—¡Marcello! ¿Qué te sucede? —se queja mi jefe cuando todos lo miramos y nos damos cuenta de que se ha puesto de pie y está rojo del coraje. —Lo que sucede es que si esta… señora, desea un café o un té, ella es bastante capaz de ir por él. La señorita Reyyan es tu asistente y no tiene por qué cumplir los caprichos de alguien que se cree una diva cuando es más que obvio que no lo es. Si tanto desea que alguien la atienda, que se busque su propia asistente, además, mi amazona está embarazada y no tiene por qué salir del edificio exponiéndose ella y su bebé. »Otro día, cuando no esté esa mujer, revisamos esto con calma. Señorita Reyyan, tome sus cosas, hoy trabajará conmigo. —No te atrevas Marcello, ella es mi asistente y además tú tienes a Gianluca. —Se me olvido decirte que hoy necesito dos asistentes, así que me llevaré a la tuya, dado que es muy competente en todo lo que hace. Por cierto, creo que hoy tu novia podría intentar trabajar como tu asistente con eso de que no se despega
Al día siguiente, cuando llego a mi piso, una sensación de incomodidad que no logró explicar me invade, pero como es seguro que tenga bastante trabajo atrasado, por lo que sucedió ayer, ignoro mi instinto y me encamino a mi escritorio. Por estar acariciando mi barriguita no me doy cuenta de que hay alguien esperando por mí, hasta que levanto la mirada y lanzo un chillido que resuena por el piso. —¡¿Qué hace ahí?! —me quejo, cuando veo a mi jefe con una expresión nada amigable en su rostro. —Esperándola, ¿no es obvio? —¿Por qué? Estoy en buen tiempo —contraataco mirando mi reloj. —Quiero que se ponga al corriente con todo su trabajo, ayer por irse con Marcello dejó botado lo que tenía por realizar. —Le estaba ayudando —me defiendo, mirándolo con rencor. —¿Y en qué lo ayudó? —E-en muchas cosas importantes —respondo con evasivas, pasando a su lado y dejando mis cosas en mi escritorio. —Perdiendo el tiempo, querrá decir. —No más que servir té o café para alguien que tiene las pup
Todo pasa tan rápido que no me doy cuenta en qué momento voy en la parte de atrás de la ambulancia, acompañando a mi jefe rumbo al hospital. —¿A qué es alérgico? —me cuestiona una voz. —Al… a… —Por favor, señorita, es importante para nosotros que nos responda —musita uno de los paramédicos. Levanto la mirada y observo al hombre que espera una respuesta de mi parte. —E-es alérgico al maní —balbuceo con la voz entrecortada. —¿Entonces comió maní? —N-no lo sé, creo que sí. Tal vez por error lo comió, yo venía de comer cuando escuché un fuerte golpe y luego lo encontré en el piso —le explico sin dejar de llorar. —¿Y es alérgico a algún medicamento? —No —el paramédico asiente y después saca una jeringuilla, junto con un frasco pequeño, del cual extrae una pequeña cantidad de líquido y sin perder tiempo se lo inyecta a Cavalluci. —Tranquila, él estará bien —me informa el otro paramédico—. Lo encontró muy a tiempo. Me limito a asentir solo por cortesía y hago algo que nunca hubiese
—Mi amor, ¿ya te enteraste de lo que se dice? —me cuestiona Gianluca, cuando me acerco a su escritorio para que Marcello firme unos documentos. —No, ¿qué cosa? Estos documentos son muy importantes, así que por favor en cuanto mi hermoso Marcello regrese, pídele que los firme. —Descuida, yo se los entrego —toma los documentos y después de acomodarlos en su escritorio, me lanza una mirada apenada. —¿Qué sucede? ¿Por qué haces esa cara? ¡Dios! ¿Le sucedió algo a Aaron? —inquiero asustada. —¡No! Para nada, el sexi espécimen de tu hermano está bien, más que bien diría yo —musita, soltando un suspiro—. En realidad se trata de esto —me muestra su móvil y veo como muerde sus labios esperando mi reacción. Lo tomo y comienzo a leer una nota donde se menciona que al parecer ya es oficial el compromiso entre mi jefe y su novia, ya que han decidido casarse. Cuando termino de leer todo, parpadeo varias veces en un intento por qué las lágrimas no acudan a mis ojos y cuando estoy segura de que no
