Llegó a las cinco y media a la clínica. Fue a la nueva habitación de Emma; no había una enfermera con ella, lo cual le generó un disgusto. Acomodó sus cosas en un mueble, fue a lavar sus manos y tomó una gasa para humedecer los labios secos de la muchacha. Ella aún dormía plácidamente. Sacó su portátil y empezó a trabajar en su proyecto. Emma le había dicho que con la campaña podía aportar un granito de arena. El solo hecho de pensar en perderla, al igual que a su tía, lo motivó a querer marcar una diferencia. Ahora tenía el apoyo de Laura, y su corazón estaba más repuesto. Sin decir que su sobrina venía en camino, ¿cómo lo supo? Eso era algo raro. Simon siempre había creído que podía comunicarse internamente con las personas, pero no sabía muy bien cómo lo hacía.Con Emma pasó lo mismo cuando le dejó ver sus pesadillas. Quizás esa era la clave de su éxito; siempre adivinaba lo que sus clientes querían y los llevaba a la cima junto a él.Sin más pérdida de tiempo, contactó a la fundac
Laura humedeció los labios de Emma y no paró de hablar durante todo el día. Le hizo masajes en sus piernas, la peinó, durmió una siesta, le ejercitó las manos, intentó darle de comer, contó historias de su infancia, pero todo sin éxito. Simón, por otra parte, seguía en su proyecto, dibujando la maqueta que quería hacer. Cuando llegó la tarde y se retiró Laura, le dijo a su hermano que debía hablarle como si ella estuviera sana; eso nunca fallaba para que volviera. Le besó la frente y se marchó, prometiendo llegar al otro día a las ocho. Emma estaba exhausta, encerrada en un laberinto del que no podía escapar. Deseaba poder decirle a Simón que estaba bien, pero su voz no salía; al contrario, solo caían lágrimas por sus mejillas. Laura le había parecido muy entretenida; a ratos se reía sin hacer ningún gesto, lo que la hizo sentir un calor familiar. Dieron las ocho de la noche, y al fin quedaron solos. Simón, que ya no sabía qué hacer, se sentó junto a ella.— Perdóname, Emma. Debí decir
Llegando rápidamente a la oficina, Simon encontró a César allí. Estaba de pie frente al ventanal.— Hola, ¿trajiste lo que te pedí? — preguntó Simon seriamente.— Sí, ¿estás seguro de lo que harás con esto? —respondió César, dejando un pendrive sobre el escritorio.— Seguramente Robert te hará borrar toda evidencia.—Es mi único boleto de salida y es el momento de usarlo, no de eliminarlo. Nadie me asegura que dejarán todo así.— ¿Tan mal está el asunto? Pensé que nunca tendrías que usarlo.— Solo quiero vivir tranquilo y deshacerme de una vez por todas de Cecilia.— ¿Con la joven de las imágenes? ¿Quién es? ¿Cuándo la conoceré?—Es Emma; apenas pueda, la conocerás. Laura está con ella ahora.—¿Laura? —dijo César, arqueando sus cejas. Siempre había estado enamorado de ella, pero Mauricio le ganó la carrera. Además, ella lo veía como un gran amigo de la familia; jamás se atrevería a romper esa línea.— Sí, podrías almorzar con ella uno de estos días.— Por supuesto. — Lo cierto era que C
Al regresar a la oficina, Simon sintió cómo el peso del día se asentaba en sus hombros. La intensidad de su encuentro con el psiquiatra lo había dejado exhausto, como si hubiera navegado mares tumultuosos. En la sala de reuniones, una energía eléctrica llenaba el aire. Los jóvenes, con ojos brillantes de entusiasmo, desplegaban la secuencia que él había enviado. Era como ver sus sueños cobrar vida: la 'fábrica de sueños' se erguiría majestuosamente en el mall de la primera región. Desde allí, las cigüeñas, majestuosas y cargadas de esperanza, alzarían vuelo llevando consigo deseos y anhelos. En sus picos, pequeñas cajas guardaban los sueños de niños con cáncer, anhelando padrinos para iluminar su Navidad. Y ahí no paraba todo: niños que habían vencido la enfermedad serían transportados a casa, celebrando victorias y esperanzas renovadas. Las sucursales resonarían con el tintineo de campanas, celebrando cada victoria sobre el cáncer. Simon quedó sin aliento; era un cuadro de esperanza y
