3 (Editado)

 Durante la cena, decidió preguntarle.

—¿Tienes un gimnasio?

—Si, en el sótano, puedo llevarte luego.

—¿Puedo salir a correr aquí en tus tierras?

—En esta y en todas mis propiedades puedes hacerlo sin problema. Están todas rodeadas por muros altos, aquí tenemos casi dos hectáreas de terreno. Cuando estés bien podemos ir a correr, soy rápido.

—Creo que podré seguirte el ritmo.

Un mes después seguía sin saber de sus padres así que salir a correr sonaba bien. Había hecho compras por internet y tenía zapatillas de deporte y ropa de ejercicio. Calentaba junto a Giuseppe, lista para soltar adrenalina.

—Si corro y te paso…

—No lo lograrás…

—De hacerlo, ¿debo temer que alguno de tus hombres me dispare por error?

—No.

Empezaron a correr y lo dejó ir adelante, dando chance a que se confiara. Ale podía correr tres horas sin problema así que simplemente esperó, cuando entraban a la pequeña zona de bosque, apretó el paso y le pasó.

Giuseppe la miraba correr preocupado, ella no conocía el lugar y había un par de sitios peligrosos. Y de no haber estado justo detrás de ella no hubiese visto como tropezaba y caía. Iba a acercarse a ella cuando notó que algo lo frenaba, un hilo transparente como de caña de pescar estaba ahí, en medio del camino.

Bajó por ella y la encontró sentada, agarrándose el pie.

—Ale...

—El pie…me duele…

Al verla observó una línea delgada que sangraba, así que espero a que sus hombres los alcanzaran.

—Señor Conti…

—Ve a revisar la zona y fijate si hay más cables como el que la hizo caer. Peinen este puto terreno.

—De acuerdo jefe.

Tomó a Ale en brazos y fue a casa. La colocó en su cama y observo cuan profundo había cortado el cable.

—Lo siento, esto te va a arder.

¡Qué si le ardió… ¡Dios santísimo pensaba ella, aquello era realmente doloroso!

—Te pondré una venda y descansarás.

—No soy tan torpe, es que no vi nada.

—Sé que no eres torpe, había una especie de hilo de Nylon, investigaré quién ha puesto eso.

—Tu misma gente me quiere herir.

—Y pagaran con sus vidas, nadie toca a mi mujer.

Unas horas después Margarita subió a acompañarla un rato y a explicarle que iría a hacer algunas compras. Le dijo que quedaba custodiada por tres guardaespaldas.

— ¿Algún antojo en especial?

—Necesito cosas de cuidado íntimo. Trajimos mis cosas, pero ya casi no tengo.

—De acuerdo.

Estaba cansada así que simplemente volvió a dormir, algunas horas después un ruido fuerte y la puerta abriéndose a toda fuerza la hicieron despertar por completo. Un hombre estaba mirándola, era aterrador.

—Así que, en lugar de dinero, me deja a una mujer. Mi primo es un imbécil.

—No lo entiendo, no sé de qué habla. ¿De qué dinero está hablando? ¿Es usted primo de Giuseppe?

—Giuseppe me debe dinero. Muchos millones.

—Pensé que era millonario, no que anda pidiendo dinero.

—Niña, él recibió una herencia que debía ser mía, debe darme ese dinero, me lo debe.

—Ah, ya entiendo. Está usted haciendo un berrinche porque alguien no quiso incluirlo en una herencia.

— ¿Haciendo berrinche? No sé qué te crees para hablarme así, soy Emiliano Conti y debes hablarme con respeto. ¿Quién eres?

—La prometida de Giuseppe y le voy a pedir que salga de nuestra habitación.

—Vaya, vaya. —dijo acercándose a ella como felino al acecho— esto es aún mejor. El dinero que me debe me lo cobraré en especie.

Se acercó a ella y la tumbó sobre la cama, se puso sobre ella a horcajadas y le agarró las manos mientras recorría su cuello, dejando pequeños besos. Ale logró girar la cabeza y mientras recibía un beso en sus labios lo mordió duro, tanto que sintió el sabor de la sangre de su atacante.

— ¡Maldita puta!

Aún a horcajadas sobre ella le dio un golpe en la cara. Se puso de pie, cerró la puerta con seguro y fue al baño a lavarse el rostro. Ale no podía moverse, tenía un ataque de pánico. Quería que llegara Giuseppe, porque estaba segura de que este sujeto no dudaría en matarla.

El sujeto se reía de forma burlona mientras estaba en el baño. Ale miraba a todas partes de forma frenética buscando algo que pudiera ayudarla. Observó un hermoso florero de cristal y disculpándose mentalmente con Giuseppe, se paró junto a la puerta del baño manteniéndolo en alto.

Una vez que su atacante salió lo estrelló con fuerza en la cabeza de Emiliano quien cayó como saco de papas. Se puso de pie y aun temblando abandonó la habitación. El sujeto empezó a gruñir, Ale iba demasiado lento pues el pie le dolía mucho.

Lo sintió tras de ella, aceleró el paso deseando estar a salvo. Vio tres cuerpos, de los empleados de Giuseppe muertos en el suelo. No había tiempo para vomitar, debía escaparse. Debía salir de ahí.

El tipo le dio alcance, la sujetó por detrás aplicándole una llave. Él sangraba de forma abundante.

—Pequeña puta, ya verás lo que voy a hacerte cuando salgamos de aquí.

