Ya Samuel comienza a hacer de las suyas. Nos vemos más tarde.
Después de llorar por largos minutos como una Magdalena, sin entender la razón o motivo por la que verlo con esa mujer me causó tanto daño, decido tomar mi cartera y salir de la casa. No pienso estar aquí mientras esos dos se pasean por la mansión como un par de tortolitos enamorados. Iré a ver a mi hija y luego visitaré a Horacio, porque al parecer, su hijo ya ni se acuerda de él. Abandono mi habitación hecha una furia y atravieso el corredor como un vendaval. Sin embargo, al llegar a la sala lo encuentro sentado en uno de los muebles con los antebrazos descansando sobre sus piernas, las manos entrelazadas y la mirada puesta en el piso. Eleva la cara al escuchar mis pasos y se queda mirándome como si quisiera darme alguna explicación. Una que no le he pedido ni quiero escuchar. Esquivo su mirada y sigo mi camino. Lo ignoro y me hago la idea de que no está allí. Olvidarme de él y de lo que sucedió entre nosotros, es la mejor terapia para mi propia tranquilidad. ―¿A dónde crees que v
La observo dormir desnuda sobre la cama. Se ve radiante, feliz y satisfecha. No puedo dejar de mirarla. Sin embargo, por mucho que quiera quedarme y volverla a follar, es hora de abandonar esta habitación. Es lo más sensato y cuerdo que puedo hacer. Recojo mi ropa del piso y salgo huyendo de allí como un cobarde. Me escondo tras la sombra de la madrugada y subo en silencio los escalones para dirigirme a mi habitación. Aún llevo impregnado en mis manos el olor de su esencia y el sabor de sus besos en mi boca. No sé qué arrebato, nos hizo terminar metidos en su cama, pero debo confesar que, fue una de mis mejores experiencias. Incluso, me atrevo a asegurar que la mejor de mi vida. Tiro la ropa en el cesto destinado para la lavandería y me dirijo al baño. Tengo una extraña sensación clavada en mi pecho que no me puedo arrancar. No sé por qué razón ella se me hace tan familiar, es como si la conociera desde antes. Su olor, sus gemidos, esa forma tan natural y espontánea de entregarse. Pa
¿Por qué razón hasta ahora vengo a recordar esto? ¿Cómo es posible que se me haya escapado ese pequeño, pero importantísimo detalle de aquella noche? Cada nervio de mi cuerpo entra en tensión. Mi corazón empieza a latir de manera desaforada. ¿Quién era aquella chica y por qué razón estaba en mi habitación? Me paso las manos por el rostro debido a la impotencia que siento. Por más que intento recordar su cara, no puedo hacerlo. Sé que era rubia, joven y delgada, pero no hay nada más que pueda serme útil para recordarla. Hay destellos que aparecen en mi cabeza de aquella noche, pero no son lo suficientemente claros como para precisar una imagen certera del rostro de aquella mujer. Sin embargo, hay algo que no tiene ninguna discusión y, es el hecho de que, aquella joven mujer, no era una put@. El piso debajo de mis pies comienza a temblar. Apoyo las manos sobre la encimera del lavabo y me sostengo. ―¡Maldit0 bueno para nada! Espeto iracundo y lleno de frustración, al mismo tiempo en qu
―¿Así que estamos prometidos? Lorena se detiene en el medio de mi habitación, cruza los brazos sobre su pecho y alza una de sus cejas mientras me mira con enfado. ―No, tu y yo, nunca estaremos comprometidos ―respondo tajante―. Solo te usé a mi conveniencia y espero que me sigas el juego. Par el nosotros, no existe conjugación. Atravieso la habitación y me detengo en el balcón. Aferro mis manos a la baranda, cierro los ojos y bajo la cabeza. ¿Qué coñ0 me está pasando? ¿Por qué usar una excusa tan absurda para deshacerme de una mujer? ―¿Te gusta la sirvienta? Me choca que hable así de Abigaíl. Me doy la vuelta y camino furioso en su dirección. ―¡Cierra tu m*****a boca y nunca más te atrevas a referirte a ella de esa manera! ¿Entendido? Se queda pasmada con mi respuesta. ―¿Estás enamorado de esa mujer, Samuel? Bufo obstinado. ―No, Lorena, no me gusta ni estoy enamorado de ella ―miento con descaro―. Así que deja de inventar teorías absurdas. Además, lo que yo haga con mi vida no
