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Capítulo 2: Internado Santa Rosa para señoritas

     Era otra, ni el uniforme del jardín de niños la hacía ver tan ridícula. Le costaba respirar, le costaba creerse lo que estaba pasando, pero ¿qué más podía hacer? Nunca había sido abandonada desde la primera vez, o por lo menos no abandonado verdaderamente, sus ojos ardieron un viejo sentimiento de llanto al que no se dignaría a ceder, pero el solo hecho de evitarlo hacia que este cobrara más vida, que le arrancara las fuerzas y las ganas de hacer lo que quisiera. Sacudió la cabeza, no se quedaría allí echándose a morir, tenía que seguir cueste lo que cueste, era muy pronto todavía y seria solo cuestión de tiempo para que sus padres olvidaran los estragos y por lo menos se preocuparan por ella. Tal vez resistir un poco más y fingir ser dócil podría ayudarle a salir de ahí.

     Miró a su alrededor, ¿Dónde estaba? Caminó por la dirección indicada por la guardiana, nada de mapas, nada de horarios nada de panfletos, solo ella y su… aceptable memoria. Los pasillos de la vieja institución, en su mayoría eran como largos balcones, todos repletos de grandes ventanas abiertas que dejaban que la agradable brisa entrara y revoloteara su corto y rojo cabello rizo. El pabellón de estudiantes no estaba del todo lejos de donde ella estaba, solo tenía que cruzar, el gigante patio de la escuela y el siguiente tramo a la derecha correspondía a los dormitorios.

     El lugar tenía el mismo aspecto anticuado y vintage de palacete francés y aunque le costaba admitirlo en cierto modo no le asqueaba del todo. Caminó el patio y un nervioso cosquilleo recorrió las palmas de sus manos, se reflejó en el conjunto de ventanales recordando lo que llevaba puesto, dándose cuenta de que aquel vestido le hacía ver más gorda. Entró finalmente, y con su amplia experiencia en habitaciones, llego al cuarto 303, aquello sería un problema ¿tendría que subir todo eso, todos los días hasta que pudiera escapar de allí?  Tal vez serviría para tonificarle las piernas después de todo.

     Exhaló frente a la rustica puerta ¿a quién engañaba? Odiaba el lugar desde que puso el primer pie en el suelo extranjero, solo quería comenzar a correr y que nadie la detuviera, si, correr y gritar hasta perder la conciencia para así luego quedarse a dormir hasta que las cosas estuvieran como ella quería.

     El cuarto era brillante, era amplio, era demasiado para lo que esperaba. Camas refinadas, talladas y decoradas como si fueran algún tipo de estrecha habitación de princesas, entonces la vio, supo inmediatamente que esa sería suya, y si, se había dejado llevar por un romanticismo nato que la perseguía desde niña, aquel creer en la magia de los cuentos de hadas, el destino y el amor al que había de esconder toda su adolescencia.

     Justo en frente de ella, llena de las mismas florecillas que llenaban la escuela en esa época del año, las cortinas bailaban sobre la misma, ligeras cortinas blancas de algodón. Caminó sin darse cuenta hasta desparramarse allí junto a todo lo que le habían dado en la mano para su supervivencia escolar. Que todo se fuera a la mierda pensó, solo quería yacer ahí hasta que el mundo se acabase, no quería ni siquiera respirar si aquello implicaba moverse de la paz repentina. Los rayos del sol se sentían tibios en sus mejillas, y evitaban que pudiera abrir los ojos, entonces sintió un peso en el estómago, una tristeza le invadió repentinamente cuando por fin empezaba a ver algo bueno de aquel lugar y es que, entre aquella mullida colcha, entre las muchas almohadas perfumadas y el clima perfecto, se encontraba una pequeña, pero intimidante nostalgia que le traía un recuerdo de la casa.

