Harper recorría las calles de Manhattan tratando de no llamar la atención, pero con un vestido de novia era casi imposible. Decidió esperar en un callejón.
Debía calmarse. Le disparó a un mafioso… ¡a su propio marido mafioso! Tal vez debía sentir culpa, pero fue tan gratificante. Le dijeron que no sentía dolor al ser herido, pero eso no fue lo que presenció. No importaba, se lo merecía. —¿Tienes frío, niña? —preguntó de repente un hombre mayor. Ella se sobresaltó y se puso a la defensiva. El hombre puso las manos al frente. —No te asustes, sólo quería ofrecerte un abrigo y que te acerques a la fogata. No quería que le apuntara. —¿Te perdiste? —mantuvo su distancia. —No… —Sí debía ser la respuesta, pero tuvo vergüenza de admitir que no conocía la ciudad. —Sólo tengo que quitarme esto. Se arrancó el velo mientras observaba el callejón. Era un buen sitio para esconderse, al menos hasta que su mente volviera a funcionar. Aceptó el abrigo levemente sucio del vagabundo y decidió acompañarlo, aunque sin confiar del todo. En el hospital, no lograban explicarse lo que sucedió. Mateo vio cómo la aguja entró en su brazo y la sensación fue extraña, no dolorosa. La herida fue suturada, intentó causarse dolor por sí mismo y no sucedió nada. —¿Las balas tenían algo? —Gálata debía saber todo para entender su caso o al menos encontrar una respuesta. —Fue con mi arma —Mateo seguía con la incógnita. Horas habían pasado y la noche ya estaba por caer, además de las llamadas de Braden, ahora tenía preguntas que nadie sabía responder. Todo era una pérdida de tiempo. —¿Cómo es posible? ¿Debería serlo? —Como hemos dicho, tu caso es extremadamente especial —odiaba esa palabra, aunque no lo dijeran con mala intención. Lo hacían sentir cómo una rareza. —Tenemos que hacer más pruebas. —Ya se hicieron demasiadas —se arrancó la intravenosa. —La respuesta no va a cambiar y tu evaluación no dará un resultado diferente al de otros médicos. —Mateo, cálmate —dijo la mujer con bata. —Lo que experimentaste fue… —No voy a saber lo que ocurrió realmente, pero sí sé quién lo hizo y le pienso devolver el favor —cerró la camisa y acomodó las mangas antes de salir de la habitación del hospital. Anthony lo interceptó en el pasillo, pero tampoco le daría explicaciones de algo que no entendía. Solo le pidió no alertar a todo el mundo. No había muerto, no debía escandalizar a nadie. Le pidió a Hermes enviar la orden de buscar a la culpable por toda la ciudad. Todos pedían una descripción para al menos darse una idea. —Una demente con vestido de novia —fue lo único que contestó el mafioso subiendo al vehículo que se puso en marcha segundos después. Harper mantenía poca distancia del barril donde se quemaba basura, usando su calor para mantenerse caliente. El vagabundo le extendió una banana y ella la aceptó con manos temblorosas. Tenía mucha hambre. —¿Te enojaste con tu novio? —preguntó el vagabundo, con una sonrisa desdentada. Ella mordió la banana y negó con la cabeza, sintiendo el frío mordiendo su piel. —No era mi novio —dijo, acariciando su nariz helada. Mordió la banana hasta terminarla y aclaró su voz. —Era un asesino que acabó con mi vida. —Aún no he acabado con ella —dijo una voz que la hizo paralizarse. El corazón de Harper se detuvo por un segundo. Giró el cuello lentamente, sus ojos encontrando la figura imponente de Mateo que avanzaba hacia ella con una mirada de acero. En un movimiento rápido, le apuntó con el arma, pero Mateo fue más veloz. Le arrebató el arma y la empujó contra la pared con una fuerza que le cortó la respiración. —No sé lo que me hiciste, pero te doy mi palabra de que lo vas a pagar —prometió, tomándole la mano con rudeza. Su dedo anular dolió cuando lo estiró y deslizó la argolla sin un gramo de suavidad. —Me perteneces ahora. Ella se arrancó el anillo y quiso lanzarlo lejos, pero Mateo lo impidió, atrapando su muñeca en el aire. Harper levantó su mano libre y la estrelló contra