Nuestra Sultana Escarlata obtuvo su trofeo. Más que merecido. ♡♡♡
A medida que abandonaba el escenario, Harper sintió esa felicidad que no se podría apagar con nada. Era una llama ardiente en su interior, una sensación de triunfo y realización que jamás había experimentado. Sentía como si por fin hubiera encontrado la fuente de energía inagotable, el cuál era hacer lo que quería y lo que deseaba era poder… —Lo hice— le dijo a Winifred cuándo la vio de frente. —Por supuesto que lo lograste, mi niña— el trofeo era lo de menos para su nana, verla tan emocionada fue justo lo que quiso ver siempre y al fin lo presenciaba. La abrazó cómo si fuera la bebé que corría por toda la casa, mientras Harper soltó sus lágrimas, viendo a Noelle observándola desde atrás de su nana. Se veía tan diferente, finalmente tenía el gesto que esperaba desde su niñez. —Sé que no es tan… Noelle se abalanzó hacia ella, rodeando la cabeza que dejó que se posara en su hombro, mientras limpiaba una lágrima que descendió de su mejilla. —Tal vez nunca lo haya dicho y quizás
Las lágrimas de Harper descendieron por sus mejillas cuándo entró al apartamento, en dónde Ken borró su risa divertida. Dejó el tazón con palitos de pepino mal cortados que llevaba hacia la sala sobre una mesa. —¿Qué te hicieron?— Harper negó y se abrazó a él de inmediato. Eso fue aún más confuso. La Reina Roja jamás buscaba consuelo y verla de esa manera fue cómo si cientos de alarmas se encendieran a la vez. Dijo algo ininteligible en un susurro, sin soltar el maletín que apretaba más. —¿Qué cosa? —Soy libre, Kennedy— su voz estrangulada por sus propias emociones, se acompañó con la mirada vidriosa que seguía temblando. —¡Soy libre, por fin! —¿Cómo es que…? No quiso preguntar más al verla lanzarse a sus brazos de nuevo. Franzua apareció con una campera de cuero con sus vaqueros azules, quedándose con la pregunta en la boca cuándo fue Harper la que se lanzó a sus brazos de forma abrupta. —¡Soy libre, Mushu! —reveló, mientras él sentía los temblores de la mujer que se escondía
Se preparó para ir a la agencia, siendo acompañada por Ken, el cuál en el camino le brindó información sobre los contactos que tenía listos. Se quedó con ella en la agencia, viendo folletos, en lo que Harper paseaba con gracia entre los vehículos que no le generaban una sola mueca. —¿Cuál modelo considera ideal para usted? —preguntó el asesor de la agencia, después de que Harper hubiera descartado múltiples opciones. —Un Crown solo utiliza los mejores —intervino otro de los asesores, reconociéndola—. Señora, su esposo suele solicitarnos la importación de sus vehículos, así que creo que puedo asistirla en su elección. —Harper Visconde, dejemos el Crown de lado; no deseo causar revuelo con un apellido que siempre provoca miradas a dondequiera que vaya —mintió, pues no deseaba ser vista de esa manera, dado que en pocos días dejaría de tener su estado civil actual. Aunque este pretexto le sirvió para que le mostraran los mejores vehículos de la agencia. No estaba interesada en alg
A miles de kilómetros de Manhattan, las noticias esperadas no llegaban tan rápido cómo se necesitaban. —¿Es válida?— consultó el rubio que enterraba la aguja en la piel, para luego tirar de ella. —Es real— mencionó el Circe Blaine, el consiliario del clan, el cuál mantenía la mirada al frente, pese a lo tremebundo que resultaba la escena del nuevo líder cosiendo la piel de un individuo con otro. —No pregunté si era real, lo vi también— alcanzó otro de los cuchillos para realizar una incisión más. —Pregunté si era válida. El grito del sujeto que soltaba lágrimas espeluznantes de dolor, veía al consiliario buscando ayuda. La aguja lo torturó al entrar a su piel, cortando aún más con el hilo oscuro que lo unía a la mujer que ya había perdido el conocimiento. —Al tenerla en el lugar donde la solía colocar su padre, hacerse pública y no estar él para desmentir o confirmar, la única forma de validarlo— Valente presionó el botín en el cuerpo unido para tensar el hilo encerado que se ro
