfines, como lo había pedido yo. Fue un viaje asombroso, el último que tuvimos como familia, ya que mi hermano se iría a la universidad y ya no podríamos salir juntos.
Verás cómo lo vamos a repetir, cariño. Todavía puedo escuchar la voz de mi madre con una promesa que no pudo cumplir. Dos años más tarde, mis padres murieron en un accidente automovilístico. Venían de visitar a mi hermano quien estaba a punto de graduarse en derecho, como mi papá. Yo no los pude acompañar porque tenía examen de admisión para entrar a la universidad y estaba muy estresada. Lo siguiente que pasó lo recuerdo de manera confusa: era ya oscuro cuando alguien llamó a mi puerta, una patrulla de policía con la horrible noticia. Un camión de carga había perdido el control de los frenos, haciendo que se descarrillara, el conductor al no poder maniobrar, se salió de su carril, aplastando contra un enorme muro de concreto el auto de mis padres. Murieron al instante, según me informó el forense.
Ese día mi mundo se vino abajo. Mi familia estaba destrozada. Erick y yo estábamos solos contra el mundo. Sin embargo, Él lo tomó peor que yo, porque les había insistido en que fueran a verle, quería mostrarles su nuevo apartamento y accedieron para complacerle, orgullosos de su hijo mayor.
La culpa se adueñó de él, al principio regresó a la casa conmigo, pero luego comenzó a salir, a beber, a estar ausente. Dejó la universidad, a pesar de que le faltaba muy poco para concluir, al principio con la excusa de que era por el luto, pero yo sabía que se estaba hundiendo. Intenté ayudarle. Él era todo lo que me quedaba, no tenía a nadie más. Sin embargo, el día que el banco embargó nuestra casa por la hipoteca que tenían mis padres que no habían pagado, fue la última vez que le vi. Tomó su mochila, dijo que iría a buscar un lugar para nosotros, y se marchó, no le he vuelto a ver desde ese día, hace casi seis años.
Por mi parte, yo sabía que no había nada que pudiera hacer para detener el embargo, así que pedí una prórroga de dos días para desalojar. Saqué todo lo de valor que tenía y monté una venta de garaje. Mis vecinos acudieron de manera masiva a ayudarme a sacar los muebles y uno de ellos que trabajaba en la radio, coló un anuncio para atraer al público. Estoy muy agradecida con ellos, que me apoyaron de manera increíble. Recaudé una buena cantidad de dinero, no lo suficiente para el valor que tenían todas esas cosas, pero lo justo para no quedar desamparada. Empaqué lo que pude, tomando alguna que otra posesión para mí y así, con el corazón roto y completamente sola, tuve que abandonar la que fue mi casa durante toda mi vida.
Una vecina, la señora Lorena, me ofreció hospedaje en su casa para quedarme con ella, cosa que acepté durante algunos días. Mi mente estaba hecha un caos. Mis padres habían muerto, mi hermano se había largado, mi casa ya no era mía. Se suponía que en un mes debía entrar en la universidad… Estaba perdida y no sabía qué hacer.
Por un momento pensé en suicidarme, la tristeza me arropaba y no veía otra salida. Tenía pesadillas con el accidente, no comía, no dormía. Había perdido cuatro kilos en apenas tres semanas. Mi vida era un desastre, pero la señora Lorena, más sabia que yo, me dijo que debía buscar ayuda, porque si no me iba a hundir.
Dudé mucho al instante, pensaba que ir al psicólogo era de locos, pero ella me convenció y esa fue la mejor decisión que pude tomar en ese momento. Al principio iba con miedo, la psicóloga era una señora morena de unos cuarenta años, de gesto duro. Parecía ser la persona más pesada de la tierra, pero me di cuenta que era todo lo contario. Ana, que era el apodo que solía usar con ella, porque Anastasia era demasiado largo, se convirtió en mi aliada, en mi amiga y me ayudo a superar todos mis traumas.
