Laura al rescate.

Cuando el reloj marcó las ocho de la tarde, Luis tocó el hombro de su jefe. Despertando un poco brusco, Simón se puso de pie y tomó sus pertenencias, indicándole que al día siguiente viniera por él a las nueve. Después de la visita del doctor, Luis asintió y se retiró sigilosamente.

Simón entró al baño y tomó una ducha, ahogando su llanto impotente por el estado de Emma. Luego durmió junto a ella, apoyando la cabeza sobre la suave manta que la cubría.

A las ocho de la mañana, llegó el psiquiatra. No había mucho avance; Emma había despertado, pero no decía una sola palabra. La enfermera que intentó darle de comer informó que se negaba a recibir comida. Sorprendido e ignorante de la situación, Simón escuchaba atento.

—Bien, señor Valencia, su mujer está en trance. Veremos su evolución en los próximos días. Por el momento, le aplicaremos un sedante intravenoso para ayudarla a mantener la calma; solo nos queda esperar.

Las palabras no eran muy alentadoras para Simón; él quería verla altiv
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