En otro lugar de la ciudad, Cecilia, manipuladora por naturaleza, confrontaba a su padre sobre el reciente escándalo: el descaro de Simon al salir con otra mujer meses después de haberla dejado plantada en el registro civil. Robert, el padre, se pasaba las manos por la cabeza con disgusto, pidiendo que se calmara, pero ella quería a toda costa manipular la situación a su favor una vez más. —¡Qué me calme! ¿Yo debo calmarme? Él era mi boleto de suerte, papá. ¿Cómo no te das cuenta? Si yo no lo tengo, ¡no lo tendrá nadie! —Tomó una pausa; estaba tan agitada que su cara era roja—. Lo único que me dijo es que me fuera de viaje para calmar a la prensa. Su padre no sabía las razones de la ruptura de los dos jóvenes. —¿Irte? ¿Por qué tendrías que tú irte? —preguntó en tono exclamativo, mirando a su hija con molestia. —No sé, no quiere que diga nada. Quizás no quiere arruinar su romance —dijo a su padre con voz tierna, tratando de manipular la situación. —¿Qué quieres hacer tú? —la miró f
Cuando el reloj marcó las ocho de la tarde, Luis tocó el hombro de su jefe. Despertando un poco brusco, Simón se puso de pie y tomó sus pertenencias, indicándole que al día siguiente viniera por él a las nueve. Después de la visita del doctor, Luis asintió y se retiró sigilosamente.Simón entró al baño y tomó una ducha, ahogando su llanto impotente por el estado de Emma. Luego durmió junto a ella, apoyando la cabeza sobre la suave manta que la cubría.A las ocho de la mañana, llegó el psiquiatra. No había mucho avance; Emma había despertado, pero no decía una sola palabra. La enfermera que intentó darle de comer informó que se negaba a recibir comida. Sorprendido e ignorante de la situación, Simón escuchaba atento.—Bien, señor Valencia, su mujer está en trance. Veremos su evolución en los próximos días. Por el momento, le aplicaremos un sedante intravenoso para ayudarla a mantener la calma; solo nos queda esperar.Las palabras no eran muy alentadoras para Simón; él quería verla altiv
Llegó a las cinco y media a la clínica. Fue a la nueva habitación de Emma; no había una enfermera con ella, lo cual le generó un disgusto. Acomodó sus cosas en un mueble, fue a lavar sus manos y tomó una gasa para humedecer los labios secos de la muchacha. Ella aún dormía plácidamente. Sacó su portátil y empezó a trabajar en su proyecto. Emma le había dicho que con la campaña podía aportar un granito de arena. El solo hecho de pensar en perderla, al igual que a su tía, lo motivó a querer marcar una diferencia. Ahora tenía el apoyo de Laura, y su corazón estaba más repuesto. Sin decir que su sobrina venía en camino, ¿cómo lo supo? Eso era algo raro. Simon siempre había creído que podía comunicarse internamente con las personas, pero no sabía muy bien cómo lo hacía.Con Emma pasó lo mismo cuando le dejó ver sus pesadillas. Quizás esa era la clave de su éxito; siempre adivinaba lo que sus clientes querían y los llevaba a la cima junto a él.Sin más pérdida de tiempo, contactó a la fundac
Laura humedeció los labios de Emma y no paró de hablar durante todo el día. Le hizo masajes en sus piernas, la peinó, durmió una siesta, le ejercitó las manos, intentó darle de comer, contó historias de su infancia, pero todo sin éxito. Simón, por otra parte, seguía en su proyecto, dibujando la maqueta que quería hacer. Cuando llegó la tarde y se retiró Laura, le dijo a su hermano que debía hablarle como si ella estuviera sana; eso nunca fallaba para que volviera. Le besó la frente y se marchó, prometiendo llegar al otro día a las ocho. Emma estaba exhausta, encerrada en un laberinto del que no podía escapar. Deseaba poder decirle a Simón que estaba bien, pero su voz no salía; al contrario, solo caían lágrimas por sus mejillas. Laura le había parecido muy entretenida; a ratos se reía sin hacer ningún gesto, lo que la hizo sentir un calor familiar. Dieron las ocho de la noche, y al fin quedaron solos. Simón, que ya no sabía qué hacer, se sentó junto a ella.— Perdóname, Emma. Debí decir
