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La noche estrellada de Eliot.

Dando las últimas pinceladas a su liezo, Eliot pasó el dorso de su mano por su frente para quitar las pequeñas gotas de sudor que se posaban ahí.

Decidió ir al baño para lavar sus manos y los pinceles que había utilizado.

Por otro lado, a unos cuantos metros del salón de arte y manualidades, se encontraba Mia guardando las cosas en su mochila mientras sus compañeros salían al descanso de veinte minutos. El maestro necesitaba un favor y aprovechó que esa estudiante no había salido aún.

El maestro frunció su ceño y pasó la mano por su calva, intentando recordar su nombre. Al final, terminó buscándolo en la lista.

Sí, tan invisible podía llegar a ser la pelirroja que hasta los profesores olvidaban su nombre.

—Suarez —la llamó por su apellido, ella se puso de pié, colgándose la mochila en el hombro derecho.

—¿Señor? —dirigió su atención al hombre rapado.

—¿Podría decirle a la maestra Hernandez que necesito hablar con ella? —pidió —Es que yo estaré revisando estas pruebas —señaló con la cabeza la pequeña pila de hojas que yacía en el escritorio.

—Por supuesto —hizo una mueca y salió del aula.

Los pasillos no se encontraban tan abarrotados porque la mayoría de los estudiantes preferían pasar los minutos de descanso en el segundo patio, que era donde estaba la cancha de basquet.

Al llegar al salón de arte, el olor a pintura le llegó al olfato. Visualizó a la maestra en una esquina, hablando con un alumno y comenzó a caminar a su dirección, sin embargo, un lienzo en específico captó por completo su atención.

Se permitió observar la pintura por unos segundos que se volvieron pares de minutos, era casi idéntica a la original. Por el brillo de los colores, supo que estaba recién hecha, se anonadó con el amarillo, en blanco y el azul marino mezclados de forma casi perfecta.

—La noche estrellada de Eliot —una voz masculina la sacó de su estado de hipnosis.

—¿Ah? —miró al mismo chico del día anterior con las cejas arrugadas.

—Yo la pinté —le dijo, atándose un mandril a la nuca.

Abrió un frasco de pegamento y le metió una brocha pequeña para comenzar a pasarla por encima de los colores.

La chica detallaba cada una de sus acciones y facciones; tenía el cabello castaño oscuro, labios gruesos, contextura delgada, era bastante alto y usaba lentes. Su mirada se paseó por su cuerpo, su cara y terminó en sus manos, se notaba que tenía unas dos capas de barníz en sus uñas, la piel era delicada y con los nudillos bien cuidados.

—¿Te gusta Van Gogh? —él le preguntó. Más sin embargo, ella permaneció contemplando sus muñecas y las venas que se le marcaban en los braz... —Hey —sacudió su mano frente a ella y tronó sus dedos para devolverla a la realidad.

Mia se sacudió de repente e hizo una mueca de "¿Qué?". Eliot se pasó una mano por el cabello, echándolo hacia atrás.

—Que si te gusta Van Gogh —preguntó otra vez.

Ella estuvo por contestar cuando recordó por qué se encontraba ahí. Le dio la espalda, Eliot solo arqueó una ceja tipo ¿WTF? Y siguió aplicando pega a su imitación, Mia le avisó a la maestra Hernandez acerca del llamado del maestro de literatura y se fue al patio a comer su merienda, recostada en el troco de uno de los grandes pinos.

Eliot se quedó a esperar que la delgada capa de pega se secase, en eso, su amiga Bea entró, haciendo escándalo como de costumbre.

—¡Eliot, que hermosa! —se tapó la boca con ambas manos al ver la pintura de su mejor amigo —Está padrísima.

—Gracias —contestó, mientras cubría el lienzo con una bolsa plática.

—¿La pondrás a participar en el concurso? —le preguntó en lo que él metía los pinceles en un vaso con agua —puedo hablar con mi tía para que te den un buen lugar, yo...

—Para, Bea —colocó su mano al frente en señal de que se detuviera—. No pondré nada a participar, sabes que no me gustan esas cosas.

—¡Eliot! —chilló.

—Tampoco querría tus palancas en tal caso —se secó las manos con un trapo.

—Con o sin mi ayuda ganarías, no chingues —lo miró como si tuviese un tercer ojo.

Él le regresó una mirada insignificante, a lo que la chica con mechas amarillas en el cabello volvó los ojos.

—A veces me caes bien gordo, de veras —apretó los labios —¿A donde te fuiste ayer en la salida? Te busqué y te busqué y no te conseguí —le reclamó mientras echaban a andar al salón de álgebra, les tocaba juntos.

—Tenía que dar de comer a mi conejo —contestó simple y pasó el brazo por el cuello de su amiga para atraerla a su anatomía.

—Eliot —alzó la cabeza para mirarlo con los ojos entrecerrados—, tú no tienes mascotas.

Él la ignoró y ella suspiró. A veces Eliot se preguntaba de donde sacaba tanta paciencia para ser amigo de la chica, no, ¿por qué aún ella lo quería como su mejor amigo? Ella lo adoraba, por supuesto, pero era popular y mínimo es para que su mejor amigo sea un capitán del equipo de basquet o algo así.

—¿Hoy sí me esperarás? —le hizo un puchero.

Eliot le revolvió el cabello y asintió. A unos metros de la puerta del salón, vieron a sus compañeros de materia salie del aula.

—El maestro se ausentó —les avisó uno de sus compañeros.

Eso era lo malo de ser un colegio-secundaria público, que todos hacían lo que se les venía en gana con frecuencia.