la mejilla de Mateo, quien la devolvió a la pared con aún más fuerza. La furia en sus ojos era palpable, y Harper sintió un nudo en el estómago, pero no le daría el gusto de verla quebrarse. Sus alientos chocaron, ambos furiosos, sus rostros a centímetros de distancia. —No le perteneces a nadie más que a mí y esa será tu condena —le volvió a colocar el anillo, sus dedos apretando con fuerza. —Te lo sacas de nuevo y tendré que cortarte el dedo. Cada vez que lo hagas, se irán uno a uno. —Maldit0 animal —espetó furiosa. —No sabes cuánto —contestó su ahora esposo. Harper se detuvo, su respiración se volvió entrecortada. —Te voy a romper, Harper Visconde —dijo Mateo, su voz un susurro amenazante cerca de su rostro, con las venas del cuello a punto de estallar. —No harás nada si antes te mato —respondió ella, su voz cargada de rencor. El mafioso sonrió con arrogancia. —Tuviste la oportunidad y no la aprovechaste. No cometeré el mismo error— añadió logrando que el violeta de sus ojos se intensificara mucho más. —La siguiente irá a tu cabeza y no voy a fallar— prometió ella enseguida. —Te falta inteligencia y mucha suerte para lograrlo— repitió. —Tengo las dos cosas y una bala— contestó airosa. No mostró una sola mueca, él tampoco lo hizo. Pero se dio cuenta de la cercanía que tenían, por eso quemaba el aire. Estaba tocando al volcán activo. Mateo se alejó, recuperando su imagen controlada. Extendió su brazo indicando que pasara y ella elevó el mentón, retomando su actitud de dama. Avanzó al frente y se despidió del vagabundo, devolviendo el abrigo, mientras se dirigía al auto que abrieron para dejarla abordar. En su viaje silencioso y solitario, repitió su mantra y mantuvo su espalda recta. Llegó a la casa sin reparar en ella, entrando casi a la fuerza y siendo llevada al segundo nivel. Abrieron una puerta y la dejaron en ese lugar, cerrándola enseguida. Esa era su nueva prisión. La casa del “sin alma” ahora era la suya.Mateo no estaba dispuesto a convivir con alguien tan insoportable. Le dejó una de sus casas a la mujer con la que se casó, estableciendo límites estrictos a los empleados para evitar pérdidas. Él se quedaría en una casa a muchos kilómetros de distancia, donde pudiera vivir tranquilo con sus mascotas; el rottweiler y el tigre blanco, con los cuáles se entendía mejor que con la gente.Después de cenar y dormir esa noche, se trasladó a Aegis, su lugar de trabajo, una fortaleza equipada con la mejor tecnología, donde él era uno de los principales encargados de probar y mejorar los sistemas. Recibía heridas nuevamente, pero todo volvió a la normalidad, no sentía absolutamente al hacérselas. Aunque se obligó a recordar lo ocurrido, como también ignoró a quién quiso preguntar por ello. Regresaba a su casa para despejar su mente, pero dos noches después se encontró con una visita inesperada.—Todos nuestros amigos fueron a mi fiesta de cumpleaños y tú faltaste esta vez —dijo Braden, con su v
Mateo llegó a la casa en llamas que lo hizo observar a la mujer de pie frente a una de las camionetas. El resplandor anaranjado iluminaba la noche. Las llamas devoraban la estructura con una voracidad implacable, el calor era sofocante y el humo se elevaba en densas columnas negras. Los muebles y las cortinas ardían, convirtiéndose en cenizas que flotaban en el aire. Las ventanas habían estallado por el calor, lanzando fragmentos de vidrio al suelo. Harper sonreía orgullosa de lo que causó, mientras Mateo, sin pensarlo se fue sobre ella con sus ojos cargados de descontrol. —¿Qué demonios te pasa? —Harper mantuvo su compostura, recibiendo de golpe la fragancia masculina que le golpeó el rostro. —Feliz mes de casados, esposo— Mateo enfureció mucho más. —¿No te gustó mi regalo? —se echó el cabello hacia atrás. —Es una pena. Me esforcé mucho. No creas que encender la casa fue fácil. Lo único que había salvado de esa casa fue su propio pasaporte y era una razón más para sonreír.
