Después de un tiempo Dayanara salió de la oficina enfadada con Leo y él suspiró llevando sus manos a su rostro con visible irritación. Yo en cambio, fingía tener los ojos puesto en el ordenador, pero mi atención estaba lejos de las letras. —Georgina... no pienses mal, lo que Dayanara dijo...— intentó excusarse. Su voz es áspera con visible cansancio, pero no tenía interés en lo que iba a decir. —No es mi problema señor Sandro. Yo soy su empleada y la madre de su hijo, no tenemos una relación, tampoco estamos comprometidos— Su mandíbula se tensó. —¿Por qué reaccionas así?, no quiero que saques conclusiones equivocada sobre lo que acaba de pasar— Entonces levantando la mirada para mirarlo a los ojos fingiendo no estar afectada le respondí. —Y yo le estoy diciendo que no me interesa— Ambos nos miramos fijamente unos largos segundos en silencio, queriendo decir mucho y a la vez nada. Sus ojos tenían esa peculiar mirada oscura y a su vez temor. Rompí el silencio y hablé. —Ya es
De camino a su casa no me dirige la palabra, aunque tampoco protestó cuando dije que la llevaría yo mismo. Mira por la ventana, perdida, esquivándome. No la presiono. Sé que está molesta... y con razón. Dayanara me ha jodido semanas de esfuerzo. Exhalo con fuerza y llevo mi mano a su rodilla. Necesito arreglar esto. No puedo permitirme perderla. No otra vez. —Georgina... lo siento.— Me mira con dureza. —¿Por qué lo siente? ¿Por haber dicho que se casará conmigo cuando es mentira?— —¿Mentira? Vaya...— —Mire, señor Sandro... —me jode que me trate con esa distancia cuando está molesta. —Yo no soy quién para meterme en su vida, pero ahórrese los comentarios fuera de lugar. Yo no soy la mujer que usted necesita. Por error vamos a tener un hijo y...— —¿Por error? —interrumpo, sintiendo cómo algo se me retuerce por dentro. —No esperas a mi hijo por ningún error. Disfruté haciéndolo dentro de ti, y juro que tú también lo disfrutaste tanto como yo.— Se tensa, pero no se aparta. —
—Pensé que me llevarías a casa.— —Estás en casa.— —Esta no es mi casa, es tu casa.— —Lo sé... sobre eso quería hablarte. Quiero que vivas conmigo.— Su rostro se transforma en un poema de terror. Me mira largo rato, sus ojos reflejan una mezcla de desconcierto y miedo. —N-o... no podemos vivir juntos... cuando Dayanara venga y me vea aquí, puede armarse un escándalo y...— La tomo por los hombros, mi contacto suave pero firme, como si intentara transmitirle toda la calma que no siento. Acaricio su piel, dejándola deslizarse ligeramente por la tela de su camiseta antes de corregirla con un gesto lento y doloroso, como si ajustara algo dentro de mí mismo también. —Georgina, ven...— —¿Dónde vamos?— La guío hacia la puerta, tomo su mano con suavidad, pero la determinación no se oculta. Cambio la clave con un movimiento que se siente más decisivo que nunca. —¿Ves? Esa era la antigua contraseña. La que colocaré ahora será la nueva.— —¿Por qué haces todo esto?— —Porque no quiero qu
—Sabes que quiero ir por él y romperle la nariz, ¿cierto?— —Lo sé, pero si realmente me consideras importante como dices... no hagas una locura. ¿Me lo prometes?— Asiento, aunque no muy convencido. —Vayamos a la cama... el bebé quiere dormir.— La cargo en mis brazos, y una sonrisa ladeada asoma en mis labios. —Tienes una manera muy linda de convencerme cuando hablas así de nuestro hijo.— La deposito en la cama y me dirijo al baño. Al regresar, me acomodo a su lado y nos quedamos mirándonos. Paso los dedos por su cabello, disfrutando algo que hasta hace poco parecía imposible: que estuviera tan positiva, aceptando todo sin protestar. Al fin estaba ganando terreno. Al fin todo el esfuerzo no estaba siendo en vano. Mi pulgar roza sus labios húmedos y ella los frunce, dándome un pequeño beso. —Sabes que mañana no puedes ir a la empresa... y no quiero berrinches al respecto.— —Pero la propuesta...— —Puede esperar.— —Dijiste que era urgente.— —Lo es, pero tu salud y la del beb
