Capítulo 28

—El destino te está enviando una señal.

—No sé ni siquiera cómo se llama —respondo, frustrada.

—El destino quiere que ese amor sea diferente, que sea especial.

—¡Basta! No puedo enamorarme de él solo por un beso.

—Eso díselo a tu corazón.

—No quiero escuchar más —la interrumpo, sacándola de mi habitación—. Ve a dormir, estaré bien.

Amelia, a regañadientes, se va de la habitación. Siento la necesidad de estar sola para procesar todo lo que hemos hablado. Me siento en la cama, la mente aún nublada por el

caos emocional del día. Sin pensarlo demasiado, tomo el teléfono y, en un impulso casi automático, le escribo a Carlos.

“Mañana estoy libre. ¿Te parece bien si almorzamos? Tú decide dónde y me envías la dirección para encontrarnos.”

Al presionar enviar, me doy cuenta de que son las 3 de la mañana. La mezcla de agotamiento y ansiedad se apodera de mí, y la realidad de lo que acabo de hacer me golpea de repente. Me siento aterrorizada por mi propia impulsividad. No estoy segura de por qué
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