—Déjeme ir…

Alejandra estaba llorando, no había llorado desde que estaba en esa casa, no quería que se la llevaran. Entendía ahora la importancia de estar con su prometido, la gente de su mundo era barbárica.

—Cuando acabe contigo, Conti no podrá reconocerte.

—Te va a matar.

—Ese estúpido, ni siquiera tiene gente buena cuidando a quien será la futura señora Conti.

La cargó como si fuera un bombero. Ale se retorció tratando de liberarse, pero falló en cada movimiento y lo peor era que estaba tan débil que el sujeto parecía ni inmutarse con sus ridículos esfuerzos. Alejandra sabía que solo tenía una oportunidad, recordó la herida que tenía el gorila en la cabeza y usando todas sus fuerzas, impactó la zona con su codo. De inmediato la arrojó al suelo, Alejandra sentía dolor, pero no podía perder tiempo.

Encontró la oficina de Giuseppe y entró. Miraba de forma frenética buscando hasta que vio una ventana. Estaban en el primer piso así que simplemente salió. La abrió con calma y recordó lo que habían dicho los secuestradores sobre los perros de Giuseppe. Y si su dueño no estaba en casa, ellos debían estar sueltos.

Pero no le importó. Si se quedaba dentro igual moriría. Salió con cuidado y empujó la ventana para cerrarla, rogándole a Dios por que se creyera que no había salido por ahí. Se mantuvo gateando pegada a la pared y avanzó hasta que casi rodeaba parte de la casa. Estaba tan asustada que no se dio cuenta de que alguien la miraba hasta que se estrelló con las piernas de esa persona. Eso le pasaba por ir viendo hacia atrás.

—Cuando te dejé descansando no imaginé que te dedicarías a gatear por nuestro jardín.

Esa voz…Alejandra se dejó caer en posición fetal, ya estaba a salvo.

— ¿Ale?

La voz de su perseguidor sonó cerca y Ale no pudo evitar estremecerse.

— ¡Me las pagarás pequeña puta!

Giuseppe se puso alerta, levantó a Ale en brazos y se pegó contra la pared manteniéndola detrás. Sacó su celular y envió el mensaje Código Rojo, Emiliano en la casa.

— ¿Cuántos aparte de mi primo, Ale?

—Solo él. Tres hombres muertos en la casa, Margarita no estaba…

—Tranquila mi pequeña.

—Lo lamento, llené la pared de tu oficina de sangre. Tenía que salir, no pensé en lo que hacía…

— ¿Logró herirte?

—Lo siento…lo siento…

Giuseppe sabía que estaba en medio de un ataque de pánico, Ale necesitaba palabras tranquilizadoras. Y no podía moverla hasta que todo acabara.

—Bien hecho mi niña.

—Creí que moriría…

—Fuiste valiente.

—Dijo que quería tu herencia, que me llevaría como pago en especie… quebré tu florero.

— ¿Cómo lo quebraste?

—Se lo estrellé en la cabeza…

—Fuiste lista mi niña, muy lista y valiente.

Una voz sonó a lo lejos.

Amenaza contenida.

En ese momento se volteó hacia su mujer y le vio un cardenal en el labio, las manos y pies raspadas, estaba llena de sangre, pero gloriosamente viva. Se dirigió a su despacho manteniéndola entre sus brazos. Margarita que llegaba en aquel momento, se apresuró a ir junto a Alejandra.

—Margarita, deja las compras de supermercado en la cocina, los que quedan aquí podrán aprovecharlas. Vete a la habitación y guarda todo lo mío y lo de Ale. Cuando termines nos iremos.

—Sí señor.

—Es hora de ir a Estados Unidos. Hasta que no sepamos si hay más involucrados en esto, nos mantendremos allá. Una vez que me entere si solo mi primo orquestó esto tomaré las decisiones del caso.

Ale estaba acurrucada en silencio. El médico entró quince minutos después. Hizo una revisión cuidadosa y dio el reporte a Giuseppe quien había estado girando a Margarita las instrucciones.

—El golpe en el labio no es fuerte, le he puesto un analgésico. Las escoriaciones en manos y piernas son leves también. Mucha de la sangre en ella pertenece a tus empleados muertos pues ella me ha dicho que se llenó de su sangre porque debió caminar sobre ella. El pie si está mal, lo he vendado de nuevo y recomiendo que lo deje quieto.

—Gracias doc.

—Hay algo curioso. No muchas personas saben de tus perros. Lo sé yo que me entrené con ellos para que no me coman, pero en teoría nadie de fuera de tu círculo lo sabe. En las ocasiones dónde han atacado ha sido a matar. No hay forma de que eso se filtrara.

— ¿Y qué tiene eso que ver?

—La futura señora Conti, conoce de tus perros. Dijo que tuvo miedo de que la comieran. No quise preguntar más.

Giuseppe entró a verla, era hermosa pero casi la había perdido ese día.

Habiendo dejado las instrucciones, seis vehículos entraron a su sótano, cargó a Ale en brazos y se fue para subirse sin ser visto en caso de que alguien estuviese vigilando. Ya estaban preparando a sus perros para viajar. Mientras iban sobrevolando México, Ale no pudo evitar llorar. Sabía que desde el momento en que había sido metida en aquel auto su vida tal cual la conocía se había acabado, pero cuando estaba en México, sentía como si aquello no fuese real.

Cambiarse de país lo hacía más tangible, lo hacía definitivo. Sus papás…ella realmente no tenía forma de saber si Giuseppe les mantendría a salvo.

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