                                                                   *****

     El día había sido largo, más caluroso de lo habitual para ser enero, pero todo seguía igual como lo había dejado, las viejas cornisas, las butacas en las esquinas con la mesa de té de por medio, las siempre resaltadas molduras doradas de las paredes y las mismas caras. Las clases también fueron lo mismo una detrás de otra, pero, aunque fuera todo demasiado monótono, le gustaba. Ya conocía las cosas, conocías sus debilidades y fortalezas, nada podía sorprenderla y aquello lo mantenía todo bajo su control, nada inesperado nada que no pudiera manejar.  Desde que el timbre que indicaba la salida de clases sonó, fue automático que aflojara sus zapatos de tacón, y quitaras las medias allí mismo en el salón de clases, entonces se despidió ya descalza y salió al patio que tenía una casi inmediata conexión con el bosque.

     Caminó sintiendo la cálida grama entre sus dedos, un placer incomparable, los luminosos rayos del sol tocando su piel, jugando a las carisias, dio unos cuantos saltos, este sería finalmente el año que tanto había esperado, que había calculado desde quien sabe cuántos años atrás y donde finalmente podía lograrlo.

     El patio de Sta. Rosa, no era más que todo el terreno infinito de la propiedad, la escuela quedaba céntrica en un mar de hectáreas de puro suelo llano, para después ser rodea de un bosque denso que bordeaba los límites que las estudiantes podían utilizar. La parte del bosque más cercana a la escuela quedaba justo en el patio trasero, detrás de la estancia de los dormitorios, quedando solo a 300 metros de distancia, lo demás no era más que naturaleza controlada para el disfrute y sombra del conglomerado estudiantil, como era el caso del espacio abierto que quedaba entre la escuela y los dormitorios, que era usado área de recreo pura y simple, aprovechando que el mismo espacio le servía de entrada a comedor. Las diferentes llanuras tenían sus funciones, cada espacio de la institución era desviadamente bien utilizado para el recreo o funcionalidad de esta, como canchas de deporte, el ala oeste de la escuela destinada exclusivamente para la piscina donde se impartían las clases de natación, clavado y nado sincronizado.  

     — ¿No podías haber tardado solo un poquito más? —Preguntó brillando bajo el sol.

     —Lo siento amor, pero como era el primer día había que tomar toda la inducción y bienvenida—Dijo encogida de hombros recibiendo el abrazo del tan esperado amante.

     —Solo cállate y bésame—Le ordenó antes de poseer la boca de esta, lo dos cayeron al suelo, en un área libre de las miradas de los demás, área reservada entre los jardines que solo tenían acceso un puñado de estudiantes que solía hacer de las suyas allí. En ese lugar nadie conocía a nadie, pero Alexis era demasiado cauta, y tenía su propio rincón bajo el sol, donde Jack solía desnudarla sin temor ninguno, y besar cada una de las pecas de su cuerpo y sus pezones endurecidos, como lo había hecho en el pasado y nunca cansarse de ello. Ambos tendidos en la intemperie con nada más puesto que las caricias del otro, hacían el amor de una manera tan simple y ajena de cualquier tipo de malicia, solo los dos tocándose uno al otro, con el placer de amarse y sentirse propios—te amo—le susurraba al  oído una y otra vez mientras la penetraba con fuerza, solo para verle la cara sonrojada rebosante de una exquisitez inexplicable sin poder responderle, solo podía  apretar las piernas en respuesta y disfrutar cada segundo que podía estar junto a él para darle todo lo que tenía por ahora. Como lo amaba, como lo adoraba, lo veía luego de terminar como si todo fuese un sueño, como su cabello largo y rubio caía sobre sus senos sensibles y le daban pequeñas descargas que hacía que todo el vello corporal se erizase.

     Como cada día, no quedaba más que la triste despedida y la esperanza de poder repetir al siguiente una vez más y con el uniforme vagamente puesto se despidió con un largo beso de su amado, caminó de regreso, con un agotamiento excitante y el velo del sexo recubriendo sus mejillas, el cual estaba terminantemente prohibido en la escuela y era un lujo que solo muy, pero muy pocas podían darse con un hombre y más ese tipo de hombre.

