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El humor de Mateo no era el mejor desde que tuvo que presentarse frente a un deudor, pues su nombre era el que estaba comprometido ante el sujeto que, si lo hubiese pedido, bajaría a lamer sus pies. Por poco se postra ante él cuándo lo vio. Allí entendió la razón para prestar dinero a alguien desconocido solo por tener el apellido que demostró con mostrar su anillo. Ni siquiera optó por algo sencillo. Lo hizo pagar por un boleto de avión en primera clase, una habitación de hotel de las mejores de la ciudad y por supuesto gastos “extras”. Una maldit@ pesadilla era tenerla con él. El dinero era lo de menos. Lo que le molestaba era que su nombre se viera envuelto en préstamos de dinero, como un estúpido que no tenia para pagar algo como eso. —Pudiste decirle que viniera a pedirte el dinero directamente— alegó Izan con el casco de prueba en las manos. —evitarías tantas cosas de esa manera. —Esa desquiciada podría venir rogando por ayuda y no me generaría más que placer lanzarle
Harper y Winifred se quedaron esa noche en ese lugar y comieron juntas, algo que de verdad se les antojaba, por primera vez en años. Estaban huyendo y se sentían más tranquilas que nunca. Nadie les gritaba o alejaba de la mesa antes de tiempo. Por la mañana tomaron el metro, ambas cubiertas con prendas que las cubrían casi en su totalidad. Aunque el cabello de Harper se escapaba algunas veces, revoloteando con el viento que helaba sus articulaciones a esa hora. Desde Viana de Castelo a Berkshire eran muchas horas de viaje, pero no podían quedarse en alguna ciudad por tanto tiempo, por lo que se hospedaron en lo primero que encontraron, compraron ropa para cambiarse y comida, antes de continuar con lo justo. Dos días después sus pies tocaron el condado de Berkshire. Se hospedaron en un sitio sin tanto movimiento y al día siguiente ya sabían la forma de entrar a casa de los Visconde sin tener que avisar de su presencia. Pues de seguro le cerrarían la puerta en sus narices sin dudarl
El mafioso dejó a la pelirroja sobre la camilla, dejando que se la llevaran, escuchando que una enfermera pedía datos para poder registrarla. Mientras él sólo pudo ver las manos rasgadas y el rostro magullado de la mujer que Beagle no vio antes de evitar arrollarla. Aún podía ver en su mente el rostro aterrado que vio, antes de advertir a su conductor, pero fue muy tarde cuándo la encontró a punto de perder el conocimiento. —¿Es usted algún familiar? —Ella es…mi esposa —decirlo en voz alta le hizo probar algo extraño, pues cuándo lo escuchaba en su familia representaba peso. En cambio, en él, era referirse de esa manera a la mujer que dormía bajo el mismo techo que el tipo que atacó a su madre y su tía. La esposa del enemigo, ahora era la suya. Se mantuvo en ese pasillo, con Beagle tratando de disculparse con él por lo sucedido. Nadie salía a decir nada, por lo que esa sensación diferente en su estómago era indescifrable. ¿Culpa? No, era algo más… Observó el pasillo del lugar,
Harper apenas recordaba lo que vio antes de perder la consciencia, pero sí estaba segura de que no era una alucinación cuando distinguió al mafioso. Jamás querría ver ese rostro tan cerca, pero lo tuvo, de otra manera no podría saber que su cuello olía a sándalo y cuero. Algo que antes no notó, pero ahora estaba seguro que era de él. Solo ese invasivo imbécil se atrevería a sostenerla de esa forma. Hubiese preferido morir que volver a tocarlo. La habitación del hospital y esos sonidos de un monitor, más el aroma a lejía la comenzaban a marear. No tenía su ropa, sino una bata que no cubría más que parte de sus piernas. La frente aún le dolía y el cuello, era una tortura tocarlo. La puerta se abrió para dejarle ver al sujeto que se detuvo, devolviéndose sobre sus pasos sin mencionar palabra. Harper arrugó la unión de sus cejas ante la acción, pero lo comprendió cuándo vio al mafioso aparecer casi diez minutos después por el mismo lugar. Instintivamente tomó un bolígrafo que estaba
