Esta tarde nos vemos con más.
¿Qué podía esperar de una mujer como ella? Es una más del montón. Estoy temblando de rabia e impotencia. Es la primera vez que una mujer me pone las manos encima. ¿Cómo se atreve? ―¡Basta, Samuel! ―grita mi padre desde lo alto de las escaleras―. No te permito que trates a Abigaíl de esa manera. Sus palabras exacerban la ira que me está consumiendo. ―¿A caso no te das cuenta de lo que esta mujer está buscando? ―le pregunto con incredulidad al ver la fiereza con la que la defiende―. ¿De sus verdaderas intenciones? ―giro la cara y la acribillo con la mirada mientras la repaso con asco de pies a cabeza―. Eres una… Papá me detiene antes de que pueda soltar las palabras que una mujer como ella se merece. ―No te atrevas a insultarla delante de mí ―sentencia determinado―, porque entonces vas a saber hasta dónde soy capaz de llegar para defenderla. Me quedo pasmado por su vehemencia. ¿Acaba de amenazarme? ¿La ha preferido a ella por encima de su propio hijo? ―Te desconozco, padre ―giro m
A pesar del odio y el rencor que siente por mí y de sus amenazas, decido quedarme. Quizás me mande a echar tal como lo prometió, pero no pienso irme hasta averiguar que el abuelo de Camila está bien. Que la caída no trajo consecuencias, qué lamentar. Con piernas temblorosas ingreso al interior. Me acerco al módulo de información y pregunto por él. ―El señor Di Stéfano está siendo atendido en emergencias en este momento ―me indica la recepcionista―, tome el pasillo derecho hasta el fondo y luego cruce a la izquierda; al llegar verá el cartel. Sigo sus instrucciones hasta dar con el área. Mi corazón se hace añicos al ver a Samuel sentado en una de las sillas, con los antebrazos apoyados en sus piernas y su cabeza recostada sobre estos. Se ve destrozado. El movimiento convulso de su cuerpo me indica que está llorando. No me atrevo a mover ni un solo músculo para no molestarlo. Estoy segura de que mi presencia en lugar de calmarlo solo conseguirá perturbarlo. Me oculto en la distancia
¿Qué me sucede? ¿Por qué estoy tan enojado con ella? ―Señor, me quedaré aquí en el caso de que se necesite algo con urgencia. Cierro los ojos y respiro profundo para calmarme. Por fortuna, lo de mi padre no fue nada grave. Me doy la vuelta, ya más tranquilo. ―No es necesario Cornelio, puedes irte a la casa ―meso mi cabello y lo miro a los ojos―. Pídele a una de las mujeres que vigile a la niña mientras esa… ―me muerdo la lengua para no soltar una palabra inadecuada. Estoy muy exaltado―. No quiero que despierta y encuentre que su madre no está con ella, podría asustarse. Cornelio me mira de una manera que no sé cómo explicar. ―Por supuesto, señor, yo mismo me haré cargo de todo y me ocuparé de que una de las mujeres del servicio se dedique exclusivamente de la pequeña hasta que su madre regrese. Asiento en respuesta. Los problemas que tenga con la madre nada tienen que ver con la pequeña. Además, esa niña es una completa dulzura. Nada que ver con la madre. ―Gracias, Cornelio, t
He tenido suficiente por hoy. Esto me ha llevado hasta el límite de lo que puedo soportar. No sé que se trae Horacio con esa insólita propuesta que acaba de hacerme, pero no me gusta que me tomen desprevenida. Es…. ―¡Absurdo! Grito en voz alta sin poder evitarlo. Las personas que deambulan por los pasillos y esperan a ser atendidos por algunos de los médicos, me observan precavidos. Estoy tan enojada por lo que pasó, que ya no logro controlar mi enfado. Abandono la clínica y me pierdo entre la gente que camina por la acera. La temperatura ha comenzado a bajar. Cruzo los brazos sobre mi pecho y froto mis brazos para mitigar el frío que entumece hasta mis huesos. Sigo caminando sin parar hasta llegar a la parada de autobuses. Tarde me doy cuenta que, debido al apuro, olvidé mi bolso en la mansión. ¿De qué manera pienso volver a casa? Me detengo en la parada y observo los alrededores. Poco a poco la gente va desapareciendo hasta que las calles quedan desoladas. Siento temor, sobre tod
Ese beso… Giro la cara y la veo huir por el corredor. ¿Qué fue eso? ¿Por qué razón la besé? Me llevo las manos a la cara y las restriego con frustración. ¿Acaso me he vuelto loco? Con movimiento violento tiro de mi corbata y me la arranco del cuello. Odio a esa mujer, es más, la detesto... o eso es lo que creo. ¡Joder! ¿Por qué me siento tan confuso? Talvez en un efecto secundario de todo lo que ha pasado en mi vida durante las últimas cuarenta y ocho horas. Es como si todas las tragedias se hubieran puesto de acuerdo para llegar juntas. ―Buenas noches, señor ―la voz de Cornelio me toma por sorpresa y termina de un plumazo con mis cavilaciones, giro mi cuerpo y lo miro de frente―. ¿La señorita Abigaíl vino con usted? Suspiro profundo y pongo cara de circunstancia. Por fortuna, nadie fue testigo de lo que acaba de suceder entre nosotros. ―Sí, acaba de irse a su cuarto. Le contesto casi que en modo automático. Sigo inmerso en el momento en que mi lengua se metió dentro de su boca.