La pelirroja descendía del vehículo, mientras pensaba en cuál era su mejor opción en ese caso. Aunque no tenía muchas, estas tampoco le daban la sensación de sosiego. No conocía Manhattan, no le resultaba nada agradable tener un esposo que la encerraba para no darle libertad de al menos salir al pasillo. No quería volver a casa de los Bohemond, porque Lorcan tenía la manera de obligarla a hacer lo que quería y en el palacio Visconde, nadie le abriría los brazos para darle la bienvenida. Pero quería a su nana con ella. Comenzar una vida lejos de todos, al menos, mientras encontraba la forma de liberarse de las tres cadenas que ahora la estaban ahogando. Tenía cinco mil dólares y una habitación de hotel donde la llevaría por el momento. Por lo que con el nerviosismo que llamar a esa casa le causaba, tomó el teléfono y marcó el número de la mansión Bohemond. La voz de una de las empleadas contestó enseguida. —Necesito contactar a la señora Winifred— trató de que nadie reconociera
El humor de Mateo no era el mejor desde que tuvo que presentarse frente a un deudor, pues su nombre era el que estaba comprometido ante el sujeto que, si lo hubiese pedido, bajaría a lamer sus pies. Por poco se postra ante él cuándo lo vio. Allí entendió la razón para prestar dinero a alguien desconocido solo por tener el apellido que demostró con mostrar su anillo. Ni siquiera optó por algo sencillo. Lo hizo pagar por un boleto de avión en primera clase, una habitación de hotel de las mejores de la ciudad y por supuesto gastos “extras”. Una maldit@ pesadilla era tenerla con él. El dinero era lo de menos. Lo que le molestaba era que su nombre se viera envuelto en préstamos de dinero, como un estúpido que no tenia para pagar algo como eso. —Pudiste decirle que viniera a pedirte el dinero directamente— alegó Izan con el casco de prueba en las manos. —evitarías tantas cosas de esa manera. —Esa desquiciada podría venir rogando por ayuda y no me generaría más que placer lanzarle
Harper y Winifred se quedaron esa noche en ese lugar y comieron juntas, algo que de verdad se les antojaba, por primera vez en años. Estaban huyendo y se sentían más tranquilas que nunca. Nadie les gritaba o alejaba de la mesa antes de tiempo. Por la mañana tomaron el metro, ambas cubiertas con prendas que las cubrían casi en su totalidad. Aunque el cabello de Harper se escapaba algunas veces, revoloteando con el viento que helaba sus articulaciones a esa hora. Desde Viana de Castelo a Berkshire eran muchas horas de viaje, pero no podían quedarse en alguna ciudad por tanto tiempo, por lo que se hospedaron en lo primero que encontraron, compraron ropa para cambiarse y comida, antes de continuar con lo justo. Dos días después sus pies tocaron el condado de Berkshire. Se hospedaron en un sitio sin tanto movimiento y al día siguiente ya sabían la forma de entrar a casa de los Visconde sin tener que avisar de su presencia. Pues de seguro le cerrarían la puerta en sus narices sin dudarl
El mafioso dejó a la pelirroja sobre la camilla, dejando que se la llevaran, escuchando que una enfermera pedía datos para poder registrarla. Mientras él sólo pudo ver las manos rasgadas y el rostro magullado de la mujer que Beagle no vio antes de evitar arrollarla. Aún podía ver en su mente el rostro aterrado que vio, antes de advertir a su conductor, pero fue muy tarde cuándo la encontró a punto de perder el conocimiento. —¿Es usted algún familiar? —Ella es…mi esposa —decirlo en voz alta le hizo probar algo extraño, pues cuándo lo escuchaba en su familia representaba peso. En cambio, en él, era referirse de esa manera a la mujer que dormía bajo el mismo techo que el tipo que atacó a su madre y su tía. La esposa del enemigo, ahora era la suya. Se mantuvo en ese pasillo, con Beagle tratando de disculparse con él por lo sucedido. Nadie salía a decir nada, por lo que esa sensación diferente en su estómago era indescifrable. ¿Culpa? No, era algo más… Observó el pasillo del lugar,
Harper apenas recordaba lo que vio antes de perder la consciencia, pero sí estaba segura de que no era una alucinación cuando distinguió al mafioso. Jamás querría ver ese rostro tan cerca, pero lo tuvo, de otra manera no podría saber que su cuello olía a sándalo y cuero. Algo que antes no notó, pero ahora estaba seguro que era de él. Solo ese invasivo imbécil se atrevería a sostenerla de esa forma. Hubiese preferido morir que volver a tocarlo. La habitación del hospital y esos sonidos de un monitor, más el aroma a lejía la comenzaban a marear. No tenía su ropa, sino una bata que no cubría más que parte de sus piernas. La frente aún le dolía y el cuello, era una tortura tocarlo. La puerta se abrió para dejarle ver al sujeto que se detuvo, devolviéndose sobre sus pasos sin mencionar palabra. Harper arrugó la unión de sus cejas ante la acción, pero lo comprendió cuándo vio al mafioso aparecer casi diez minutos después por el mismo lugar. Instintivamente tomó un bolígrafo que estaba
—Por supuesto que no lo pienso dejar pasar, cariño— dijo Keyla en el teléfono. —Es tu cumpleaños. Prepararé tu postre favorito y tengo un… —Mamá, estás muy ocupada. No te estreses por eso— Mateo cerró la puerta de la casa, con dirección hacia su dormitorio. Su voz escondía la incomodidad debido a esas fechas. Como siempre. —Has festejado 20 cumpleaños, uno no hará la diferencia. —A ver, mi amor. Te he dicho que vas a cumplir cincuenta y seguiré emocionada cómo cuando eras un niño— miró la herida hecha con el bolígrafo en su costado y suspiró—. Izan no se queja, tú no me decepciones. —Cambia el coco por las granadas— dijo al escucharla contenta con la fecha. Saber que estaba sonriendo lo valía todo. No importaba si tenía que ignorar lo que causaba en él esos días. Cortó la llamada y se frotó la cara. Se quitó el reloj y tomó la botella de licor que llevó frente a la ventana, en donde se apoyó para ver hacia el exterior. Prefería pensar en cualquier cosa, sin importar nombres, lug