Capítulo 6

Cuando tenía la mesa casi lista supe que el susodicho no se iba a venir.

               

— Trata de entenderlo—Me escribió Leonardo— Ha dejado a sus amigos tirados durante mucho tiempo. ¿No crees?

               

Me dio mucha más rabia por mi misma de lo que pensé, por lo que opté por creer que todo había sido un error, y cuando lo llamé por teléfono y me contestó, traté de mostrarme comprensiva, mal que mal el ya no tenía ningún deber conmigo.

             

— Vente temprano mañana— Le dije por teléfono— Necesito hablar contigo algo urgente.

             

— ¿De qué cosa?— Me preguntó, usando un tono de voz muy natural.

               

Por ningún motivo le iba a hacer ilusiones, sobretodo si andaba por ahí pasándolo bien con otras gentes.

             

— No te lo puedo decir por teléfono.

             

— Está bien. Adiós.

               

Traté de controlarme. Lo peor de todo es que no tenía con quién desahogarme; Con Sole no se podía (Las razones eran evidentes), con mi hermana menos (Lo más probable es que me aconsejara jugar a dos bandas) y con Ágata era imposible (Además de que ya tenía sus propios líos al respecto ya no le estaba simpatizando mucho el susodicho).

               

Una vez que Santi se quedó dormido opté por beber en soledad, típico en mi cuando estaba triste. Alfredo me llamaba a cada rato por teléfono y no le quise responder, salvo un mensaje, en el cual le escribí que el fin de semana quería hablar con él en persona. Dejé que el celular se apagara mientras veía 500 days of Sumner (El protagonista me recuerda al susodicho cuando anda amable y triste al mismo tiempo). Luego me quedé dormida en el sofá, y cuando desperté a una hora indefinida de la madrugada me fuí a la cama.

  

               

Al día siguiente el susodicho no llegó a la hora convenida. Cuando ví que alguien lo etiquetó en una foto con esa tal Karla casi me morí de celos. Lo llamé con la típica excusa de que necesitaba pañales para Santi. De todas maneras estaba preocupada porque en la tele decían que no había transporte público, por lo cual si o si me daba miedo que el susodicho quedara tirado. No debería importarme pero daba lo mismo; nadie estaba al tanto de mis segundas intenciones.

               

Para peor daba muestras de que no tenía ninguna intención de regresar aún.

             

— ¡No tengo plata para ninguna huevada!- Le grité, trás escuchar que habían unas risas.

               

No sé qué me dio más rabia, si su ironía o su despreocupe total por la situación. Además estaba evidentemente borracho.

           

— Chiquillos— Oí que dijo— ¿Alguien tiene para depositar?

               

Decidí colgar porque me volví como loca. Creo que nunca en mi vida me había sentido tan ridícula y humillada. ¡Yo preparandole una cena el día anterior! ¡Yo rasurandome entera por el! Era imposible sentirme más estúpida e imbécil.

               

Creo que ahí colapsé. Leonardo me llamo borracho y lo mandé a la mierda, ¡Él era el culpable de todo! Bajo ningún punto de vista se me hubiese ocurrido volver con el susodicho de no ser por sus palabras y su existencia. Ahí si que sentí un odio casi general al género masculino ¿Por qué tenían que atinar precisamente cuando una mostraba la peor cara?

               

Cuando era bien de noche me volví a emborrachar, prometiéndome que sería la última vez que lo haría en mi vida. Al susodicho terminé odiando mucho más que antes, sobretodo cuando insistía e insistía con llamadas que ni siquiera quise intentar responderle. Con Leonardo hice una excepción solo para decirle que le avisara a su amiguito que ni se le ocurriera llegar por la casa.

               

De pronto me puse a llorar. Me sentí realmente mal. ¡Yo no tenía derecho a hacerle eso al susodicho! En una hice un esfuerzo y me calmé y le respondí en uno de esos intentos de comunicación, algo así como que lo odiaba tanto en ese momento que mejor no se apareciera. De ser así iba a haber pelea fija, le recalqué sinceramente. Me dijo que si, que tranquila, que no se iba a aparecer.

               

Eso sí que me mató. Me di cuenta que el entendía que yo estaba mal y quería dejarme sola, pero él no sabía que solo deseaba estar con él en ese momento y eso me dio más rabia. Juro que si hubiese llegado, llevándome la contra y todo, hubiese dejado que hiciera lo que quisiese conmigo.

               

Me sentía inestable y solitaria. Todo aquello eran consecuencias de la maternidad, pensaba. Mí autoestima estaba por el suelo.

               

Llamé a Alfredo llorando. Llegó de inmediato. Le pedí perdón por ser tan perra. La verdad es que era imposible no mirarlo a los ojos y no sentir algo de culpa tras recordar mis pensamientos de los últimos días. Mi aún compañero fue bastante comprensivo conmigo, pese a que en su mirada se adivinaba que yo le estaba escondiendo algo.

               

— ¿Por qué no te vienes a vivir conmigo?- Insistió— Así no lo ves más.

               

— Creo que no es mala idea— Respondí.

               

Luego lo besé y me senté encima de el y comencé a desvestirlo como si estuviese pelando un plátano.

       

   

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