El éxtasis del dolor: Hasta que tu muerte nos separe.
El éxtasis del dolor: Hasta que tu muerte nos separe.
Por: Nelsy Díaz
Capítulo 1.

Harper no sabía qué sucedía. No entendía qué pasaba. El aturdimiento era demasiado para comprender la situación.

Solo veía la sangre de su esposo derramada en el suelo. Dos balas, una en el pecho y otra en la frente. Sus manos temblorosas envueltas en el mismo líquido la hicieron perder la noción de su entorno.

Las pastillas para dormir que tomaba cada noche habían funcionado demasiado bien en esa ocasión, porque no escuchó los disparos.

—Fue él. Fue Mateo Crown quien lo hizo —le dijo su suegro con la voz rota—. Lo mató porque no cedió a sus órdenes. Lo mató porque no aceptamos su dominio sobre nuestras vidas.

No sabía quién era Mateo Crown. No entendía nada de lo que Lorcan decía. Sólo comprendió que habían matado a su esposo. Solo entendió que Mateo Crown había masacrado a casi todo un clan.

La había convertido en una viuda.

No amaba a su esposo, pero él la había mantenido segura de todos en ese lugar, y ahora estaba a la deriva.

En el funeral de Orvyn Bohemond, solo estaba su familia y parte de la familia de Harper alrededor del féretro.

La pelirroja tuvo que soportar las malas miradas de sus cuñadas y sus hermanos, quiénes no dudaron en reprocharle haber perdido la única posición que podía alcanzar. Su padre no dijo ni mostró nada, enajenado a todo, incluso de su existencia, dejando claro que ella no le importaba en absoluto. Su madre de crianza no tenía el interés de figurar en esos eventos tan grises, por lo que su ausencia resaltó cómo siempre.

El aire le faltaba al no tener idea de lo que pasaría con ella, pero debía mantenerse en su papel de mujer imperturbable. Aunque en su mente solo pasaba la idea de que, siendo viuda y sin respaldo, caería en las manos de cualquiera.

Tenía más importancia con los Bohemond que con los suyos y eso era absurdo siquiera pensarlo, porque era prácticamente nadie en esa familia.

Así era la vida de una esposa preparada para solamente eso. Solo tenía la disposición de apoyar a su marido y ser descartada si él lo decidía. Aunque en este caso, quien la condenó fue el asesino que le quitó la posibilidad de al menos ser tomada en cuenta. Un hombre que ni siquiera conocía y ya odiaba.

Harper se encontraba en un torbellino de ideas y emociones. La rabia y el miedo se entrelazaban en su pecho, pero debía mantener la compostura. No podía permitirse el lujo de mostrar debilidad, no en ese momento.

Con los días se enteró de la enemistad que ya generaba más pérdidas para los Bohemond y de seguro también para los Crown. Meses transcurrieron sabiendo de todos los hombres que morían a causa de ese conflicto entre ambos clanes. Y ella cada vez perdía más en esa casa.

Su madre le negó su petición de regresar con ellos, no podía escapar de la familia de su difunto esposo, porque no tenía la autoridad de al menos cruzar la puerta. Estaba sola.

Las atrocidades del asesino de su difunto esposo llegaban a sus oídos y cada vez lo odiaba más. El nombre era impronunciable en esa casa, el terror los cubría al escuchar que dispararle no funcionaba, porque se decía que resistía el dolor cómo nadie. Algunos decían que era antinatural, otros médicamente lo definían cómo una condición rara solamente. Pero todos le temían de todas maneras.

—Es un monstruo. Esa cosa no fue creada por Dios— dijo un hombre que presionaba su cruz. —Destrozó a mi compañero. Apenas escapé.

Harper dejó de masticar, ignorando todo para escuchar más. Ya que estaba prohibido sentarse en el comedor principal, al menos escucharía leyendas, porque no creía que fueran reales.

—Sólo el diablo puede crear algo tan inhumano— alegó una mujer mayor.

—Al menos cuándo tu marido estaba vivo te permitían comer en la mesa con ellos —mencionó Winifred cuándo la encontró sola. —Son unos maldit0s.

—Sí lo hago ahora tendré que escuchar reproches y presunciones. Estoy mejor aquí —se defendió, escondiendo todo cómo siempre. —Además, al menos aquí cuentan las leyendas de ese asesino de forma interesante.

—Que es un superhombre que no muere, es una exageración —alegó su nana.

—No me importa si es una exageración o una tontería— dejó su plato. —Destruyó mi única salvación de este lugar. Debió matarme también, porque si tengo la oportunidad lo mato yo.

—Calla esas ideas, Harper. Tú no eres una asesina —su nana siempre le decía lo mismo, pese a saber la verdad y eso ya no la consolaba. Jamás creyó odiar tanto a alguien hasta que escuchó mencionar el nombre de ese sujeto.

Al superhombre lo creían indestructible y Winifred decía que ella no era una asesina. Ambos eran mentira.

Sus ex cuñadas le hacían la vida imposible. Heloísa envió a que vaciaran su antiguo dormitorio, obligándola a dormir en uno dónde las ventanas eran casi inexistentes. Yara ordenó que no volviera a sentarse con ellas en la mesa, si el hijo vivo de Lorcan viviera con ellos, de seguro sería peor y Lorcan jamás intercedería por ella, por el secreto que la obligaba a aceptar sus disposiciones, por muy crueles que fueran.

Podía moverse por toda la casa estando su esposo con vida, ahora no tenía permiso de salir de la propiedad, confinando a la pelirroja a vivir cómo un prisionero.

No tenía amigos, no tenía dinero, no tenía voz. Justo cómo vivía con su familia años antes. El único culpable era un hombre que ni siquiera conocía, pero que se había ganado su odio por sólo existir.

Semanas después de ignorarla tanto tiempo su suegro la llamó a su despacho inesperadamente. La atmósfera era tensa, cargada de un silencio que presagiaba malas noticias y ella estaba en el núcleo. El gesto de Lorcan dejaba claro que no le gustaría nada lo que diría, pero que tampoco importaba su opinión al respecto.

—Harper, seré rápido, he tomado una decisión —dijo su suegro, sin rodeos—. Te casarás con Mateo Crown.

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