—Por supuesto que no lo pienso dejar pasar, cariño— dijo Keyla en el teléfono. —Es tu cumpleaños. Prepararé tu postre favorito y tengo un… —Mamá, estás muy ocupada. No te estreses por eso— Mateo cerró la puerta de la casa, con dirección hacia su dormitorio. Su voz escondía la incomodidad debido a esas fechas. Como siempre. —Has festejado 20 cumpleaños, uno no hará la diferencia. —A ver, mi amor. Te he dicho que vas a cumplir cincuenta y seguiré emocionada cómo cuando eras un niño— miró la herida hecha con el bolígrafo en su costado y suspiró—. Izan no se queja, tú no me decepciones. —Cambia el coco por las granadas— dijo al escucharla contenta con la fecha. Saber que estaba sonriendo lo valía todo. No importaba si tenía que ignorar lo que causaba en él esos días. Cortó la llamada y se frotó la cara. Se quitó el reloj y tomó la botella de licor que llevó frente a la ventana, en donde se apoyó para ver hacia el exterior. Prefería pensar en cualquier cosa, sin importar nombres, lug
Harper creyó que alucinaba. Tantas veces soñó que le decían eso, desde los 16 años cuando aquel incidente ocurrió, su vida fue una propiedad que su padre vendió para recuperarse de uno de los mayores efectos de su más grande pecado. Lorcan compró una esposa para uno de sus hijos, Orvyn o Valente Bohemond, daba igual para todos, menos para ella aunque fuera la más afectada. Suplicó que fuera al menos terrible, si es que podría llamarse de esa forma. Por suerte Valente tenía otros planes y se fue de la ciudad. Lo que dio paso a que el elegido fuese Orvyn. Desde la corta edad de dieciséis años supo con quién debía casarse. Lo quisiera o no, era su deber. Nadie intercedería. Noelle le dio clases para ser la esposa perfecta, la ama de casa que necesitaría cualquier hombre. Maestros le enseñaron diversidad de actividades para convertirse en un estuche de monerías. Su vida era un reloj prácticamente. Debía medir hasta cuando podía respirar. Ella no decidía. Ella no tenía derecho a pens
—Actúa que te mueres por mí —susurró Mateo, rozando suavemente un dedo por el brazo de la pelirroja. Harper exhaló profundamente, como si liberara todo el aire de sus pulmones. Sus ojos violetas se suavizaron, llenándose de una calidez inesperada. Sus labios, se curvaron en una sonrisa que transformó su rostro, proyectando la imagen de una mujer perdidamente enamorada. —¿Así o un poco más enamorada? —preguntó, manteniendo la expresión sin esfuerzo. Mientras hablaba, Harper inclinó ligeramente la cabeza hacia Mateo, sus dedos jugueteando con un mechón de su cabello. Sus movimientos eran fluidos y naturales, como si realmente estuviera disfrutando de su compañía. La cercanía entre ellos parecía genuina, y cualquiera que los observara, incluso un maestro de actuación, no dudaría de la autenticidad de su afecto. —Con eso basta —Mateo bajó los brazos enseguida y ella sonrió. —Tampoco queremos que te mueras realmente…de tanto amor. Cambió el gesto. Observó a su esposo cómo si estuviera
—¿Y ese sitio al que iremos de quién es? —la pregunta de Winifred la hizo aclarar su voz. —Harper, no me digas que Lorcan... —No, espero que se mantenga lejos de mí, aunque admito que tengo un presentimiento de que no será así —musitó. —Sí decide hacer algo contra mí, esta vez será peor. Lo siento aquí. —acarició su pecho. —Podemos pedirle ayuda a tu esposo —Harper rió ante las palabras de su nana. —Puedes decirle que tú no sabías nada del ataque que le hicieron a su familia. Porque escuchar una conversación no cuenta cómo estar de acuerdo— indicó por lo bajo. —Y si lo analizas, él no te quitó la oportunidad de ser libre, intencionalmente—añadió. —Independientemente de si fue intencional o no, lo hizo— dijo con frialdad. —No me interesa la razón, ni que me entienda. Él me condenó a seguir en manos de Lorcan, porque aún cuándo mi matrimonio con él se termine, mi libertad la sigue teniendo ese desgraciado. Miró hacia la ventanilla. —No necesito un héroe en mi vida, nana— dibujó s