—No sé qué hacer, Amelia —confieso.—¿Sobre la nueva cita? —pregunta, curiosa.—Aceptar la invitación me lleva directamente a su mundo, y ... tengo miedo. Mi corazón se descontrola y algo dentro de mí me frena.—¿Te gusta el salvaje?Sonrío de manera insegura.—No lo sé. No sé identificar lo que siento. Ese odio que siento cuando lo veo desaparece cuando estoy cerca de sus labios, cuando inhalo su aroma y mi cuerpo se impregna de su perfume varonil. Su mirada... —me estremezco—, me hace temblar las rodillas y siento un cosquilleo en el estómago, una excitación que no puedo controlar.—Definitivamente te gusta —concluye Amelia, algo preocupada.—Es que no puede gustarme alguien como él. Es tan brusco y... No puedo negar que me descontrola cómo me toma entre sus brazos y me hace estremecer. Esa mirada dulce sigue en mi mente, acelerando mis latidos cada vez que lo pienso. Me niego a creer que él es a quien mi corazón está esperando. Ya cometí un error una vez, no soportaría una decepció
EstebanDespués del incidente con Jenny, Roger y yo fuimos a almorzar y luego a Suesca. Intento despejar mi mente y no pensar en la enigmática mujer, pero no tengo éxito. Al caer la noche, regreso a casa después de la cena. La casa está en silencio, y supongo que mamá sigue molesta, así que trato de subir lo más sigilosamente posible. Sin embargo, antes de entrar a mi habitación, mamá me detiene. Odio cuando aparece de la nada como un ninja.—¿Estas son horas de llegar? —interroga, paralizándome. No la vi venir y dejo caer las llaves del auto.—Buenas noches, mamá —respondo, girando hacia ella.—¿Dónde has estado? —expresa, cruzándose de brazos. —Sales por la mañana y te pierdes todo el día. No contestas el celular. Me pregunto para qué tienes uno, si nunca contestas las llamadas.—No exageres, mamá.—Una de cada treinta veces que llamo, me contestas. O me equivoco.—Lo siento.—¿Lo sientes? ¿Te parece divertido lo que haces? Ya no eres un niño, pero te comportas como tal, tan caprich
—No dije eso.—Siempre lo has pensado, madre. Me culpas por su muerte, me haces la vida miserable porque crees que soy responsable. Intentas castigarme por algo que no hice —grito, con la voz rota por la frustración.—¡Cállate! —me grita, volviendo a abofetearme, la rabia y la impotencia se reflejan en sus ojos.En ese momento, la puerta se abre de golpe y Carlos aparece, con el rostro tenso y la determinación marcada en cada línea de su cuerpo.—¡Basta, mamá! —exclama, acercándose rápidamente para separarla de mí—. Ya es suficiente. No tienes derecho a tratarlo así.Carlos se interpone entre nosotros, su presencia imponente calma momentáneamente la furia de mamá. Ella lo mira con ojos llenos de sorpresa y rabia, pero el enfado se torna en confusión al ver la firmeza de su hijo.—No te metas, Carlos.—No puedes seguir tratándolo así. Necesitas calmárte y pensar en lo que estás diciendo. El trato que le das solo lo lastima más y no resuelve nada— la saca de la habitación.Escucho los m
—Quince años atrás—Para mi décimo cumpleaños, papá nos llevó a Curití, un lugar que resonaba en mi mente como un paraíso por descubrir. Aquel viaje prometía ser la culminación de meses de ilusiones y expectativas. Los días transcurrieron como un sueño hecho realidad, entre el resplandor del sol que acariciaba nuestra piel y la danza frenética de la lluvia que pintaba de frescura cada rincón del paisaje. Era como si la naturaleza misma estuviera celebrando con nosotros, convirtiendo nuestras cortas vacaciones en el mejor regalo del año.Pero como en todas las historias, incluso las más hermosas, hay un giro inesperado. Mi travesura, impulsada por la curiosidad infantil, pronto se convirtió en un torbellino fuera de control. Después de un día idílico en el Balneario Pescaderito, la lluvia nos sorprendió al atardecer, obligándonos a regresar precipitadamente al Refugio Hostel, apenas a unos minutos de distancia. En medio del fragor de la tormenta, me quedé rezagado, confiado en mi capac