Sago huyendo usando cualquier pretexto, porque estar cerca de él, me está haciendo sentir de una manera extraña. Mi corazón ha comenzado a palpitar mucho más rápido de lo normal, al igual que mi agitada respiración. No puedo controlar la velocidad de mis bocanadas y se ha instalado un exquisito cosquilleo en el fondo de mi estómago. Entro a mi habitación y cierro la puerta. Inhalo profundo y lleno mis pulmones con suficiente aire, sin embargo, no puedo hacer nada para calmar esta repentina sensación de necesidad que se ha instalado en todo mi cuerpo. Dejo caer mi espalda sobre la puerta, cierro los ojos y coloco la palma de mi mano sobre el lado izquierdo de mi pecho. Estoy muy agitada, pero, sobre todo, desconcertada por lo que me está pasando. ¿Qué tiene ese hombre de especial para provocar ese tipo de efecto sobre mí? Elevo mi brazo y recorro mis labios con los dedos de mi mano. Quedaron hinchados luego de ese beso tan apasionado que nos dimos. Fue… ¡Madre mía! Ni siquiera tengo p
Despierto con la luz del sol reflejada sobre mi rostro. Suelto un bostezo y estiro mi cuerpo, pero vuelvo a acurrucarme alrededor de la almohada. Un dolor intenso en mi vientre me hace recordar lo que sucedió anoche. Abro los ojos y ahogo un jadeo antes de darme media vuelta y descubrir que estoy sola en la acama. ¿Samuel? ¿Dónde está? Envuelvo la sábana alrededor de mi cuerpo y me dirijo al baño. Tampoco está aquí. Respiro profundo. ¿Por qué se fue sin despedirse? ¿Es esto lo que suele hacer con sus amantes? Bufo con decepción. Me acerco a la tina y preparo un baño. Abro las llaves, calibro la temperatura y espero a que se llene la bañera. Recuerdo lo que pasó entre nosotros. Me acerco al espejo y descubro las marcas que sus dedos dejaron sobre mi piel. Samuel fue mucho más de lo que había esperado. No es un hombre romántico ni, muchos menos, alguien del que esperes corresponda tus sentimientos en el caso de que llegues a enamorarte. Pero es apasionado, desenfrenado e intenso. Mis
Después de llorar por largos minutos como una Magdalena, sin entender la razón o motivo por la que verlo con esa mujer me causó tanto daño, decido tomar mi cartera y salir de la casa. No pienso estar aquí mientras esos dos se pasean por la mansión como un par de tortolitos enamorados. Iré a ver a mi hija y luego visitaré a Horacio, porque al parecer, su hijo ya ni se acuerda de él. Abandono mi habitación hecha una furia y atravieso el corredor como un vendaval. Sin embargo, al llegar a la sala lo encuentro sentado en uno de los muebles con los antebrazos descansando sobre sus piernas, las manos entrelazadas y la mirada puesta en el piso. Eleva la cara al escuchar mis pasos y se queda mirándome como si quisiera darme alguna explicación. Una que no le he pedido ni quiero escuchar. Esquivo su mirada y sigo mi camino. Lo ignoro y me hago la idea de que no está allí. Olvidarme de él y de lo que sucedió entre nosotros, es la mejor terapia para mi propia tranquilidad. ―¿A dónde crees que v