La opresión en su pecho, el frío calando sus huesos y el sonido de esa voz seguía resonando en los oídos de la pelirroja, quién debido al aturdimiento atropellaba a quién se interpusiera en su camino, sin darse cuenta de nada. El personal del hospital veía a personas desesperadas entrar, pero no cómo ella. Su presión parecía disminuir, a la vez que buscaba con la mirada a alguien conocido. Pidió referencias, nadie supo decirle nada al respecto. —Necesito que me diga algo de ellos— casi enterró las uñas en el brazo de la enfermera que percibió la desesperación en la mujer. —Permítame, voy a investigar ¿cuáles son los nombres?— tomó un pedazo de papel para dárselo a Harper. Ella tuvo que quedarse en el mismo lugar, con la incertidumbre acabándola en cada latido. No era posible que nadie supiera nada. A los pocos minutos, la misma mujer salió al pasillo, buscándola con la mirada. —El señor Alaric Visconde está siendo intervenido quirúrgicamente, sus múltiples heridas de ba
La pelea mostraba a dos contrincantes con la furia de un ciclón, ambos soltando puños y mortales codazos que eran capaces de romper huesos, pero ante la listeza de cada contendiente, estos solo lograban hacerlos retroceder. Eso se vivía en las cloacas Californianas, en dónde Mateo aplicaba una llave, luego de tomar como prisionero de sus músculos bañados en sangre del sujeto que buscaba la forma de respirar. La sangre goteaba a sus pies, en tanto a quién llamaban el mejor luchador de ese lugar, soltó múltiples palmadas en el suelo húmedo. La multitud se levantó entre vítores y aplausos, mientras Anthony le lanzaba la camisa a su primo al verlo salir fuera del círculo. —Tres minutos fue mucho tiempo— Mateo cerró la camisa, tomando una toalla húmeda que colocó en su nariz, limpiando la sangre que salía en pequeñas gotas. —No he dormido durante 44 horas, no esperes tanto— recibió la botella con agua, caminando junto al líder del clan, el cuál sostenía su rostro en alto, recibiendo lib
Alguna vez, Harper le prometió a cierta persona que podría volver a esa ciudad y cuándo tuvo la oportunidad para comprar un apartamento en el mismo edificio dónde él trabajaba, no dudó en hacerlo. Ahora ese portero la hacía sentir más cómoda al saber que su amabilidad la seguía recibiendo en cuánto volvió. —Permítame ayudarla— se aproximó Ramiro al verla acercarse al edificio cuándo llegó. —¿Necesita que la ayude a llevar estas cajas a su apartamento? —Creo que puedo con todo— contestó la pelirroja hacia el portero que recibió una bolsa que olía realmente bien. —Supongo que no has salido a comer. —El tiempo no me da para eso, señorita— agradeció a la mujer que entró al ascensor, cargando las tres cajas que llevaba una sobre la otra. —Por cierto, su padre vino a buscarla. Dijo que volvería. —Nunca lo dejes entrar sin que te dé autorización— el portero sin entender nada correspondió a su respuesta. No era su asunto, tampoco debía hacer preguntas. No sabía de ellos más que aquello
Mientras tanto en Coímbra, el hombre de cabellera rubia salía de la ducha, bajando inmediatamente luego de vestirse con el jersey de cuello alto que acompañó con un saco oscuro. —¿Necesitas gente que lo acompañe?— el consiliario buscó la mirada de su jefe. —Que se mantengan a una distancia prudente, —miró la hora. —Si esto es lo que imagino, habrá una audiencia dentro de poco. —Señor, no es por interferir, pero ella ahora es la dama… —No será una reunión de negocios, sino un encuentro de dos primos que hace años no se ven—, aclaró ajustando su reloj. —En dos minutos salimos. Circe salió disparado a la salida a avisar, porque un segundo para él era una pérdida de tiempo. —¿Puedo solicitar un permiso?— indagó Yara y su hermano giró para verla. —No le hablas a nadie por la espalda si no avisas de tu presencia antes— acomodó el cuello de su saco, notando su nerviosismo. —¿A dónde? —A dejar flores a las tumbas de Orvyn, Heloíse y papá— mencionó. —El tío Wild me acompañará. W