Me encuentro trabajando como cualquier otro día y sin poder contenerme observo cada cierto tiempo esas cámaras que enfocan a mi asistente, quien luce tan indiferente desde nuestra última discusión. Lanzo un quejido de frustración y aparto mi mirada de ella, esa mujer tiene la capacidad de provocar un sinfín de sentimientos en mí, tanto buenos como malos. Cierro los ojos y recargo mi cabeza en el respaldo de mi silla para sacar su imagen de mi cabeza, incluso he llegado a la conclusión de que me hace falta alejarme de ella durante algunos días. Justo cuando estoy por pedirle que venga a mi oficina para informarle mi decisión de que me tomaré unos días, la puerta de mi oficina se abre con un gran estrépito y cuando por fin me percato de la rubia que me observa con los ojos anegados en lágrimas me quedo sin habla. Detallo su rostro por algunos segundos y sin saber la razón de mis actos permito que hable conmigo, creo que en el fondo necesito una explicación de su abandono hace ya tanto
—¿Ya has pensado lo que te dije de cambiar de asistente? —me cuestiona Greta en cuanto cierra la puerta de mi oficina—. El otro día se portó muy grosera conmigo —se queja con un mohín.—Ya te lo había dicho, no puedo despedirla por qué está embarazada y, además, es muy eficiente —la defiendo con el ceño fruncido.No deseo confesarle que no quiero prescindir de ella por la simple razón de que no soportaría ya no verla todos los días, aunque nos la pasemos discutiendo esa necesidad de tenerla cerca de mí, es lo que hace levantarme cada mañana desde hace tres años.Me acomodo en mi silla en espera de que entre mi asistente para enumerarme los pendientes que tenemos, cuando en su lugar aparece mi tío y por la mueca de desagrado que cruza su rostro estoy seguro de que tendremos una gran discusión.Cuando termina mi discusión con mi tío, abrazo a Greta y decido que es mejor llevarla de regreso a su casa, ella no merece sufrir el desprecio de mi tío, ya ha sufrido bastante durante todos esto
Conforme nos acercamos escucho un cuchicheo y solo hasta que estamos lo suficientemente cerca es que por fin entiendo lo que dicen, y debido a la impresión me quedo sin habla. Greta interviene en nuestra discusión, exigiéndole que se disculpe, debido a lo que mencionó de ella y nuestro hijo, sin embargo, mi asistente comienza a gritar frente a los pocos empleados que se encuentran en este piso cosas como que Greta es una mujer fácil y que cuando yo era nadie ella me abandonó por irse con su amante. Veo como toma sus cosas y sin poder moverme de mi lugar debido a que aún estoy en shock se marcha de la agencia. —¿No piensas hacer algo? —me reclama Greta, sacándome de mi ensimismamiento, no obstante, ignoro su comentario y sigo de largo hasta meterme a mi oficina—. ¿Acaso no me escuchaste? —insiste, levantando la voz. —¡Márchate, Greta! No quiero hablar contigo en este momento. —Pero tú me pediste vernos. —Sí, y más tarde arreglaremos un asunto tú y yo. De momento no quiero verte, q
Subo al auto y cuando Paolo observa lo que sostengo entre mis manos dirige su mirada hacia el condominio donde vive Reyyan. —¿Y Reyyan, no viene con usted? —No. —¿Por qué? Todas esas cosas son de su bebé, yo pensé… —Vamos al aeropuerto —dado que Paolo sigue sin moverse, lo apremio con un gruñido—. Iremos a buscar a Reyyan, al parecer se marchó. —Pero no creo que la alcancemos —me contradice con una pequeña mueca. —Menos la alcanzaremos si no te das prisa. Paolo se acomoda en su asiento y enciende el motor para ir a donde le indique. Gracias a que ha dejado de llover, llegamos bastante rápido al aeropuerto y sin saber por dónde comenzar, corro por casi todo el maldito lugar, sintiendo como el miedo de perderlos me inunda con cada segundo que pasa. Después de lo que me parecen horas, Paolo se acerca a mí y me obliga a detenerme. —Se ha ido, jefe. Además, es imposible que la encuentre en un lugar tan grande. —Ellos no pudieron irse, ella no pudo… Paolo me toma del hombro y sin