En el transcurso de su viaje, Emma apoya la cabeza sobre el cristal del coche, y se queda profundamente dormida. Cuando Roland se da cuenta de que el silencio ronda en el coche, la mira y observa detenidamente.
Al ver que está tan cansada, decide dejarla dormir hasta llegar a casa. Para no molestarla baja el volumen de la radio, reduce un poco también su velocidad, y toma las curvas con mucho más cuidado, para evitar que se despierte.
Al llegar a la puerta de casa, Emma comienza a soñar, sonríe un poquito y se da la vuelta. Roland hace el amago de querer tocar su hombro para despertarla; está tan guapa dormida que frena su intento, y se queda contemplándola cinco minutos más.
La mueca de sus labios es tan bonita, que decide pasar su pulgar por la mejilla para despertarla:
 
Emma deja la puerta de su casa abierta, para que Roland entre sin llamar, se acerca a la nevera dando saltitos y saca dos cervezas. Después, enciende el televisor y se sienta en el sillón. Esperando a que llegue su amigo, va abriendo una cerveza y da su primer trago; está tan fresquita que la sabe a gloria. Roland llega, y aunque está la puerta abierta, toca y pregunta: —¿Se puede pasar? ¡Novatilla! Al reconocer la voz de su compañero responde: —¡Claro! Dejé abierto para eso, para que no tuvieras que llamar. Cuando entra al salón, y ve a Emma sentada de mala manera, entonces él mismo coge una silla, la acerca y cogiendo su pie lo acomoda. —Tienes que poner el pie en
Charlotte comienza a recordar la conversación que tuvo su hermano con Emma, tras las dudas pregunta: —Kevin, ¿crees que está bien lo que le has contado a Emma? —Charlotte creo que sí, tarde o temprano se sabrá todo, y quizás este no sea el mejor momento —responde Kevin, pensándolo. —No Kevin, ella nos quiere ayudar, creo que deberíamos contárselo todo —responde Charlotte. El chico se pone en pie, y se acerca al lado de Charlotte. Cogiéndola de la mano para tranquilice, dice: —Te prometo que se lo contaré todo en su debido momento, por ahora es suficiente con lo que saben. Las dudas se apoderan de la chica. Muy nerviosa comienza a mover su cabeza de lad
Al cortarse la llamada, Emma se guarda el teléfono en el bolsillo, y continúa caminando hasta la habitación en la que está Roland. Cuando llega siente tanta impaciencia por verle, que entra sin llamar a la puerta. —Hola buenos días —dice, al ver que Roland tiene los ojos abiertos por completo. Antes de darle tiempo a reaccionar Roland sabe que se trata de ella. El ruido de las muletas al chocar contra el suelo, no la deja de ser indiferente para él. —Hola Emma, ¿tú cómo te encuentras? —Yo estoy bien, me duele el cuerpo, pero me recuperaré enseguida —explica Emma, apoyándose sobre la cama para no tener el pie en vilo. —A mí también me duele todo, y encima perdí la vi
Con la llegada del día un rayito de sol, hace que Emma abra sus ojos. Ante el dolor persistente se incorpora muy despacio, se pone en pie y va al baño; al salir mira la cara de angelito que se le pone a Roland cuando está dormido. Sin poder evitarlo, ni hacer nada de ruido, se acerca un poquito más a él para verle más de cerca, hasta que se da cuenta de que también está despertando, y se separa de la cama. Con un ojo abierto y el otro cerrado, en su peculiar cara se torna una sonrisilla antes de decir: —Buenos días te he pillado mirándome novatilla. —Buenos días Roland —responde Emma, intentando hacerse la desentendida. —¿Qué vas a hacer hoy? —pregunta Roland, estirando sus brazos para desperezarse.&n
