Capítulo 66

Con la luna de testigo, en una noche de cielo estrellado y brisa fría, dos amantes experimentan otro tipo de intimidad que sobrepasa la carne.

En aquel remoto y deshabitado lugar, donde solo se escuchan el canto de los grillos y las aves nocturnas, el sonido del viento al acariciar los árboles y el llanto de dos almas rotas que se necesitan para enmendarse.

Ella es ese refugio que él nunca encontró en otra persona, quien lo amó con todos sus defectos y quien no dudó en entregarle todo lo que poseía, incluso en ser partícipe para crear una nueva vida, su primogénito.

Ella es un bálsamo en ese momento que lo cura con su calor, con el aroma a rosas silvestres y con la suavidad que el cuerpo pequeño y de pocas curvas le brinda. Ella posee ese encanto que lo transporta a una dimensión, donde solo siente paz y bienestar.

La ama, cuánto la ama.

—Pequeña loba, vamos a dormir. Mañana debemos continuar con nuestro viaje, mi amor.

Ella asiente en acuerdo y camina junto a él, de regreso al lugar
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