     Recogió su cabello en un moño improvisado y subió las escaleras que conocía  de memoria, hasta llegar a su cuarto, donde podía  sumergirse en  la tina con unos pétalos y descansar cada musculo magullado por el suelo y el placer—shhh—le dijo Erika en cuando entró al cuarto, señalando al oso rojo que dormía en la cama sobrante—la tina esta puesta, y revisa que no te haya dejado ninguna marca esta vez—Alexis se sonrojó y asintió, entró detenidamente entendiendo por las valijas que tendrían una nueva compañera. No sabía si era algo bueno, pues no la conocía ¿Se llevarían bien? ¿Sería agradable? ¿No lo seria? Realmente le deba apuro el tener que descubrirlo, había conocido a Erika y todas las demás del instinto desde muy poca edad, pues todas habían crecido juntas, conocía sus mañas y sabía cómo ser con ella sin crear problemas innecesarios, sabia como tenerlas najo control.

     — ¿Cuándo llegaste? —Le preguntó a Erika que estaba de pie en el marco de la puerta del baño.

     —Después de clases, no me gustan los primeros días —Respondió finalmente entrando y sentándose en la meseta del lavabo.

     — ¿Cuándo tiempo lleva ahí? —Señaló infantilmente refiriéndose a Megara acostada. Erika volvió la mirada hacia las camas y se encogió de hombros.

     —Cuando llegué ya estaba ahí con todas sus cosas en el medio —Fijó su mirada en Alexis—Realmente tiene muchas cosas.

     —Si eso lo dice una princesa, entonces tendrá que ser cierto.

     —Ven, te lavo la espalda —Ofreció antes de bajarse y arrodillase detrás de Alexis, la que no podía evitar tener una debilidad con que le frotaran la espalda.

     Megara apretó las sabanas, hacia algo de frio, abrió un ojo y notó seguía estando sola, giró sobre si misma dándose cuenta de que la cama estaba llena de flores al igual que ella, entonces intentó sentarse, pero le faltaban fuerzas ¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Dormiría más en la noche? No lo sabía, solo sabía que su cuerpo se sentía pesado en la cama como si una fuerza magnética la pegara al dulce algodón que la abrazaba, entonces reunió fuerza y se sentó.

     Encorvada por la cuaja, estrujó sus ojos y pegó un largo bostezo, rascó su cara y saboreó con pereza. Exhaló con fuerza y se paró de la cama caminando al baño para encontrarse con las otras dos frente a frente—Hey—Dijo con el ánimo muerto apoyándose del marco de la puerta y un ademan de saludo, ignoró por completo la extraña escena, pues en casa estaba acostumbrada a que la bañaran desde niña y en un colegio de mujeres esto era lo menos que le sorprendería.

     —Buenas tardes—Dijo cordialmente Alexis sin inmutarse demasiado a la entrada de Megara, que parecía más el ataque de algún zombi. Ella miró a Erika, la que se encogió de hombros y no le dio ninguna importancia.

     — ¿Qué hora es? —Preguntó mientras se cepillaba los dientes y se comenzaba a desnudar— ¿Les molesta? —Preguntó ya que había entrado al baño sin tocar, ni pedir permiso y comenzado a quitarse el uniforme.

     —Tranquila—Respondió Alexis, las cosas como la intimidad le eran de poca importancia en cuanto a mujeres se trataba, se paró de allí y salió al cuarto—Veo que esta cama encontró dueño, había estado sola durante mucho, mucho tiempo.

     — ¿Por qué? —Megara salió dejando ver su cuerpo en ropa interior color negro, caminó a la cama y tomó las sabanas como un saco, sacudiéndola afuera por la ventana, las otras dos solo sonrieron a aquel acto inocente de rebeldía.

     —Por eso—Alexis se sentó envuelta en la toalla, no se imaginaba muy seguido conocer personas y cuando lo hacía no lo imaginaba de esa manera, así que entendió que podía ser un buen comienzo de aquella relación, y no se equivocada. Erika en cambio no esperaba nada, y si el caso de que Megara fuera una persona desagradable, entonces todo su cabello terminaría en la basura sin preocuparse de las represalias, así que no le daba mente a esas nimiedades tomando en cuenta el año que era—la cama se llena de basura, y habría que estar sacudiéndola todo el tiempo.