Me quedo congelada mientras su lengua se pasea con confianza dentro de mi boca. ¿Qué es lo que acaba de pasar? Pero más importante que cualquier otra cosa es que, no sé si lo que dijo fue una mala jugada de mi imaginación o este imbécil es más descarado de lo que había supuesto. Planto las palmas de mis manos sobre su pecho y rompo con el beso. Contengo la rabia y las enormes ganas que tengo de cruzarle la cara con una nueva bofetada. ¿Qué se ha creído este imbécil? ¿Qué puede jugar conmigo y con mis sentimientos como se le dé la gana? Simulo una sonrisa y miro alrededor para constatar que nadie pueda oírme, sobre todo, mi pequeña Camila. ―¡Aléjate de mí o te prometo que te patearé las pelotas! Susurro en tono bajo al pie de su oreja y me separo con una gran sonrisa falsa. ―¡Cómo te atreves! Me alejo de él y me acerco a mi hija para apartarla de la loca desquiciada que me mira con los ojos desorbitados. ―¡Cierra la boca, Lorena! ―le tapo los idos a mi hija para que no pueda escu
Esta mujer me tiene hasta la coronilla, no debí darle alas cuando me dejé de llevar por mis tontas emociones, provocando una situación que, en lugar de aminorar la carga, le agregó mucho más peso. ¿En qué parte de mi estúpido cerebro se me ocurrió la ridícula idea de decir que ella era mi prometida? ―¡No voy a permitir que me trates de esta manera, Samuel, te prometo que no te lo voy a perdonar! ―grita como maniaca mientras la saco a rastras de la clínica―. Soy una Beasley, provengo de una familia adinerada y con mucho poder, no te vas a librar tan fácilmente de esta. ¡Te lo prometo! Sus inútiles amenazas solo provocan más malestar y enojo. ―Tú y tu padre se pueden ir al demonio ―escupo furioso―. ¿Crees que tus amenazas me importan en lo más mínimo? ¿Qué tus berrinches de niña malcriada y caprichosa me harán cambiar de opinión? Rio y niego con la cabeza. ―Benjamín Beasley, no es un oponente digno para un hombre de mi estatura ―camino hasta el estacionamiento y saco sus maletas de
Siento que una oleada de emoción inunda todo mi cuerpo. Estoy viviendo un sueño en el que aún no puedo ni creer. El mismo hombre con el que tuve mi primera experiencia, el padre de mi hija; nos está dando la oportunidad de ser una verdadera familia. De creer por primera vez en mi propio cuento de princesas, en mi felices para siempre. ―Vayamos a casa, aún quedan demasiadas cosas sobre las cuales conversar. Asiento en respuesta. Me toma de la mano y me conduce hasta le asiento del copiloto. Sostiene su mirada sobre la mía mientras me asegura a la butaca y provoca cosquilleos por todo mi cuerpo con el simple roce de sus dedos. Cada vez que me mira de esa manera tan intensa, me deja con la boca seca. Me quedo observándolo desde mi asiento entretanto rodea el auto y se ubica en su puesto. Gira la cara y sonríe antes de encender el auto. Después de hacerlo busca mi mano y vuelve a entrelazar mis dedos con los suyos. Una bonita y cálida sensación de plenitud y felicidad, se desplaza como
Me zafo de su agarre de manera brusca. ―¡No me toques con tus manos asquerosas! Su contacto solo me produce rabia y repulsión. Elliot ya no es el chico que conocí años atrás, ese que encantaba con su sonrisa falsa y ensayada. Ahora que lo conozco, sé cuan peligroso pueden ser los hombres de su tipo. Pobre niña tonta e inocente aquella que fui en el pasado y que cayó enamorada de un hombre sin alma, escrúpulos ni sentimientos. Uno que demostró, apenas tuvo la oportunidad, hasta dónde era capaz de llevar sus maquinaciones para abrirse una oportunidad en la vida. No sé por qué razón me eligió como su víctima en aquel entonces, pero estoy segura de que algún provecho sacó de todo aquello. Gira su cara y mira con preocupación hacia el corredor por el que acaban de desaparecer Samuel y nuestra hija. ―¿Crees que vas a dejarme por fuera de este negocio? Arrugo mi entrecejo y lo miro confusa. ¿A qué negocio se está refiriendo? ―No sé de lo que estás hablando y tampoco me importa, imbécil