Llegando rápidamente a la oficina, Simon encontró a César allí. Estaba de pie frente al ventanal.— Hola, ¿trajiste lo que te pedí? — preguntó Simon seriamente.— Sí, ¿estás seguro de lo que harás con esto? —respondió César, dejando un pendrive sobre el escritorio.— Seguramente Robert te hará borrar toda evidencia.—Es mi único boleto de salida y es el momento de usarlo, no de eliminarlo. Nadie me asegura que dejarán todo así.— ¿Tan mal está el asunto? Pensé que nunca tendrías que usarlo.— Solo quiero vivir tranquilo y deshacerme de una vez por todas de Cecilia.— ¿Con la joven de las imágenes? ¿Quién es? ¿Cuándo la conoceré?—Es Emma; apenas pueda, la conocerás. Laura está con ella ahora.—¿Laura? —dijo César, arqueando sus cejas. Siempre había estado enamorado de ella, pero Mauricio le ganó la carrera. Además, ella lo veía como un gran amigo de la familia; jamás se atrevería a romper esa línea.— Sí, podrías almorzar con ella uno de estos días.— Por supuesto. — Lo cierto era que C
Al regresar a la oficina, Simon sintió cómo el peso del día se asentaba en sus hombros. La intensidad de su encuentro con el psiquiatra lo había dejado exhausto, como si hubiera navegado mares tumultuosos. En la sala de reuniones, una energía eléctrica llenaba el aire. Los jóvenes, con ojos brillantes de entusiasmo, desplegaban la secuencia que él había enviado. Era como ver sus sueños cobrar vida: la 'fábrica de sueños' se erguiría majestuosamente en el mall de la primera región. Desde allí, las cigüeñas, majestuosas y cargadas de esperanza, alzarían vuelo llevando consigo deseos y anhelos. En sus picos, pequeñas cajas guardaban los sueños de niños con cáncer, anhelando padrinos para iluminar su Navidad. Y ahí no paraba todo: niños que habían vencido la enfermedad serían transportados a casa, celebrando victorias y esperanzas renovadas. Las sucursales resonarían con el tintineo de campanas, celebrando cada victoria sobre el cáncer. Simon quedó sin aliento; era un cuadro de esperanza y
El sol brillaba intensamente, proyectando una luz dorada en la habitación de Simon. Mientras ajustaba su corbata frente a la ventana, sus ojos se perdían en el horizonte, como si estuviera anhelando un escape. Emma yacía tranquila, sumida en un sueño profundo, mientras el silencio se veía interrumpido por un sutil murmullo que rompió la paz del momento. Al girarse, Simon encontró a Emma en una situación alarmante, como si luchara entre comunicar algo o enfrentar un problema respiratorio. Con un corazón acelerado, Simon no perdió tiempo y activó rápidamente el botón de pánico. Intentó ayudar a Emma, pero su cuerpo parecía una hebra de lana, cayendo suavemente sobre su respaldo. En cuestión de segundos, un grupo de enfermeras entró en la habitación, su rostro estaba marcado por una mezcla de preocupación y profesionalismo. —¿Qué sucede?— interrogó Simon, sus ojos reflejaban el miedo y la incertidumbre. —Nada grave, es su lengua; está tratando de gesticular—dijo la enfermera mientras l
Después de su sesión psiquiátrica, Simon dedicó el resto de la tarde a estar junto a Emma, sin separarse ni un instante. Practicó su presentación una y otra vez, mientras Emma lo observaba con admiración. A pesar de las circunstancias difíciles, esos momentos juntos se sentían como un bálsamo para ambos. Al llegar la noche, Simon se despidió de Emma con un beso en la mejilla. Al verla con sus grandes ojos verdes aún despiertos, colocó su frente contra la de ella y susurró: —No te preocupes, Emma. Estoy trabajando para convertirme en el hombre que mereces. Cuando salgamos de aquí, tu vida será diferente. Las lágrimas se acumularon en los ojos de Emma y se derramaron por su mejilla, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar el torbellino de emociones que sentía. Simon, con un gesto tierno, secó sus lágrimas y sintió el agarre firme de Emma en su muñeca., como un recordatorio de la conexión que compartían. —No me dejes —susurró Emma, con voz temblorosa. Movido por sus