     —Pienso que eso le da encanto—Dijo Alexis mientras cepillaba su voluminoso cabello rubio en la coqueta que le correspondía.

     —Si pensaras eso entonces dormirías ahí—Le retó Erika ya sentada en su propia cama.

     —Que le dé encanto no quiere decir que me atraiga dormir ahí—Las tres rieron, la conversación fue fluida a partir de ahí, y aunque a Alexis le daba curiosidad no se atrevió a preguntar porque Megara había llegado, nadie llegaba a ese país, y si llegaban no lo hacían a la escuela y mucho menos con el año escolar a la mitad. Así que solo se mantuvieron lejos de la intimidad de cada una. ¿Cómo son las clases? ¿Cómo son los profesores? ¿Hay que llevar el uniforme todo el tiempo? ¿Y los chicos? Todo aquello era una distracción de la realidad de Megara, que no quería darle importancia a como había llegado, no estaba verdaderamente preparada para hablar de ello, no quería que la vieran con lastima, estaba cansada de esa mirada, no buscaba ser alguien tampoco con un pasado turbio, no quería ni siquiera llamar la atención, solo quería sobrevivir sin ser molestada y hacer solo que lo que le viniera en gana, aunque para eso tuviera que romper una que otra regla.

     Eran las cinco de la tarde y Alexis se había llevado a Megara a darle un recorrido por las instalaciones dejándola sola en el cuarto, a esta hora las estudiantes por lo general estaban tomando una siesta, otras estaban terminando de sus actividades extracurriculares mientras que otros estaban lo suficientemente cerca para encontrarse. Erika se soltó el uniforme, tomó una ducha rápida y sin importarle dejar el suelo mojado a su paso, se puso un uniforme limpio y se escabullo por los pasillos desolados del edificio hasta salir por la parte de atrás de los dormitorios sin ser vista. No era ni uno, ni dos los años que llevaba haciendo esto, conocía cada rincón con Alexis, cada horario y cada excusa para evadir a las personas que pudiera encontrarse de casualidad, tenía que verle, tenía que oírle, tenía sobretodo que oler aquel aroma que tanto la deleitaba y que solo él podía despedir. La noche caía temprano en Sta. Rosa ya a las cinco y media el cielo empezaba a oscurecer y el olor a la cena invadía todo el recinto. Detrás del tramo este de la escuela, luego de mucho atravesar y caminar por un sendero conocido de memoria, quedaba la cerca que dividía a Sta. Rosa de la escuela de hombres donde se encontraba él.

     —Erika —Llamó su nombre después de correr y darle vueltas en el aire plantándole un beso en la mejilla, ella se aferró a su cuerpo y lo envolvió con sus piernas aprovechando lo que podía tener de su amado— ¿Cómo te fue en las vacaciones? —Preguntó sin soltarla.

     —Como todas las otras, una carta, un cheque y esas cosas—Respondió sin afligirle ya que le tenía a él en sus brazos y eso era suficiente para tener el mundo.

     —Lo siento nena—La consoló plantándole otro beso—Pero tranquila yo estoy aquí—No había otras palabras que quisiera escuchar todos los días más que esas, no quería salir de su agarre y ser suya todo el tiempo. La noche los cubría a los dos, en su encuentro a escondidas, la bajó suavemente y se sentaron en el suelo—Te había extrañado—Le dijo vendiéndole el mundo con una sola caricia en la cien—Eres la mejor persona del mundo.

     —No—Ella le respondió con una coquetería que solo le pertenecía a él—Ese eres tú.

     —Lo sé—Dijo con galantería—solo quería ser caballero.

     —Conmigo eso no funciona—Se detuvo volviéndose encima de él hasta quedar sentada sobre su regazo—Tal vez con Darla—Añadió cambiándole la expresión en el rostro, él a veces olvidaba lo descarada que podía ser. Tomó su barbilla en su diminuta mano, y con un vaivén de caderas lo encendió, le besó despacio y suculentamente, desbordando una sensualidad que él no pudo resistir, metió sus varoniles manos entre su rizado cabello y lamió los labios de esta antes de morderlos.

