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El afano me había ganado, mis pies parecían moverse por voluntad propia para reducir la distancia. Mi pulso, sin embargo, permanecía inalterablemente acelerado. El ascensor no avanzaba lo suficiente y para cuándo salí de él, el grupo de personas cubría todo el pasillo. Grettel me detuvo, apartando a todos. —La caída fue aparatosa, le causó una contusión considerable y un esguince en el tobillo —dijo con voz serena, aunque pude notar su enfado—. Los médicos están realizando pruebas adicionales para asegurarse de que los ligamentos no hayan sufrido daños mayores. Asentí en silencio, procesando la información. Avancé hacia la sala donde Harper estaba siendo atendida. Me dejaron pasar en cuánto me vieron, dejando que pudiera observar a la inglesa recostada en la camilla, con el tobillo vendado y una expresión de dolor contenida que acallaba presionando los labios. El médico levantó la vista en cuánto entré, y ella también me buscó con el rostro afectado por las muecas que me removier
Harper afianzó su pie en la silla en la que ahora debía moverse, siendo empujada por el hombre que la ayudaba, sin permitirle apoyar el pie lastimado, porque así lo había dictado el médico. Ken realmente detestaba estar entre la guardia real de nuevo, aún así avanzó por el amplio pasillo del lujoso penthouse, ubicado en una de las torres más exclusivas de la ciudad. Las obras de arte impresionistas adornaban las paredes y las alfombras persas silenciaban sus pasos a medida que avanzaban. A su alrededor, los detalles de mármol y los candelabros de cristal destellaban bajo la luz suave y cálida que iluminaba la estancia. Una decoración elegida por la Duquesa que sabía cómo complacer al esposo y mostrar a su hija lo que tenía que esperaría de ella. —El Duque me espera— señaló Harper con auténtica cortesía, mostrando su identificación, cómo era el protocolo. Frente a ella, dos imponentes puertas de madera tallada custodiaban la sala principal. —Permítame verificar— uno de los dos gua
Lincoln tosió recuperando la capacidad para respirar, mientras Harper colocó la mano en su cintura, con una sonrisa satisfecha al ver la cara desfigurada y los brazos desgarrados de Lacey. Aún recordaba cuándo estuvo en ese lugar, las mordidas feroces, la sangre que emanó de su lucha y el dolor que la redujo a una chiquilla de dieciséis, contra un perro que la hacía caer a cada paso. Todo por celos, por su cercanía con Ken, aunque ninguno de ellos había visto al otro de otra manera. Alaric fue el único que intervino, pese a haber la seguridad con la que siempre cargaba y Lacey veía sin ningún remordimiento, pero ahora la espectadora era ella. Verla arrastrarse en medio del llanto y huir a duras penas fue un deleite. Sobre todo después de saber que había pagado para que arruinaran una de las cosas que más amaba. Los gritos de Adelaide fueron más fuertes, los intentos de mediar de Dorian subieron de tono y Lincoln veía los destrozos con el terror inundando sus ojos, mientras Mateo so
—¿Me verás así toda la mañana?— increpó el mafioso al ver a Harper comer sin apartar los ojos de él. —¿Es normal que no duermas toda la noche?— respondió con otra pregunta, a lo que Mateo soltó el cubierto. —Hay noches que requieren más trabajo que otras— podía dejarla con la duda, aún así continuó. —¿Me extrañaste en la cama? —Huele a tí— confesó ella apartando la vista. —Es molesto. —Lástima que no puedas desaparecer eso, —Harper tomó la misma pose.—Puedo, mi vida— extendió sus labios. —Pero no pienso quedarme toda la vida en ese lugar. —¿Eso te tranquiliza?— Mateo comenzó a girar la argolla en su dedo. —Tal vez llegue a ofrecer darle todo el apoyo económico y en armamento que Lorcan necesita, pidiéndote a cambio. Harper alzó la ceja.—¿Tan aferrado a mí estás?— preguntó con sarcasmo.—No tienes idea— respondió el mafioso de forma irónica. Volvió a tomar el tenedor para seguir comiendo, en tanto Harper tenía los ojos fijos en él. La arrogancia intrincada en cada gesto de su