El sol brillaba intensamente, proyectando una luz dorada en la habitación de Simon. Mientras ajustaba su corbata frente a la ventana, sus ojos se perdían en el horizonte, como si estuviera anhelando un escape. Emma yacía tranquila, sumida en un sueño profundo, mientras el silencio se veía interrumpido por un sutil murmullo que rompió la paz del momento. Al girarse, Simon encontró a Emma en una situación alarmante, como si luchara entre comunicar algo o enfrentar un problema respiratorio. Con un corazón acelerado, Simon no perdió tiempo y activó rápidamente el botón de pánico. Intentó ayudar a Emma, pero su cuerpo parecía una hebra de lana, cayendo suavemente sobre su respaldo. En cuestión de segundos, un grupo de enfermeras entró en la habitación, su rostro estaba marcado por una mezcla de preocupación y profesionalismo. —¿Qué sucede?— interrogó Simon, sus ojos reflejaban el miedo y la incertidumbre. —Nada grave, es su lengua; está tratando de gesticular—dijo la enfermera mientras l
Después de su sesión psiquiátrica, Simon dedicó el resto de la tarde a estar junto a Emma, sin separarse ni un instante. Practicó su presentación una y otra vez, mientras Emma lo observaba con admiración. A pesar de las circunstancias difíciles, esos momentos juntos se sentían como un bálsamo para ambos. Al llegar la noche, Simon se despidió de Emma con un beso en la mejilla. Al verla con sus grandes ojos verdes aún despiertos, colocó su frente contra la de ella y susurró: —No te preocupes, Emma. Estoy trabajando para convertirme en el hombre que mereces. Cuando salgamos de aquí, tu vida será diferente. Las lágrimas se acumularon en los ojos de Emma y se derramaron por su mejilla, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar el torbellino de emociones que sentía. Simon, con un gesto tierno, secó sus lágrimas y sintió el agarre firme de Emma en su muñeca., como un recordatorio de la conexión que compartían. —No me dejes —susurró Emma, con voz temblorosa. Movido por sus
El día sábado se veía prometedor. Simon se levantó con los primeros rayos del sol. Tarareaba una canción; ya no tenía la preocupación del proyecto de los malls. Ahora, su próxima jugada era el taller para Emma, así que sus planes eran ir a casa para ver a Jackie y vigilar de cerca la construcción. Aunque Anita y Laura estaban a cargo, él creía oportuno ver por sí mismo cómo iba todo. Le dio a Emma su desayuno pacientemente, ya que ella aún demoraba en tragar. Le explicó que iría a casa por unas horas.—Laura no vendrá este fin de semana —murmuró Simon, jugando con un mechón de cabello de Emma— Estaré aquí para ti... bueno, excepto por unas horas hoy.Con un bolso de ropa en mano, Simon dejó a Emma al cuidado del guardia y se dirigió a su vehículo. La ciudad se desplegaba ante él, sus calles cobrando vida con la energía del fin de semana. En casa, Jackie, su leal compañero canino, lo recibió con saltos y ladridos jubilosos. Con el confort de su hogar abrazándolo, Simon cambió su traje
Dos horas más tarde, Simon irrumpió en la clínica, portando en su compañía a Jackie, su sorpresa para Emma. Al abrir la puerta de la habitación, Jackie saltó con una mezcla de emoción y afecto sobre la cama de Emma, lamiendo sus manos entre sollozos que resonaban con ternura. A pesar de su debilidad, Emma sonrió, extendiendo con esfuerzo su mano para acariciar al perro que se acurrucó junto a ella. Observando esta escena, Simon se conmovió y delicadamente colocó un ramo de flores frescas en un florero sobre el velador que compartían.La enfermera entró con bandejas de comida y su sorpresa fue evidente al ver al can en la cama. Con una ceja arqueada, lanzó una mirada inquisitiva a Simon.—Es parte del proceso terapéutico. El doctor Soler entenderá", aseguró Simon, con una confianza que dejaba claro que no toleraría objeciones. Sabía que estaba al límite con las reglas, su determinación era innegable, despues del escandalo de Robert sabia que permisos se podia dar. — ¿nos darias un mome