     La presionó contra su miembro haciéndoselo sentir de lleno a ella quien empezó a moverse cada vez más rápido para sentir la fricción de su húmedo sexo contra la erección de él envuelta en el material de su uniforme deportivo. Aquello no era lo que hubiera querido, pero era todo lo que podía tener. Le soltó del pantalón de futbol el miembro y empezó a masturbarle mientras él pegado a su frente jadeaba de placer, aquello la llenaba, podía sentir que durante ese pequeño instante que él era de ella y solo de ella, que en ese momento solo pensaba en ella y solo la deseaba a ella, algo que no ocurría fuera de ese pequeño espacio. Finalmente, él terminó y la besó en la mejilla, prometiéndose encontrarse luego como lo había hecho desde siempre, aunque no con la misma finalidad que al principio.

                                                                 *****

     El comedor era todo un salón, con mesas de buffet elegantemente decoradas y una larga fila de estudiantes de porcelana sirviéndose de la igual de larga fila de bandejas llenas de comida. Megara miraba a su alrededor, todas lucían un uniforme distinto al de ella, sencillas faldas de colegialas, las medias que les vinieran en gana, al igual que los zapatos y camisas feas y Victorianas, pero por lo menos diferentes, la propia Alexis llevaba una falda más corta que el promedio y una camisa de mangas cortas con se horrible cuello lleno de vuelos junto con unas medias blancas de lencería con ligueros— ¿Por qué solo yo uso este tonto uniforme?

     —Ese es el uniforme formal—Le dijo en la fila mientras se servían.

     —Pero todo el mundo lo llevaba puesto hoy y ahora no.

     —Eso es porque hoy es el primer día de clases y como vez ya ha acabado ¿no te dieron otros al entrar? —le preguntó extrañada.

     —Pensé que todos eran iguales, así no tenía que estar usando el mismo todos los días hasta que se gastara—le respondió encogida de hombros. Si ese era el caso entonces no podía esperar hasta mañana. Erika llegó tranquilamente como si nunca se hubiera ido, sin nadie sospechar nada, mezclada entre las demás estudiantes que también llegaban a deshora por razones variadas, pero Megara sabía, reconocía ese rostro donde fuere, y Alexis ni se diga, tanto Alexis como Erika sabían cada cosa una de la otra, especialmente ese tipo de cosas y Megara simplemente no era estúpida, de por si esperaba lo peor de cada persona y por lo general siempre acertaba en su cruzada morbosa.

     — ¿Sabes? —Incurrió Megara pegándole un olfateada un tanto incomoda—Hueles a chica mala —Erika le dio una mirada fuera de sus lentes de nerd acompañada de una sonrisa pícara en respuesta al acertado comentario. Megara se quedó mirando el techo del comedor, las gigantes lámparas de arañas cayendo del techo e ignorando así la reacción que su presencia causaba en ese lugar, pensando después de todo no sería una mala estadía.

     Antes de salir había procurado dejar la ventana cerrada, así no entrarían flores a su cama cuando no eran bienvenidas, encendió el abanico del techo en su máxima potencia, y se metió en el baño una vez que las chicas ya se habían cepillado los dientes. El tocador era muy delicado, algo que no le sorprendía debido, a toda la estética de señoritas perfectas que cubría la escuela entera. La tina a su derecha donde había conocido a sus nuevas compañeras estaba llena de pétalos de rosas rojas ¿Por qué?

     No era una persona de tomar baños, pues prefería las duchas, pero por algún motivo procedente de su vena de romanticismo entendió que la soledad de ese instante a oscuras, la leve iluminación que proporcionaba la vela aromática sobre la meseta, era una perfecta ocasión para hacerlo. Cerró la puerta del baño con llave y se metió despacio en la tina después de encender la música de su celular a todo volumen y observo la luna. Se veía irrealmente grande desde ese punto del mapa, tan mágica, tan bella, tan hipnotizarte, la perfecta compañía para una larga sesión de llanto, pues ella y nadie más sabría la pena que guardaba en el corazón.

     

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