Emma llega a casa de Roland, toca el timbre varias veces, al ver que no la contesta nadie y cansada de esperar, decide aporrear la puerta desde fuera: —Roland, Roland, ábreme soy Emma —Ya voy, no seas tan pesada —responde al reconocer de quien se trata. —¿En serio crees que soy una pesada? —pregunta, cuando ve que Roland ya tiene la puerta abierta. —Calla y pasa, no es por eso. Deja de dar voces, el otro día cuando llegué; me encontré toda la casa revuelta, alguien ha entrado aquí —dice Roland, cogiéndola por el brazo para meterla dentro de casa. —Perdón, pensé que no me querías abrir, ¿Qué tal estás? —contesta Emma, después de escucharlo. —Ya casi bien, con los días mi visión se va ampliando, y cada día veo un poco mejor. Pero preferí mantenerme en silencio, hasta que pudiese ir a la comisaría a poner una denuncia —explica Roland, un poco más tranquilo, al saber que Emma está con él. Emma le mira un poco sorprendida, pero sin extrañarla mucho las palabras de su amigo, pregunta:
Suena el despertador, Emma se levanta, se ducha, se viste, y va al bufete en busca de Cristian, para ir a visitar al chico al centro penitenciario. Al llegar allí entran directamente, Cristian se acerca a recepción, y solicita hablar con Kevin; les pasan a una sala para que puedan hablar con el chico. Se sientan en una silla; mientras esperan, Cristian busca unos papeles en su maletín, quiere que Kevin le firme una autorización para ser su abogado. Después de estudiar durante algún tiempo su caso, y de escuchar lo que le contó sobre él y Charlotte, Cristian también quiere colaborar aportando su granito de arena. La sala fría de color gris, llena de mesas y sillas hace que Emma se impresione mirando a su alrededor. No deja de observar que alguno de los presidiarios, ya están sentados frente a sus familiares. La impaciencia, y la agonía que siente Emma al verse envuelta en esta tragedia, hacen que busque a Kevin con la mirada: —¡Mira!, ahí viene —exclama levantándose de la silla, bast
Al salir del restaurante suena su móvil, Roland contesta enseguida: —Emma que sorpresa, pensé que tardaríais más. —Roland llevas tres horas fuera de casa, terminamos hace un buen rato —responde Emma. —Ok, tardaré más o menos media hora en llegar. —Ok, aquí nos vemos —responde Emma, antes de colgar el teléfono. Antes de llegar a casa, Roland siente que alguien lo persigue, se da la vuelta y mira hacia atrás, la calle está llena de personas. Su miedo es inminente por eso; acelera su paso y continúa mirando de reojo para atrás, la sensación no le desaparece hasta llegar a casa de Emma. —¿Roland, estás bien? —pregunta Charlotte, al verlo entrar sudando y tan agitado. —Sí, Charlotte no te preocupes —contesta disimulando. Emma le mira, le nota bastante extraño, sabe que le está pasando algo, ella se acerca él, y lo abraza: —¿Qué ha pasado? —pregunta entre susurros. —Nada, quédate tranquila. Solo me puse un poco nervioso, pensé que me seguían, había demasiadas personas en la calle,
Cuando Emma y Roland salen de casa, Cristian se pone manos a la obra; llama a su mujer por teléfono, y comienza a hablar con ella. —Hola, cariño. —Hola amor. ¿Cómo estás? —responde ella. —Bien cielo. Ya tengo al chico, estoy pensando en llamar al juez que le sentenció —comenta Cristian. —¿Para qué quieres hablar con él? —pregunta su mujer. Recapacitando las palabras, pero pensando en el chico, responde: —Tienes razón, pondrán a Kevin en busca y captura, no quiero que este muchacho tenga más problemas. —Ya sabías que esto era lo que iba a pasar. Te conseguí pasaportes con otras identidades, creo que lo mejor es que viajéis a Francia; una vez allí, podrás pedir ayuda a tu amigo Belmont —comenta ella. —Eso es muy buena idea. Eres la mejor, por eso te quiero —responde Cristian. —Gracias, cariño —contesta ella. —Cariño, otra cosa. Te podrías pasar por el centro que te comenté necesito que sea hoy, yo no puedo ir. Tengo que esconder a este chico; seguro que ya tenemos a la policía