—Iré al laboratorio a fastidiar a los de noveno —avisó Bea de inmediato —¿Me acompañas?

—Paso —Eliot la soltó, pensó en ir al salón de música apenas supo que tendría ochenta minutos libres.

—Entonces —la chica sacó una libreta de su bolso de lado para revisar el horario—... Nos vemos en la salida —bufó.

Él la abrazó y se dio la vuelta para ir al salón de música.

El aula se encontraba desolada, así que tomó a Valeria y deslizó los dedos por sus cinco cuerdas, cuando que las vibraciones del instrumiento hicieran minúsculos estragos en su pecho.

«Aún duele» pensó.

Suspiró y comenzó a tocar sus canciones favoritas, perdiéndose así entre los sonidos singulares que fabricaban sus dedos contra las cuerdas. Se sintió flotar sobre un nubarrón mientras la noción del tiempo se perdía, tocó y tocó sin importar que comenzaba a dolerle por no haber tomado la púa antes, trataba de aniquilar el dolor de sus cimientos con recuerdos aparentemente inmortales.

Porque hay recuerdos que permanecen en la tierra aún cuando tu cuerpo no, y Eliot lo sabía.

Cerró sus ojos, juntando sus pestañas espesas para tocar la última canción de su repertorio, por breves segundos tuvo la intención de cantarla también, pero el anhelo se disipó al instante por miedo de recordar cosas más allá de lo que fue supremacía para otros, o simplemente por miedo de oír su timbre de voz... O quizás ambas.

Movió su mano de arriba abajo con rapidez y una destreza casi inhumana, su talento fue reconocido al escribir y tocar esa canción un catorce de febrero en la calle mientras caminaba, la canción hasta sonó en la radio por casi dos semanas y en diferentes estaciones.

Ni siquiera tuvo la valentía para tocarla completa, ya que la opresión de su pecho hizo que dejase a Valeria a un lado. Apoyó su cabeza en el espaldar de la silla e intentó respirar profundo, pero el acto se entrecortaba con sollozos inaudibles.

Relamió sus labios y contó hasta veinte, veintiuno, veintidos... Hasta que su ritmo cardíaco volvió a la normalidad.

Guardó la guitarra en su estuche y decidió dejarla en el salón de música de nuevo, salió del lugar al ver la hora en su celular y justo en el camino se encontró a su... Enérgica amiga.

Bea se aferró al brazo de Eliot y se encaminaron a la salida.

—Estaba pensando que tal vez podrías ayudarme con ideas para mi fiesta —comentó ella cuando el sol comenzó a iluminarlos.

—Faltan aún tres meses para eso, Bea —él contestó tranquilo.

—Ya lo sé, pero son noventa días que se van volando y quiero que mi cumpleaños sea extra fabuloso —agitó su mano en el aire, contemplando su ideología.

Él se mantuvo inexpresivo, así que la chica decidió continúar.

—Al menos deja que yo elija la ropa que te pondrás. Le gustas a Pipper y quiero que no solo la dejes babeando a ella, sino a todas las invitadas —canturreó.

—Bea, tus amigas no me caen —dijo tranquilo.

Y era verdad, las amigas de la chica se creían la gran cosa por ser acaudaladas, ella también lo era, pero destilaba humildad por donde pasara. Por eso era su mejor amiga, por ser poco común.

—A ti todos te caen gordos, la neta —apretó los labios y sontó una exhalación profunda—. Pero al menos déjame escoger la ropa que te pondrás.

—Ajá —musitó Eliot para no entrar en detalles.

Él apreciaba mucho a su amiga, pero no por eso haría una excepción en las cosas que le desagradaban. A última hora pondría una excusa para no ir a ese cumpleaños, no le quitaba el sueño una fiesta grande, alcohol o alto nivel de aristocracia.

Él fingía que la escuchaba, pero en realidad no lo hacía, y mucho menos cuando aquella pelirroja se sentó a lado de ellos con el fin de también esperar el bus.

La miró con cautela, traía puestos unos audífonos y una mochila amarilla abrazada a su pecho. Su cabello era cobrizo natural, como el de ella... Aproximadamente media un metro con cincuenta y seis como mucho, era delgada y su tez blanca.

Eliot apartó la mirada, su corazón y mente le gritaban al unísono que le hablara, pero a veces, aunque estos dos pidieran lo mismo, podía ser un deseo errado.

—¿Por fin vas a poner a concursar tu pintura? Podrían hasta colocarla en un museo, ya que es casi idéntica —insistió su amiga.

—No.

—A Vianka le habría gustado que lo hicieras —recostó la cabeza en el brazo del chico.

—Vianka ya no está —dijo serio, como si esas palabras no le quemaran aunque las dijese él mismo—. No insistas, Bea —carraspeó su garganta para aligerar el nudo—, no estoy interesado en conocer la fama.

—Bien, no lo veamos de esa forma —quitó la cabeza de su brazo para encararlo—. Ser participe de ciertas notas sube tus calificaciones, hasta donde sé, no te va muy bien con calculo.

—Estudiaré, Bea —dijo mientras se levantaban para subirse al bus—. No me va bien, pero tampoco me sentiría orgulloso de que en la universidad me conozcan como el que pasó cálculo por imitar a Van Gogh.

La chica solo suspiró y se subió al bus cuando él se hizo a un lado, le hizo una seña a la pelirroja de que subiera y ella lo hizo, mirándolo de reojo. La comisura de los labios de Eliot se elevó un poco.

Ahí supo que ya no tenía escapatoria.

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