Pude inscribirme en la universidad, y con el dinero de la venta de garaje, pude rentar un pequeño cuarto en una posada, donde solo iba a dormir porque mis días y noches estaba ocupada estudiando y trabajando como mesera en un restaurante.
Miro la foto con cariño, porque estoy seguro de que mis padres estarían orgullosos de la mujer en que me he convertido.
—Este triunfo también es suyo — digo en voz baja mirándolos a ambos, segura de que es solo el inicio de una vida de éxitos como la que pienso lograr.
—Bip, bip, bip, bip, bip. Un sonido horrendo y desesperante me saca de las profundidades de mi sueño. Me despierto sobresaltada y con calor, mucho calor. Por lo visto, el aire acondicionado ha dejado de funcionar en algún punto de la noche, y la habitación está sumergida en oscuridad y una temperatura cálida, haciendo que mi bata esté húmeda pegada a mi cuerpo. Me siento muy incómoda así que me pongo de pie con prisa, y voy al baño darme una ducha para alistarme para ir al trabajo. Hoy es viernes y se supone que el señor Navarro va a presentar a su reemplazo, lo que me intriga bastante, porque para el puesto hay varias candidatos y eso me afecta directamente. Me levanto de la cama y al instante, una jaqueca horrible me visita de repente. Sólo a mí se me ocurre tomarme una botella completa de vino, con un grado de alcohol tan alto y encima, la noche antes a mi ascenso. No le doy más vueltas y corro a la ducha. Me lavo el cabello a toda prisa. Como me lo corté hace poco y lo tengo al
Un silencio incómodo se sienta de golpe durante unos segundos en toda la oficina ante la noticia del señor Navarro, (el padre debo aclarar, porque ahora con su hijo, ambos llevan el mismo título), seguido de un estallido de preguntas, reproches y reclamos.Los integrantes de la junta son ocho hombres; la mayoría ya pasados de los cincuenta años, que han trabajado durante muchos años de la mano del señor Felipe, por el bien de la compañía. El resto lo componen cuatro mujeres un poco innovadoras, dos de ellas heredaron el puesto de sus padres y las otras dos, de sus esposos.Yo, que todavía no me he recuperado de la tremenda noticia de que mi nuevo jefe es también mi nuevo vecino, a quien me le he insinuado durante un arranque de alcohol la noche anterior, aún no me he recuperado de la estupefacción, por ende, no me atrevo a decir ni media palabra. Siento que la cara se me torna ro
—Disculpe, señor Navarro. Es que tenía algunos pendientes por resolver y quería aprovechar en lo que ustedes estaban aquí, para ir avanzando.La señorita Olivia se disculpa con mi papá sin apartar sus ojos de los suyos. Me siento un poco decepcionado, porque a diferencia de anoche, cuando la conocí en su casa, vestida solamente con esa exquisita bata de seda, estaba tan desinhibida y coqueta, y es todo pudor y modestia. Se nota que está muy nerviosa, me lo dice la manera en que se aferra a la tableta que tiene entre sus manos, además de su intenso esfuerzo por evitar mi mirada y no es para menos. Lo que menos pensaba era que junto a su apartamento, se mudaría su futuro jefe.La situación me hace reír, pero me contengo, por respeto a mi padre y para no levantar sospechas con mi padre.—¡Tonterías, muchacha! ¿No te has enterado que ya no eres asisten
¿En qué lío me he metido? Pienso mientras camino junto a los señores Navarro en dirección al ascensor para bajar hasta el estacionamiento. No voy a negar que en estos tres años he salido a comidas y reuniones de diferentes categorías con mi jefe. He visitado junto a él los mejores restaurantes en citas con grandes magnates e inversores que han querido hacer negocios con él, así como también he tenido el placer de almorzar junto a su esposa una que otra vez. En todas me había sentido plena y cómoda, porque, para mí, que perdí a mi padre demasiado temprano de la vida, el señor Navarro es una figura paterna, respetuosa y amable.Sin embargo, en ninguna de esas tantas veces que hemos compartido el pan, no me había sentido tan cohibida como me siento ahora. Primero, porque cuando uno pasa tantas horas trabajando codo a codo con alguien, se crea un cierto
