¿Deber o querer?

Pasadas las ocho de la mañana, el sol veraniego compartió un porcentaje de su luz para hacer saber a Mia que un nuevo día estaba comenzando. Ella se estiró e hizo una mueca de dolor ante los pequeños espasmos que se manifestaron más abajo de su pelvis.

—Buenos días, el sol te dice hola —emitió Eliot, quien había abierto la ventana—. ¿Sientes dolor?

Mia asintió.

Él le hizo un nudo improvisado a las cortinas para que no se cerraran y se apresuró a agarrar la pastilla que había llevado junto a la bandeja del desayuno y un vaso de agua. La pecosa la bebió y se recostó del espaldar de la cama.

Eliot tomó la bandeja de metal, la colocó en el regaso de su novia y le dio la espalda para adentrarse al cuarto de baño.

—¿Me preparaste el desayuno? —inquirió ella, deteniendo su trayecto.

—Obvio —respondió él. Se giró confuso cuando escuchó la risa de su novia—. ¿Qué?

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