Suspiro con algo de incomodidad. Estoy aquí en este gran penthouse sola y no recibí en ningún momento un mensaje o llamada más que de mi mamá. Trabajé mucho en la propuesta, y eso me ayudó a no sentirme tan aburrida, pero necesito un descanso. Prepararé algo de comer antes de que Leo regrese. Quiero que pruebe mi comida. Al detenerme frente a un espejo levanto la camiseta que llevo puesta. Mis ojos se quedan fijos en mi vientre bajo mientras pasó la mano con suavidad. Un bulto apenas perceptible comenzaba a notarse. —Así que ya estás creciendo...— sonrío un poco, acariciando la piel con ternura. —¿serás un niño o una niña? Supongo que, seas lo que sea... te voy a querer igual— Salgo de la habitación directo a la cocina tan limpia y moderna con su inconfundible aroma a madera. Preparo algunas cosas básica, nada que me haga perder mucho tiempo. Mientras pelo unas patatas, cruzo una pierna sobre la otra, un gesto inconsciente que suelo hacer cuando estoy concentrada. Pero, de
Me pide que me acomode en el sofá mientras él lava los trastes. —¿Quieres algo de postre? —Mis ojos viajan directo a su abdomen y luego a su mirada. —Sí... qu-quiero fresas con crema— Sonríe y se da la vuelta. «A ti te quiero de postre», pienso. En términos de aguantar, no estaba aguantando nada. No sé en qué momento me volví tan adicta a sus caricias, pero definitivamente lo estaba. Regresa y me entrega un bowl con fresas y crema antes de sentarse a mi lado. —¿Pudiste trabajar en la propuesta?— pregunta. —Sí, mañana termino— Sonríe sin apartar su mirada de la mía. —Eres mucho, Georgina... Perdón por no llegar antes— Su atención y cariño me conmueven. Un poco de crema se desliza por mis labios, y él no duda en pasar su pulgar para limpiarlos. Luego, lleva su dedo a su boca y lo saborea. —¿No quieres?— pregunto, con el corazón latiendo fuerte. —Solo si me das un poco con tu boca— Llevo la cuchara a mis labios, y cuando se acerca, pienso que dudará... pero no lo hace. Lo
—Señor, solicitamos una reunión de emergencia— ¡Mierda! ¿Por qué justo ahora? —¿Qué sucede?— Ellos comienzan a hablar mientras más gerentes y supervisores llegan a la reunión repentina. —¿Dónde está su secretaria? Debería esta...— —No tienes que soltar veneno. La envié a buscar algo, no está lejos—. Siento sus uñas clavarse en mi pierna. La reunión empieza y deslizo la mano hasta su cabeza, enredando los dedos en su cabello. Entonces me toca, provocativa. Su mano aprieta sobre mis pantalones. La miro de reojo, carraspeo y dejo caer un bolígrafo. —No hagas cosas malas—susurro al inclinarme, rozando sus labios con un beso fugaz. Pero ella no se detiene. El cierre de mis pantalones baja y quiero frenarla, pero cualquier movimiento brusco sería evidente. Sujeto su muñeca, pero usa la otra mano. Aprieto la mandíbula cuando sus dedos hurgan hasta liberarme. Su tacto es torpe, inexperto, pero mi erección palpita entre sus manos. No puedo concentrarme en nada más. De pronto,
Los días pasaban, y nuestra relación crecía poco a poco. En la empresa, los comentarios sobre nuestra "relación laboral" empezaban a molestarle. Decían que estar junto a mí la había aislado de ellos, y no estaban del todo equivocados. Pero lo que realmente me molestaba era otra cosa. Estaba celoso. No quería verla rodeada de otros hombres, mucho menos de aquellos que ahora mostraban interés en ella, creyéndola soltera. Así que tomé una decisión. Voy a pedirle matrimonio. No solo por celos, sino también por su reputación. No permitiré que la juzguen por estar embarazada sin un compromiso. Quiero que cuando la miren, lo hagan con respeto. Que sepan que su hombre le dio un anillo que ningún otro podría ofrecerle. En tres días tenemos cita en el hospital. Vamos a ver cómo va mi pequeño bebé. —Ven aquí —la llamo, y ella se sienta en mi regazo. Deslizo mi mano por su espalda con tranquilidad. Me gusta sentirla cerca. —Hoy te irás a casa sin mí. Le pediré al chofer que te lleve.—