De regreso a la oficina las cosas fluyen un poco mejor. Ya mi dolor de cabeza ha desaparecido y ahora que me encuentro sola, pues los nervios e incomodidad han desaparecido. Los señores Navarro se han reunido en su oficina durante el resto de la tarde y yo, para mi deleite, me la he pasado en mi escritorio, trabajando dos reportes que tengo pendientes, con relación a los cambios en las políticas de calidad para los hoteles.Debo admitir que me encanta mi trabajo, porque siento que aquí es donde se manejan de manera remota, los veintitrés hoteles que forman parte de la cadena. En estas oficinas se trazan las pautas a seguir por lo empleados que se encuentran allá, cara a cara con los clientes, en los distintos puestos de los hoteles. Podría parecer sencillo, pero no lo es. Es algo que se orquesta con el trabajo de cientos de personas. Desde el tema legal, hasta lo financiero, la tecnología y demás, todo está
Cuando el reloj del ordenador marca las seis y quince, decido que ya es tiempo de terminar mi jornada de trabajo. Oficialmente mi horario es de nueve a cinco, pero como no tengo quien me espere en casa, tengo pocos amigos, por no decir que ninguno, siempre me quedo dando la milla extra, ya sea en la mañana, llegando más temprano o en las tardes, cuando todos ya se han ido. Usualmente me dan las siete u ocho de la noche en la oficina, pero hoy quiero irme a casa, porque ha sido un largo de día cargado de muchas emociones.Los señores Navarro se marcharon hace mucho rato y antes de irse, el señor Felipe me dijo que podía marcharme a casa, puesto que ya eran pasadas las cinco, pero yo decidí quedarme un rato más. Ahora que el lugar está prácticamente vacío, creo que es mejor que me vaya a descansar un poco.Me gustaría salir un rato el día de hoy, aunque sola no tiene la misma emoci
El pincel de mi sombra oscura se me cae debajo de la cama y me agacho a buscarlo rápidamente. Faltan quince minutos para las ocho y ya estoy casi lista. La segunda carga de ropa ya está en la secadora y en eso me he terminado de preparar. Estoy bañada y vestida, por lo que solo me falta maquillarme. Como me lavé el pelo esta mañana, he decidido dejarlo libre del moño que me había hecho y ahora cae ondulado junto a mi rostro. Para la noche es escogido un cómodo vestido de algodón negro, muy corto y sin mangas. Es perfecto para bailar y la noche cálida que me espera.Escojo unas zapatillas de plataforma color crema, lo que me hace sentir verdaderamente cómoda y elegante. Ahora que he recuperado el pincel, me maquillo un poquito más a detalle que en la mañana, aunque nada exagerado porque no me gusta el exceso de maquillaje.Cuando me termino de colocar el labial rosado, me miro en
—Kari — digo con voz estropajosa a la vez que le lanzo un brazo por encima de su hombro para atraerla hacia mí en un abrazo apretado — eres… mi mejor amiga.Siento que me cuesta mucho pronuncias las consonantes, pero no me importa. Acto seguido, suelto una carcajada estridente.—Sí, Oli, lo sé, tú también eres mi mejor amiga — me da dos palmadas en la espalda en señal de cariño —pero ya es hora de irnos a casa.—Nooo, aún es temprano — para mí la fiesta aún empieza — Además, casi no nos vemos, tenemos que recuperar, hip, — un eructo muy poco femenino se me escapa — tiempo.—Cariño, son casi las dos de la mañana. Debo volver a casa, así que mejor vámonos porque ya ha sido suficiente y además, Arturo y Román me esperan.Esas palabras me hacen sentir doblem