JennySus manos aprisionan las mías contra la pared y mientras siento su cuerpo apegarse al mío, mi respiración se acorta, sus labios se apoderan de mi cuello besándolo con delicadeza, mientras su lengua cálida me hace cosquilleos en cada lamida, como saboreando un delicioso helado. Se apega a mi cuerpo, haciéndome sentir su erección.Sus besos suben por mi barbilla y se apoderan de mi boca arrancándome un jadeo placentero. Se aparta y me mira con lujuria, no hace falta que diga nada, sabe lo que necesito.Muerde su labio inferior y vuelve a buscar mi boca, en tanto sus manos bajan por mis brazos hasta mi pecho y los acarician, van apartando la blusa, en tanto abandona mi boca para besar mis senos. Mi excitación crece, entrelazo mis dedos en su cabello y guio su cabeza hacia abajo. Cierro los ojos y muerdo mis labios.—¡Joder! ¡Follame ya! — pido entre jadeos.Estoy volviéndome loca, pero no puedo más, sus besos salvajes y tiernos parecen desnudar mi alma. Baja por mi abdomen dejando
—¡Ay, virgen santísima! — expreso, completamente agitada, pasando las manos por mi cuerpo tembloroso, el corazón está por salir de mi pecho.La respiración agitada, el sudor perlado en mi frente, me encuentro enredada en las sábanas, todavía sintiendo el eco de aquel sueño vívido que me había transportado a un lugar de pasión desbordante. Pero ahora, la realidad me golpea con fuerza, recordándome que estoy sola en mi habitación, que no hay manos suaves recorriendo mi piel, ni gemidos compartidos en un éxtasis compartido.Con un suspiro profundo, intento calmar mi corazón galopante mientras trato de sacudirme la sensación de deseo que me ha dejado el sueño. Pero el recuerdo persiste, tan real y palpable que me deja anhelando algo que sé que no puedo tener.Aunque la sensación de pérdida y frustración me envuelve, una parte de mí está agradecida por haber despertado, por haber escapado de esa ilusión que, por un breve momento, me hizo sentir viva de una manera que la realidad no puede i
—El destino te está enviando una señal.—No sé ni siquiera cómo se llama —respondo, frustrada.—El destino quiere que ese amor sea diferente, que sea especial.—¡Basta! No puedo enamorarme de él solo por un beso.—Eso díselo a tu corazón.—No quiero escuchar más —la interrumpo, sacándola de mi habitación—. Ve a dormir, estaré bien.Amelia, a regañadientes, se va de la habitación. Siento la necesidad de estar sola para procesar todo lo que hemos hablado. Me siento en la cama, la mente aún nublada por elcaos emocional del día. Sin pensarlo demasiado, tomo el teléfono y, en un impulso casi automático, le escribo a Carlos.“Mañana estoy libre. ¿Te parece bien si almorzamos? Tú decide dónde y me envías la dirección para encontrarnos.”Al presionar enviar, me doy cuenta de que son las 3 de la mañana. La mezcla de agotamiento y ansiedad se apodera de mí, y la realidad de lo que acabo de hacer me golpea de repente. Me siento aterrorizada por mi propia impulsividad. No estoy segura de por qué
EstebanEs difícil que un domingo por la mañana toda la familia esté despierta y riendo; creo que aún sigo dormido. Me pellizco y, en efecto, hay risas contagiosas en la casa. Dejo la cama y, después de un rápido aseo, bajo a la cocina, el lugar de donde provenían las risas contagiosas. Mamá, Fernanda y Camila, la niñera, ríen mientras Carlos cocina.—¿Qué está pasando? — interrogo acercándome a la mesa.—Buenos días, hermano— responde sonriendo— El aroma de mis arepas te despertaron.—Buenos días, tío— me abraza Fernanda— papá está preparando un desayuno riquísimo.—Eso estoy viendo, ratona— refiero.—Buenos días, hijo— me dice mamá sonriendo. Eso me pareció más extraño, que el que voltee la página ignorando lo que dijo dijese en la noche.La felicidad de Carlos solo podía significar una cosa: una nueva cita con Jenny, porque ni haber logrado un proyecto grande podría mostrarlo tan feliz.—¿Puedo saber el porqué de este fabuloso desayuno, hermano? — interrogo tratando de conseguir un