—¡Ay, virgen santísima! — expreso, completamente agitada, pasando las manos por mi cuerpo tembloroso, el corazón está por salir de mi pecho.La respiración agitada, el sudor perlado en mi frente, me encuentro enredada en las sábanas, todavía sintiendo el eco de aquel sueño vívido que me había transportado a un lugar de pasión desbordante. Pero ahora, la realidad me golpea con fuerza, recordándome que estoy sola en mi habitación, que no hay manos suaves recorriendo mi piel, ni gemidos compartidos en un éxtasis compartido.Con un suspiro profundo, intento calmar mi corazón galopante mientras trato de sacudirme la sensación de deseo que me ha dejado el sueño. Pero el recuerdo persiste, tan real y palpable que me deja anhelando algo que sé que no puedo tener.Aunque la sensación de pérdida y frustración me envuelve, una parte de mí está agradecida por haber despertado, por haber escapado de esa ilusión que, por un breve momento, me hizo sentir viva de una manera que la realidad no puede i
—El destino te está enviando una señal.—No sé ni siquiera cómo se llama —respondo, frustrada.—El destino quiere que ese amor sea diferente, que sea especial.—¡Basta! No puedo enamorarme de él solo por un beso.—Eso díselo a tu corazón.—No quiero escuchar más —la interrumpo, sacándola de mi habitación—. Ve a dormir, estaré bien.Amelia, a regañadientes, se va de la habitación. Siento la necesidad de estar sola para procesar todo lo que hemos hablado. Me siento en la cama, la mente aún nublada por elcaos emocional del día. Sin pensarlo demasiado, tomo el teléfono y, en un impulso casi automático, le escribo a Carlos.“Mañana estoy libre. ¿Te parece bien si almorzamos? Tú decide dónde y me envías la dirección para encontrarnos.”Al presionar enviar, me doy cuenta de que son las 3 de la mañana. La mezcla de agotamiento y ansiedad se apodera de mí, y la realidad de lo que acabo de hacer me golpea de repente. Me siento aterrorizada por mi propia impulsividad. No estoy segura de por qué
EstebanEs difícil que un domingo por la mañana toda la familia esté despierta y riendo; creo que aún sigo dormido. Me pellizco y, en efecto, hay risas contagiosas en la casa. Dejo la cama y, después de un rápido aseo, bajo a la cocina, el lugar de donde provenían las risas contagiosas. Mamá, Fernanda y Camila, la niñera, ríen mientras Carlos cocina.—¿Qué está pasando? — interrogo acercándome a la mesa.—Buenos días, hermano— responde sonriendo— El aroma de mis arepas te despertaron.—Buenos días, tío— me abraza Fernanda— papá está preparando un desayuno riquísimo.—Eso estoy viendo, ratona— refiero.—Buenos días, hijo— me dice mamá sonriendo. Eso me pareció más extraño, que el que voltee la página ignorando lo que dijo dijese en la noche.La felicidad de Carlos solo podía significar una cosa: una nueva cita con Jenny, porque ni haber logrado un proyecto grande podría mostrarlo tan feliz.—¿Puedo saber el porqué de este fabuloso desayuno, hermano? — interrogo tratando de conseguir un
—Si me entero de que estás mintiendo para salir con el bueno para nada de Roger, te cancelo las tarjetas de crédito y te quito el auto por un mes. Si Milena me llama para quejarse de tu mal comportamiento, ese castigo subirá a tres meses. ¡Entendido! — Amenaza mi madre.—Tu manera de controlar mi vida es magnífica— le respondo.—No estoy bromeando. Si arruinas esta oportunidad, será mejor que empieces a trabajar y buscar otro lugar donde vivir.—¿Crees que no podría hacerlo?—Ya lo veremos— sonríe de una manera desafiante. Eso no es nada bueno.—Si ya no tienes nada más que decirme, debo irme o Milena dirá que la volví a dejar plantada.Salgo de casa sin prestarle más atención, estoy por subir al auto cuando Carlos me detiene. ¿Ahora qué?—¿Podemos hablar un momento? —Me dice.—Te escucho, hermano— lo miro.—¡¿En serio vas a encontrarte con Milena?! — Su sorpresa es evidente.—¿Por qué te sorprendes?—Creí que no te interesaba.—Y no lo hace, voy a cortar con ella. No puedo seguir dán
—Buen día, joven Esteban, ¿Le ofrezco algo de beber? — interroga María, la empleada de la casa, apareciendo de repente causándome un susto.—Buen día— respondo sobresaltado—No, estoy bien así.—¿Lo asusté?—Un poquito nomás.—Lo siento, no quise…—No te disculpes, no pasa nada. Estaba perdido en esta fotografía.—En los noticieros desde temprano no se habla de otra cosa— La miro un segundo perdido— De la chica— señala — no dejan de hablar de la chica y de su hermano. Disculpe que me entrometa, pero esa mujer más parece una trepadora y arribista. No sé con qué intenciones se coló a la fiesta, pero dicen que vive en un barrio pobre.—¿Y por ser de condición humilde, supones que es arribista? Es lamentable que una mujer como tú haga un comentario como ese.—Lo siento, no quise…—Olvida eso. Solo retírate.María abandona la sala apenada y no me molesta si se siente terrible, ¿Cómo es posible que haya dicho eso? Aunque no haya sido su pensamiento, el que lo repita sin conocerla, me irrita.