Mientras Mateo elegía las pruebas que realizaría el día siguiente en Aegis, Harper; en la habitación veía un ensayo de los días anteriores que Minda le envió. Con una bitácora en la mesa y un bolígrafo se dispuso a crear una rutina, en base a lo que veía. Ambos haciendo lo que más les gustaba perdían horarios, volviendo a su realidad sólo para alimentar a los animales que los acompañaban. Harper, al llegar la noche recordó que no había cenado y el medicamento que tomó requería esa estricta regla, por lo que salió del dormitorio. —Su cena— dijo la mujer que llevaba una bandeja extensa. —Yo no pedí nada. —Hay instrucciones— reveló yendo a la mesa donde comenzó a acomodar todo. —¿Quién?— consultó. —Del señor— aclaró su voz. —Reglas para la casa, horarios de comida si hay alguien aquí. Salió a paso ligero, luego de preguntar si necesitaba algo más. Harper no le dio importancia y comió tranquila, mientras seguía viendo las rutinas que ahora le hacían recordar cada uno de esos d
Mateo pasó los días siguientes viendo a su adicción de lejos, enviando a sus empleados a recordarle que debía tener cuidado en todo, pues Harper no comprendía que de ella dependía…tanto. Lejos estaba segura, porque si antes la tocaba con ganas, el enfermizo deseo que ahora tenía era casi horripilante. La abstinencia golpeaba duro y la codicia sólo le sumaba peso. Nadie querría algo cómo eso sobre sí. Se ocupó en múltiples tareas durante la semana en la que evitó a toda costa volver por las noches. Aunque no siempre funcionaba. Ambos lo sabían y disimulaban saber lo que el otro hacía. Desayunos en silencio…juntos. Extrañamente se estaban acostumbrando a ellos. ¡¿No podía su cabeza entenderlo?! No tenían que acercarse más. Las miradas se conectaban, las respiraciones se atraían y cada vez que se encontraban, la habitación parecía encogerse. Poner distancia les costaba cada vez más. Dolía la distancia, pero los haría estallar si caían. —Vas muy bien, Exquisito mal— elogió el m
Harper se encontraba tras bambalinas, ajustando cuidadosamente su elegante disfraz de La bruja Carabosse. La expectación en el aire se volvía más espeso, y cada uno de los participantes sentía la presión de las semifinales. Con movimientos calculados y gráciles, Harper se aseguraba de que cada detalle de su atuendo estuviera en su lugar. Su mirada era serena, pero sus ojos destellaban con una mezcla de determinación implacable y nerviosismo limitante. —Todos brillan, pero tú hechizas— Fannie palmeó su hombro. —Estás espectacular, piensa en qué hasta respirar se ve igual. La pelirroja tomó una bocanada de aire y asintió, volviéndose hacia lo que pasaba detrás suyo. Las luces del escenario proyectaban sombras alargadas, y el eco de la música resonaba, mientras Fauna realizaba su coreografía individual. Una bailarina muy elogiada por su extensa experiencia y habilidad para brillar en cualquier papel. Entre pirouette y ágiles saltos, tenía a todos expectantes. Phiama disfrutaba esa
Harper.Era peligroso sólo desearlo. Era desatar una condena pensarlo. Una sentencia caía sobre quién lo tocara y un infierno se encendía con ceder en sus manos. Las arremetidas deliciosas me rompían las cuerdas vocales, el hombre sobre mí sostenía mis manos con fuerza arriba de mi cabeza, mientras sus caderas se ondeaban contra mi entrepierna, estrellándose con la fuerza de una colisión indetenible. Su respiración rugía contra mi cuello, sus labios atacaban los míos sin un gramo de consideración y aunque dolía cómo nunca, resistía la voracidad de lo que me daba, porque me hacía perder la lucidez, la realidad dejaba de importar y mi cuerpo dolía por algo diferente y delicioso.Deslizó mis manos hacia mi cabeza, atrapando mi cabello con la misma mano, sin soltarme. Con su mano libre separó aún más mis piernas, clavando su longitud tan salvaje que sentí el desgarro, cómo si fuera la primera vez. Aún así no quise que se detuviera. —Por favor— pedí sobre su boca y él me liberó. Mis man