Capítulo 5.

Mateo no estaba dispuesto a convivir con alguien tan insoportable. Le dejó una de sus casas a la mujer con la que se casó, estableciendo límites estrictos a los empleados para evitar pérdidas. Él se quedaría en una casa a muchos kilómetros de distancia, donde pudiera vivir tranquilo con sus mascotas; el rottweiler y el tigre blanco, con los cuáles se entendía mejor que con la gente.

Después de cenar y dormir esa noche, se trasladó a Aegis, su lugar de trabajo, una fortaleza equipada con la mejor tecnología, donde él era uno de los principales encargados de probar y mejorar los sistemas. Recibía heridas nuevamente, pero todo volvió a la normalidad, no sentía absolutamente al hacérselas. Aunque se obligó a recordar lo ocurrido, como también ignoró a quién quiso preguntar por ello.

Regresaba a su casa para despejar su mente, pero dos noches después se encontró con una visita inesperada.

—Todos nuestros amigos fueron a mi fiesta de cumpleaños y tú faltaste esta vez —dijo Braden, con su vestido rojo y una sonrisa que lo hizo detenerse en seco. —Traje postre y vino para celebrar como lo hicimos en…

—No tengo amigos y si no asistí es porque no me interesan las fiestas en este momento —respondió Mateo con frialdad. La castaña, una de las actrices más cotizadas del momento, arrugó la boca con ese gesto que hacía siempre que no aceptaba un “no”.

—Puedo ayudarte con ese estrés —dijo Braden, acercándose después de dejar las copas. Mateo mantuvo las manos en los bolsillos mientras ella se colgaba de su cuello. —No insistiré en retomar todo. Solo quiero terminar mi cumpleaños como el año pasado, ¿no merezco un regalo?

Se acercó a sus labios y lo besó lentamente. Braden era una mujer hermosa, pero él no tenía interés en retroceder en su decisión, así que no respondió a su beso y la apartó bruscamente.

—Dije que no —su relación había terminado y no pensaba retomarla—. Vete. Estoy cansado.

—Mateo, me cansé de mentirle a mi papá. Estábamos comprometidos —recriminó ella.

—Supusiste que era así y lo aseguraste frente a todos —dijo Mateo, destapando una botella y bebiendo—. Yo jamás propuse nada.

—¿Hay alguien más? —preguntó Braden. Mateo rodó los ojos y se dio la vuelta, recordando a alguien que ya había olvidado.

—De hecho, sí —reveló, esperando que eso fuera suficiente para que se fuera.

—Estás mintiendo.

—No voy a dar detalles —apenas recordaba el color de su cabello, ni siquiera su nombre lograba traer de regreso a su mente.

—¿Quién es? —insistió Braden, tratando de descubrir su mentira.

—Señor, su esposa acaba de hacer algunas solicitudes —dijo Beagle, el hombre que llegaba con la vista en el teléfono, sin darse cuenta de la presencia de Braden hasta que alzó la mirada. Comprendió su error cuando la cara de la visitante quedó frente a la suya.

—¿Esposa? —El tono de reproche llegó hasta Mateo—. ¿Te casaste?

—Lo siento, señor. No sabía —se disculpó Beagle, pero solo recibió una mirada desinteresada de su jefe.

—Responde, Mateo.

—Que yo sepa, el oído no te falla —le dio la espalda.

—¿Cómo se llama?

El mafioso no contestó, dejando a Braden furiosa. Él se negaba siquiera a pensar en algo más que dormir. Había logrado olvidarse de la existencia de algunas personas y así seguiría.

Mateo continuó con su vida, su trabajo y sus responsabilidades en el clan, olvidándose del problema que debía cargar durante doce meses. Harper, por su parte, pidió que le abrieran la puerta de la habitación, pero la respuesta fue negativa, lo que avivó su enfado. Una semana después, volvió a hacer la solicitud.

—La señora pide que la deje salir o advierte que va a romper todo dentro de su habitación —informó Beagle. Mateo, recordando las piezas valiosas en ese lugar, permaneció en silencio.

—¿Continuamos? —preguntó hacia Anthony, el cuál solo lo detalló. Mateo ni siquiera se inmutó. Podría ser el líder, pero no tenía derecho a interceder y no lo haría.

Harper amaneció en la misma cama, con un silencio que la atosigaba. El desayuno llegó, pero ella solo observó cada movimiento de la empleada que cerró la puerta. Esperaba que la dejaran sin seguro, pero al empujar, descubrió que no era así. Estrelló su zapato y sus manos contra la puerta, vuelta una furia, pero se calmó mirando hacia la ventana.

No perdería el control, simplemente haría espacio en ese lugar.

Dos días después, la novedad llegó a los oídos del dueño de la casa.

—Lanzó todas las cosas que pudo por la ventana —informó Beagle, con los brazos atrás y una mirada de alguien que no deseaba ser el vocero de tal situación.

—Déjenla terminar su berrinche —dijo Mateo, sin darle importancia. La mirada de su padre reflejaba desaprobación, pero sabían que no cambiaría de opinión.

Su familia no se atrevió a tocar el tema, pues la mantenía lejos y no había pasado límites que los hiciera intervenir.

Harper, por su parte, apreciaba el lugar vacío. Estaba como le gustaba, aunque no tenía sus cosas personales y eso la desesperaba. Tenía dos semanas con solo lo básico y ropa que no era precisamente su estilo. Además los guantes que usaba se estaban comenzando a desgastar y la idea de que alguien viera sus manos la escandalizaba.

—La señora solicita que le lleven sus maletas y a su nana, también insiste en que la deje salir —dijo Beagle días después.

—¿O qué? —preguntó Mateo. No viajaría hasta Europa por las maletas de una mujer que no soportaba. Beagle murmuró una respuesta que Mateo no entendió—. Habla más fuerte, que no te entiendo.

—Dijo que si no recibía lo que pidió en un plazo de una semana, quemaría la casa completa —repitió Beagle. Mateo se levantó y acomodó las mangas de su camisa. Observó su reloj, sabiendo que no podía posponer su viaje, y se dirigió a la puerta dando indicaciones para los empleados con sus mascotas en su ausencia.

—Conduce, tengo que hacer algunas llamadas en el camino —dijo. No iba a cancelar su viaje para cumplir los caprichos de una mujer que no quería volver a ver. Solo recordar lo que hizo la odiaba más; que estuviera viva aún era un favor enorme, más no haría por ella.

Se mantuvo ocupado en California los días siguientes, en reuniones donde se olvidó de todo, excepto de prototipos de diseños antiguos de armamento que mejoraba junto a su primo y su tío Leonardo. Vivía para el trabajo y eso no cambiaría. Cada golpe era imperceptible y pese a lo peligroso que sabía que era su condición, lo prefería a recordar lo que le obligaba a bloquear.

La semana transcurrió en un parpadeo. Volvió agotado a Manhattan esa tarde. Le entregó los nuevos prototipos a Izan, su hermano, para que los llevara a Aegis. Luego, se metió a bañar y se dispuso a dormir.

Aún con todo su deseo por descansar, atendió la llamada que lo despertó a medianoche.

—Señor, tiene que venir —dijo Beagle con voz agitada—. Su esposa incendió la casa.

Mateo se sentó en la cama de golpe.

—No sé qué usó, pero la casa está ardiendo —informó Beagle. Harper poseía una sonrisa llena de orgullo al ver las llamas que rugían a la distancia, con su prisión cayéndose a pedazos.

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