—No es eso, solo que la prensa ronda estos lugares y no me gusta aparecer en los diarios.—Entonces, ¿temes que te sigan involucrando conmigo?—Sí, tus padres se hacen ideas equivocadas respecto a lo nuestro, precisamente por ese tipo de fotos. Hace un momento nos fotografiaron.—Mis padres están muy ilusionados con nuestro supuesto matrimonio.—Deja de expresarte de esa manera dulce, como si en realidad fuera a ocurrir.—El que yo ansíe casarme contigo es lo mejor que puede pasarte en la vida, Esteban.—¡Vamos! —me pongo de pie con frustración—. Me acompañas o me voy. ¿Qué es lo que quieres?—Ya ordenamos. ¿Por qué no mejor vas al baño a mojarte la cabeza y pensar en lo que estás intentando hacer? Hay un paparazzi cerca. ¿Quieres que mañana anuncien que Esteban Martinelli dejó a su novia plantada después de ordenar el desayuno?Miro a todos lados y el idiota del fotógrafo sigue mirándonos. A regañadientes, me vuelvo a sentar, sintiendo la tensión en mis hombros mientras ella ríe mira
MilenaEl plan de llamar a la prensa nunca antes había sido tan productivo. Debo reconocer que los consejos locos de mi amigo Jorge Alonso salieron a pedir de boca. Sin embargo, este encuentro con Carlos es más que favorable. Una reunión con él y su acompañante será lo mejor para que de una vez por todas, el inútil de Esteban se quite de la cabeza la idea de terminarme. Debo seguir el consejo de mamá, hacer lo necesario para continuar con el noviazgo. Ese viaje suyo al extranjero por algunos meses me deja algo de respiro.Lejos de lo que dijera Esteban, me acerco a la mesa.—¿¡Carlos!?— saludo sorprendida— Pero qué grata sorpresa, hace tanto que no te veo, ni siquiera me invitaste a tu fiesta de bienvenida. Eres un ingrato.Él se levanta para saludarme y presentarme a Jenny. No puedo negar que es linda, pero en cuanto la prensa se entere de su procedencia, la espantarán. Sin embargo, si Carlos está tan embobado con ella, me conviene fingir hacerla mi amiga.—Encantadísima de conocer a
(Jenny)Carlos pasó por mí antes de la una de la tarde, y Amelia se esmeró en arreglarme, pero al fin y al cabo salí vestida como me sentía cómoda, aunque a la altura de una cita con un hombre tan importante como él.—Estás divina —expresa con los ojos brillantes, aunque lo siento solo como un cumplido.Subo al auto y no quise preguntar a dónde iríamos. Es de esperarse que una persona importante acuda a los lugares más exclusivos de la ciudad. Así que sonrío nerviosa todo el camino. Más bien, me pierdo en mis pensamientos, en recuerdos del ayer, la fiesta y el estúpido pervertido, mi trabajo perdido, y en mirar las calles desde ese lindo automóvil.Salí de mi mundo de ensueño cuando abre la puerta para ayudarme a salir, y me paralizo al ver frente al exclusivo restaurante Milenio Bristo. Ni siquiera con mi sueldo de un mes podría costear un platillo de este local.—¿Estás bien? —interroga, preocupado, al verme ida.—Sí.—Podemos ir a otro sitio si gustas —dice al ver mi cara de espant